Arráncame la vida -
Capítulo 25
Capítulo 25:
Lorena no volvió a la ciudad más que para visitar a su familia.
Otto había comprado una casa en la ciudad vecina y ahí pasó toda la gestación de su bebé. Su esposo la consentía y se comportaba tan dedicado como si ese niño fuera suyo.
El día del parto, Natalie no podía de la emoción, aunque la criatura era producto de un amor que ella no consentía, no significaba que no estuviera dichosa por ver a ese bebé, fruto de su única hija y su más grande tesoro: Lorena.
“¿Señor?”, preguntó Álvaro acercándose a Román quién había ido al hospital para recibir al nuevo integrante de la familia.
“¿Qué ocurre?”
“Encontré algo…”
Román se tensó y después de besar la frente de Frida, se alejó por el pasillo con Álvaro.
“Habla”.
“Bien… Otto Legrand en realidad se apellida Fisher. Su hermana y él eran hijos del Señor Fisher, dueño de Fisher Tech Innovations y…”
“Alto…”, dijo Román con una sonrisa amplia.
“Sé a dónde va todo esto. Otto busca recuperar lo que perdió, por medio de Lorena. ¿Tienes cómo comprobarlo?”
Álvaro le mostró su celular lleno de documentos que avalaban la identidad de Otto y su hermana Miley como hijos del Señor Fisher.
Había conseguido lo suficiente para ir con Lorena y hacer que se divorciara de Otto. Después Román se encargaría de que los hermanos Fisher nunca volvieran a buscar a Lorena ni a su madre.
De pronto la puerta del quirófano se abrió.
Otto salió emocionado, sus ojos brillaban de júbilo.
“¡Ya nació! ¡Es una niña preciosa!”, exclamó el hombre con el corazón que se le salía del pecho.
De inmediato Frida y Emma pegaron un brinco y fueron a festejar con Natalie que comenzó a llorar de gusto.
“¿Qué haremos?”, preguntó Álvaro notando lo complicado de la situación.
Román abrió la boca, pero no emitió ningún ruido.
Veía en Otto la emoción de un padre primerizo.
En ese tiempo había demostrado amar a Lorena de manera incondicional, incluso aceptar al bebé como suyo, dispuesto a darle su apellido, aunque supiera que otro hombre era el verdadero padre.
Parecía un buen esposo y, sobre todo, que amaba a Lorena sinceramente.
Román inhaló, se tronó el cuello y avanzó con seguridad hacia Frida, necesitaba un consejo de alguien que tuviera un equilibrio casi perfecto entre corazón y mente.
“Entenderás que no eres de mi confianza…”, dijo Frida viendo fijamente a Otto.
Después de unos días de haber dado de alta a Lorena y a la pequeña Jane.
Román le pidió a Otto reunirse en un restaurante, Frida necesitaba hablar urgentemente con él y Otto no rechazó la invitación.
“Sabía que un día me descubrirían…”, respondió Otto viendo cada papel ante él.
“Lo que no esperaba es que fuera usted, Señora Gibrand, quien tomara el papel de verdugo”.
“Lorena estuvo conmigo cuando estaba asustada y perdida, estuvo con mi hija cuando la arrancaron de su hogar por capricho de un imbécil… Lorena ha estado en nuestras vidas y ha sido una luz y un apoyo…”, dijo Frida mientras su corazón bombeaba odio.
Se sentía traicionada y parecía una feroz mamá oso.
“No permitiré que la dañes”.
Román veía todo en silencio.
Seguro de que había hecho lo correcto al dejar todo en manos de Frida.
“No la voy a dañar…”, dijo Otto.
“Amo a Lorena y aunque mis intenciones al principio no eran buenas, estoy arrepentido…”
“Eso no es suficiente para mí”
Lo interrumpió Frida.
“¿Cómo sé que el día de mañana no la encontraré en la puerta llorando? ¡No me importa lo que le puedas quitar, pues Lorena no necesita nada de eso!, pero si le rompes el corazón…”
“No lo haré…”
Indicó Otto.
“Estoy dispuesto a hacer lo que sea para demostrar que no tengo intenciones de lastimarla, ni ambiciono lo que Natalie le arrebató a mi padre”.
“Demuéstralo…”, dijo Frida y resbaló por la mesa un folder con papeles.
Otto revisó cada uno, letra por letra y contuvo sus ganas de hacer trizas cada hoja.
“Ese contrato especifica que renuncias a cualquier cosa, propiedad, objeto, dinero… lo que sea que esté a nombre de Lorena y no solo eso… la dejarás como única heredera. El día que la traiciones, juro que dejarás de existir y cuando eso pase, ella se quedará como copropietaria del despacho y dueña de todos tus bienes”
Frida lo vio fijamente, sin parpadear, queriendo verlo dudar.
“Si la amas tanto como dices, no tendrás problema en dejar todo a su nombre…”, dijo Román y vio a Frida fijamente con admiración.
Por un fragmento de segundo Otto pudo ver en el reflejo de los ojos de Román adoración y amor.
El gran Señor Gibrand amaba con devoción a su esposa y entonces lo entendió.
Aunque nadie se lo había dicho, comprendía que era algo que Román hizo indudablemente.
Todo lo que tenía, cada bien y cuenta bancaria estaban al nombre de Frida para que el día que él no estuviera, ella no quedara desprotegida, así como el Corporativo y cada empresa absorbida, lo había destinado a sus hijos, esa era la forma en la que sabía que podría seguir protegiendo a su familia, aunque el ya no estuviera.
“Lo haré…”, respondió Otto y tomó la pluma para firmar.
No lo hacía para demostrar que no era un peligro, lo hacía por el mismo motivo que lo había hecho Román en su momento, porque si un día faltaba, podría seguir protegiendo a Lorena, aunque no estuviera físicamente.
Era solo un acto de amor que no dudó en hacer.
Cada hoja fue firmada ante los ojos de los Señores Gibrand.
La mano no le tembló y cuando regresó el contrato, Frida revisó los papeles una última vez antes de guardarlos.
“Lo que siento por Lorena es suficiente para entregarle hasta mi vida… la amo y no pienso herirla ni abusar de la situación. Dejé de ser Otto Fisher en cuanto desistí en perseguir la venganza y me enamoré de ella, prácticamente volví a nacer”
Agregó Otto con una sonrisa sincera y Román lo comprendió a la perfección.
Lo ocurrido en aquel café no salió de ahí.
Álvaro se encargó de llevar el contrato a la notaría y de mantener la boca cerrada.
Nadie quería que Lorena se enterara y terminara con el corazón roto.
El compromiso de Otto era suficiente para creer que no haría falta explicar nada.
Durante tres años hubo armonía.
Durante tres años Otto y Lorena vivieron aparentemente felices, viendo crecer a la pequeña Jane.
Durante tres años Lorena aún tenía momentos de melancolía que Otto no podía comprender, pero que acompañaba con un abrazo cálido y consuelo, secando esa lágrima escurridiza que escapaba de alguno de sus ojos miel.
Cada día Lorena agradecía la hermosa familia que tenía, pero de igual forma, cada día se dedicaba a lamentarse por no tener la fuerza de renunciar a todo y quedarse con Johan, aunque supiera que solo sería un ciclo perpetuo de sufrimiento, pues consideraba que él nunca la amaría como ella lo amaba.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar