Buscando recuperarla
Capítulo 22

Capítulo 22:

Celia sacó un vestido de verano y unas sandalias del armario y se quitó el pijama.

Se cambió de ropa.

Llegaban aromas provenientes de la cocina.

Olía a avellanas.

Regresó al salón y agarró el bolso.

Dentro tenía el monedero y el ordenador.

“Creo que es hora de que tus guardaespaldas nos ayuden a llegar a la limusina”.

Malcolm le dio una taza de café.

“No vamos en la limusina. Vamos a bajar al garaje por las escaleras interiores”.

“Mi coche sigue en el colegio. Creo que debería llamar a mi padre. Y… maldita sea, Malcolm, que me vaya contigo no significa que vayamos a acostarnos juntos. Tienes que entender…”

“Celia, para. Está bien. Te he oído. Y ahora escúchame tú. Hice que me trajeran un vehículo anoche por si necesitábamos salir corriendo. La limusina no cabía en el garaje. Puedes llamar a tu padre y a la profesora una vez estemos en camino”

La agarró de la mano.

“Confía en mí. No voy a dejar que nadie te haga daño, ni siquiera yo mismo”.

La condujo por la estrecha escalera que llevaba al garaje.

Dentro había un flamante deportivo rojo.

Celia contempló el coche con la boca abierta.

“Oh. Eh, es un… un coche muy bonito”.

“Y muy rápido”

Le abrió la puerta y se puso al volante.

Sacó una gorra azul de la guantera y se la puso antes de arrancar.

“¿Estás lista?”

“No”

Celia apretó los puños.

“Pero supongo que no tiene importancia”.

“Lo siento”

Activó la puerta del garaje y arrancó el coche.

El motor rugía con impaciencia.

La puerta se abrió rápidamente.

Fuera se agolpaba la multitud.

De alguna manera, Celia buscó su brazo y le agarró con fuerza.

En cuanto asomaron el morro, la gente se precipitó sobre el coche.

Los flashes de las cámaras se activaban una y otra vez.

Celia se sentía como Alicia en el país de las maravillas, cayendo por un agujero que la llevaría a un mundo desconocido.

Una hora más tarde, Malcolm pisó a fondo el acelerador del deportivo.

Iban por una carretera desierta.

Estaban en mitad del campo.

Miró a Celia de reojo.

La vista se le iba a sus piernas.

Tomó una acusada curva en la carretera.

“Siento que hayas tenido que perderte el concierto”.

“Sé que solo tratabas de ayudar”.

“De todos modos, es una pena tener que dejar de hacer algo para lo que has trabajado tanto”

Malcolm sintió el peso de su mirada y la miró fugazmente.

Tenía el ceño fruncido.

“¿Qué?”

“Gracias por entender lo importante que es esto para mí. Gracias por no restarle importancia. Sé que no llenamos estadios ni teatros”.

“La música no se mide por el número de gente que hay en el público, o por el dinero que tienen”.

Ella sonrió por primera vez desde que habían salido de la casa.

“La música es para tocar el corazón, el alma”.

Malcolm asió con fuerza el volante. En otra época ella le había dicho exactamente lo mismo.

Una noche se había llevado su guitarra para darle una serenata bajo la luz de las estrellas.

Había comprado comida rápida y se había llevado una manta.

Por aquel entonces soñaba con darle algo mejor.

Se había prometido a sí mismo que algún día lo conseguiría.

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