Buscando recuperarla -
Capítulo 3
Capítulo 3:
“Gracias, pero estoy bien así. Solo han sido algunas llamadas extrañas y unas notas. Esas cosas pasan a menudo cuando tu padre es un criminal conocido”.
¿Cómo se había enterado Malcolm?
Celia sintió una inquietud.
Algo que se agitaba en su interior y le causaba pánico.
No quería que la presencia de Malcolm interrumpiera su vida apacible y rutinaria.
No quería darle la oportunidad de acelerarle el pulso.
Habían pasado muchos años y ya era una mujer hecha y derecha.
Sin embargo, aún tenía los nervios tan tensos como las cuerdas de un piano.
Reprimiendo las ganas de arremeter contra él por haber sembrado el caos en su mundo tantos años antes.
Cruzó los brazos y esperó.
Ya no era una niña consentida e impulsiva.
Ya no era una adolescente aterrada y embarazada.
Ya no era una joven destrozada, sumida en una depresión postparto que había puesto su vida en peligro.
El camino de vuelta a la paz y a la tranquilidad había sido arduo, y para alcanzar la meta había necesitado a los mejores psiquiatras que se podían conseguir con dinero.
Ni Malcolm ni nadie pondrían en peligro el futuro que tanto le había costado labrarse.
Amar a Celia Patel le había cambiado la vida para siempre, y aún no sabía con certeza si había sido algo bueno o malo.
Sus vidas, sin embargo, seguían unidas.
Había logrado mantenerse lejos de ella durante dieciocho años, pero nunca había dominado el arte de mirar hacia otro lado, aunque estuvieran a dos continentes de distancia.
Y era eso lo que le había llevado hasta allí.
Solo tenía que encontrar la forma de convencerla para que le dejara entrar en su vida de nuevo.
Tenía que convencerla para que le dejara ayudarla y de esa forma podría recompensarla por todo lo que le había hecho en el pasado.
A lo mejor era esa la única forma de olvidar a un amor de juventud que se había glorificado demasiado con los años y que seguramente no era real a esas alturas.
Su reacción física al verla, no obstante, sí era muy real.
Una vez más, el deseo que sentía por Celia Patel parecía estar a punto de arrollarle como un tren de alta velocidad.
Nunca había sido capaz de olvidarla, ni siquiera mientras cantaba ante miles de personas en estadios repletos de gente.
Y no podía apartar la vista de ella en ese momento, mientras caminaba unos pasos por delante.
Su cabello, negro y rizado, le caía por la espalda y se movía con cada paso que daba.
El vestido amarillo abrazaba esas curvas que un día habían acariciado sus manos.
La siguió por el gimnasio.
Era el mismo edificio en el que habían estudiado de niños.
Había actuado en ese escenario con el coro del instituto solo para estar con ella.
Un día un tonto de la clase dijo algo de mal gusto sobre ella y el puñetazo que le dio le costó una expulsión de tres días.
Pero el precio había sido muy pequeño.
Por aquel entonces hubiera hecho cualquier cosa por ella.
Y eso no había cambiado, al parecer.
Había averiguado que su padre, juez de profesión, estaba llevando un caso de mucha repercusión mediática.
Era algo relacionado con el tráfico de dr%gas y un rey del narcotráfico había dibujado una diana en el pecho de Celia.
Se lo había notificado a las autoridades locales, pero ni siquiera se habían molestado en examinar las pruebas que les había entregado, un rastro bancario que vinculaba a un sicario de la organización con el traficante detenido.
A los policías no les gustaba tener que tratar con extraños y preferían resolver el caso ellos solos, pero alguien tenía que hacer algo y estaba claro que debía ser él.
Nada le impediría proteger a Celia.
Tenía que hacerlo para recompensarla por todo lo que la había defraudado tantos años antes.
Ella abrió la puerta lentamente y entró en el pequeño despacho.
Había estanterías en todas las paredes y un pequeño escritorio en el centro.
Las partituras y las cajas de instrumentos estaban por doquier.
Había triángulos, xilófonos, bongós.
Olía a papel, a tinta y a cuero.
Se giró hacia él, rozándole la muñeca con un mechón de cabello.
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