Amor verdadero
Capítulo 3

Capítulo 3:

Conduje sin rumbo fijo por un momento, no sabía a donde ir, mi cerebro estaba bloqueado a las emociones, tanto, que no tenía idea de lo que estaba sintiendo: ¿Ira? ¿Decepción? ¿Asco?

Todo.

Sentía todo al mismo tiempo, aunque yo no era el tipo de hombre que demostraba mucho sus sentimientos.

No estaba dispuesto a dejarme caer por esa situación, agradecí que mis hijos estuvieran lejos, en otro país para que no pudieran ser testigos de tan desagradable situación.

Sentí un hueco en el estómago, ahí se me acumulaba el estrés y causaba estragos en mi salud. Recordé las indicaciones del médico y con toda la calma del mundo, me dirigí hacia el restaurante donde había reservado para cenar.

No iba ahogar mis penas en alcohol, mucho menos en llanto. No tenía caso, Karina había tomado una decisión y aunque me suplicó perdón, yo no podría olvidar lo que vi y hacer como si no hubiera pasado nada.

Entré en el restaurante.

“Tengo una reservación a nombre de Adrián Morales”.

El recepcionista buscó mi nombre en la lista y me llevó a mi mesa.

Yo mismo me sorprendí al escuchar la frialdad en mis palabras, pedí la carta, el platillo más caro y cené, como si no hubiera pasado nada.

Terminé mi cena y bebí una copa de vino, mientras la miraba, recordaba cada segundo de la escena vivida. Mi mujer, cogiendo con mi mejor amigo, en mi cama.

“¡Salud!”, brindé por ellos y llevé mi mirada hacia la ventana.

Ahí, del otro lado de la calle, en una cafetería, estaba la hermosa mujer con la que había chocado unas horas antes.

Con la mirada en el vacío, los ojos aguados, pero sin derramar una sola lágrima, meneaba el café con la cuchara.

La miré durante horas, ni ella bebía de su café, ni yo bebía mi vino. Era como si nos hiciéramos compañía sin saberlo. Como si tuviéramos un pacto de silencio.

“Señor Morales, ya vamos a cerrar”, dijo el recepcionista extendiendo mi cuenta y colocándola sobre la mesa.

Al mismo tiempo la misteriosa mujer se puso de pie, supuse que por la misma razón porque la vi asentir al camarero y sacar un billete de su bolso.

Pagué mi cuenta y salí corriendo, quería verla de frente, un extraño impulso me empujaba a querer propiciar otro encuentro con ella.

Sin embargo, en el preciso momento que salí a su encuentro, ella subía a un taxi y se alejaba, sin siquiera mirarme.

Me hacía daño recordar la traición de José, pero no podía evitarlo. No sabía si me dolía más por darme cuenta de que su amor no era tan grande como yo creía, o porque buscó tener con otra mujer, el hijo que yo no pude darle.

El timbre del móvil me sacó de mis pensamientos, no tenía ganas de hablar con nadie, odiaba que me preguntaran si estaba bien, cuando era obvio que no lo estaba.

Vi la pantalla para ver el nombre de la persona que llamaba, era mi hermana Mireya, ella vivía en el extranjero y cuando me llamaba se tarda horas hablando y yo lo que menos quería era hablar.

Sin embargo, contesté no entendía por qué, quizá era por debilidad o por exceso de amor a mi familia, pero nunca podía decirles que no a nada.

“¿Cómo estás? ¿Ya lloraste?”, preguntó, no entendía si me lo preguntaba porque se preocupaba por mí o si se estaba burlando de mi situación.

“No, yo no voy a llorar, no tengo por qué hacerlo, él eligió engañarme y yo dejarlo ir”.

Hacerme la fuerte me había mantenido en este estado, no me permitía sacar mi dolor porque no quería que las personas a mi alrededor se dieran cuenta de lo afectada que estaba.

Como lo suponía, hablamos durante horas. De sus vacaciones, y de los logros de sus hijos, de alguna manera me sirvió para distraerme y no seguir pensando en el engaño de José, si había algo que amaba en la vida, era a mis sobrinos, ellos eran para mí, los hijos que nunca tendría.

Hablar con Mireya me sirvió para despejar mi mente y enfocarme en el trabajo, leí el libro y escribí mi reseña, ahora más que nunca necesitaba trabajar, porque el alquiler y las cuentas no se iban a pagar solas.

Estaba terminando de escribir una reseña cuando el móvil me alertó sobre una nueva llamada esta vez era mi hermana Pamela, lo malo de ser la hermana menor de cuatro, era que todas ellas se sentían de alguna manera con la obligación de cuidarme.

Algunas veces me agobiaba porque me hacían sentir como si tuviera tres mamás regañonas y preocupadas en lugar de hermanas.

“Hablé con mis hijas y están muy preocupadas por ti no creen que sea conveniente que vivas sola así que pensamos que lo mejor es que te vengas a vivir con nosotras”

No sabía si agradecer su ofrecimiento o enojarme con ella.

Yo sabía que lo hacían porque me querían y se preocupaban por mí, pero ya era una mujer adulta y si había algo que apreciaba en la vida era mi privacidad.

Después de diez años de casada, no me sentiría cómoda volviendo a la casa familiar, además la vida de mi hermana era tan aburrida que no quería de ninguna manera convertirme en una copia suya.

“Pame no te preocupes por mí, les agradezco mucho el ofrecimiento, pero estoy bien. El apartamento que alquilé es bastante cómodo y agradable. Me siento muy tranquila aquí. Te aseguro qué voy a estar bien”.

“Deberías considerar perdonar a José, si él dice que te ama y que está arrepentido no deberías dejar que tu matrimonio se vaya a la basura, no después de todo lo que tú has trabajado y dado por esa relación”.

“Gracias por el consejo hermana, pero tomé la decisión de separarme definitivamente y eso es lo que voy a hacer, yo no puedo perdonar la infidelidad de José por mucho que lo ame. Nunca voy a olvidar que está esperando un hijo con su amante, me hirió en lo más profundo qué se le puede herir una mujer y yo no merezco eso”.

Puse una excusa para colgar el teléfono.

Me dolía qué mi hermana me insistiera en que debía olvidarme de la infidelidad y seguir mi vida al lado de mi esposo como si nada hubiera pasado.

Yo no podía olvidar su rostro de felicidad acariciando el v!entre de su amante eso era algo qué llevaría por siempre en mi mente y aunque lo perdonara, no podría seguir a su lado, aunque me estuviera muriendo por dentro.

Un nuevo mensaje de texto en mi móvil. No tenía que verlo para saber qué se trataba de Alondra, mi otra hermana, tal parecía que se habían puesto de acuerdo para hacerme compañía al menos vía telefónica.

Cuando les dije que había alquilado un departamento en una ciudad a casi tres horas de distancia del núcleo familiar me insistieron en qué no me fuera tan lejos, que debía estar cerca de la familia.

Pero yo tomé la decisión sin pensar, lo único que quería era estar lo más lejos qué se pudiera de José porque no quería caer en la tentación de llamarlo o de verlo, aunque sea de lejos.

Revisé el mensaje y era efectivamente mi hermana, para darme indicaciones como si fuera una niña chiquita.

[Morelia, no olvides cerrar bien la puerta, ponle seguro, no salgas a la calle tan tarde puede ser peligroso y no conoces a nadie].

Le contesté con un simple emoticono y me dejé caer sobre el sillón, no podía creer lo que me estaba pasando. Sentía qué mis hermanas en lugar de ayudarme me agobiaban y asfixiaban, aunque lo hicieran con cariño.

Me di una ducha y me dispuse a dormir. Lo único que quería era dormir y olvidarme de todo. por un momento no quería saber de nadie, ni de nada. Quería poner mi mente en blanco, pero la gente a mi alrededor aún a la distancia no me lo permitía.

Cuando salí de la ducha me di cuenta de que tenía un nuevo mensaje, era mi amiga Peri la única persona en el mundo que yo creía que estaba de mi lado.

[¡Amiga tienes que ver esto!].

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