Amor verdadero -
Capítulo 25
Capítulo 25:
“Está bien, pasaremos al más cercano y te voy a decir cómo llegar hasta allí caminando, no está tan lejos de tu casa”.
Le agradecí el gesto y comenzó a conducir.
Me fue mostrando cada una de las calles principales y los lugares donde podía abordar el transporte público, en verdad se veía que conocía muy bien la ciudad.
Pasamos al cajero automático de mi banco y él tenía razón, si cortaba camino por la calle del parque me quedaba mucho más cerca que la tienda de conveniencia donde solía retirar efectivo y no tenía que pagar ni transporte ni comisión.
Se estacionó frente al banco, sobre una carretera muy transitada.
Él, muy amable, me abrió la puerta del coche y me tomó de la mano para caminar hacia al banco.
Se me hacía un gesto muy caballeroso llevarme de la mano en sitio público, eso quería decir que no le importaba que nos vieran juntos, lo cual era una buena señal de que no tenía nada que ocultar.
Íbamos entrando en el cajero cuando nos encontramos con una mujer que salía.
“Emilia, buenas noches”, dijo y yo no sé por qué, pero solté su mano y caminé directo al cajero para hacer mi retiro de efectivo.
No pude escuchar lo que hablaba con la mujer, tuve que hacer un esfuerzo para disimular que no me importaba, pero a la vez sentía curiosidad por saber si ella le preguntaba quién era yo y qué le contestaba él.
Me sentí nerviosa, incómoda, pero, sobre todo, esperaba que no fuera a decir que éramos pareja.
Yo estaba decida a pasar la noche con él y a darle las gracias por participar, como decían Manuel y Santiago.
No debía dejar que esa relación se prolongara más, no quería ilusionarlo e ilusionarme, para luego terminar sufriendo.
Saqué el dinero que necesitaba y esperaba que la mujer se hubiera ido para no pasar por la incomodidad de una presentación, prefería no conocer a nadie de sus amistades.
Quizá era una locura de mi parte, pero creía que eso incrementaba la intimidad a la que no quería llegar.
Con mucha inseguridad me acerqué a ellos.
“¡Listo!”, le dije a Adrián con una sonrisa que, aunque quise que se viera natural, yo misma la sentí bastante forzada.
“Emilia, ella es More. More, Emilia”.
“Mucho gusto”, dije por cortesía y extendí la mano para saludar a la mujer, que sin ningún disimulo me miró de pies a cabeza.
Adrián me tomó de la mano y salimos del banco, pero pude sentir la mirada de la mujer observándonos hasta que llegamos al coche y él me abrió la puerta para que subiera.
No pude evitar voltear hacia dónde se había quedado la mujer observándonos con curiosidad.
No quise preguntar quién era esa mujer y qué relación tenía con Adrián. No quería verme intensa, ni mucho menos insegura, después de todo, él y yo solo nos estábamos conociendo y bien a bien, no teníamos ningún tipo de relación establecida.
Adrián tampoco se molestó en decirme quién era ella, seguimos con el tour por el centro de la ciudad, sin bajarnos del auto, me mostró los sitios de interés, como el mercado, el zócalo, la alameda, el palacio municipal y otros lugares del centro histórico.
Salimos del centro y tomamos una carretera hacia un lugar un tanto despoblado y se detuvo frente a una casa donde se veía que vendían comida.
“¿Ya cenaste? Yo tengo hambre, vas a decir que solo pienso en comer, pero hoy tuve mucho trabajo y no tuve tiempo de hacerlo ¿Me acompañas a comer algo?”.
Recordé que yo me engullí un sándwich justo antes de que él llegara, así que no tenía nada de hambre, pero le dije que lo acompañaría comiendo algo ligero.
“Si tienes hambre, comamos algo”, dije, aunque sabía que para mí iba a ser un sacrificio, pero me daba pena decirle que no.
“En esta casa venden antojitos mexicanos y me encantan. La señora tiene muy buena sazón, ya vas a ver que te van a gustar”.
Nos bajamos del coche, pero nos llevamos la sorpresa de que la señora que vendía la comida todavía no terminaba de instalar su puesto.
“Si quieres vamos a otro lado”, sugerí.
“No, vayamos a mi casa y regresamos en un rato, la verdad es que cuando se me antoja algo, me es muy difícil pensar en otra cosa”.
Encogí los hombros y entendí lo que quería decir, porque a mí me pasaba lo mismo, tratándose de comida, no me gustaba nada tener que cambiar mis planes de último momento y la señora dijo que estaría listo en una hora, así que no era mucho tiempo para esperar.
Solo una cuadra adelante se encontraba el fraccionamiento dónde vivía, era un lugar bastante bonito, abrió el portón con el control remoto del coche y se estacionó frente a un edificio bastante elegante.
Yo vivía en zona bonita, pero no dejaba de ser una colonia popular, él en cambio, vivía en una zona a lo que se le llama residencial, es decir, de mayor plusvalía.
Me abrió la puerta del coche para que me bajara y de pronto en una forma espontánea me dio una palmada en el trasero.
“¡Auch!”, exclamé como si me hubiese dolido, pero comencé a reírme porque me puso nerviosa con esa reacción, era como un exceso de confianza y, aunque nosotros ya habíamos rebasado todos los límites posibles, se me hizo un gesto como de complicidad en una pareja.
“¡Lo siento! Discúlpame, no sé qué me pasó, no me pude resistir a hacerlo”.
“Ahora vas a tener que sobarme porque me dolió”.
Le dije mordiéndome los labios y él me dio un beso atrayendo mi cuerpo hacia el suyo y sobando mis nalgas con sus manos.
La temperatura entre nosotros había comenzado a subir, ambos sabíamos que estábamos ahí, solo para tener se%o.
Ese el motivo principal de nuestra cita, así que no estábamos para disimular las ganas que nos teníamos uno al otro.
Entramos en el edificio y me mostró el jardín, estaba bastante bien cuidado y era un lugar muy agradable.
Entramos en su departamento y aunque era pequeño, se notaba el orden de un hombre soltero.
Me mostró lo que tenía, también se había mudado recientemente, así que tenía algunas cosas en cajas y sin desempacar.
Yo me sentía muy nerviosa, la verdad es que no sabía definir lo que sentía.
Quizá no había sido buena idea aceptar ir a su departamento y pasó por mi mente que obviamente yo no era ni la primera ni la única mujer que había desfilado por esa cama.
Se sentó y me colocó entre sus piernas, metió sus manos por debajo de mi falda y acarició mis glúteos colando sus manos por debajo de mis bragas, mientras aspiraba mi perfume hundiendo su nariz en mi pecho.
“Quiero comerte, pero tengo hambre”, dijo y yo me comencé a reír.
“Yo tengo sed, ¿Me regalas un vaso con agua?”.
Fuimos hasta la cocina y me sirvió un vaso con agua, el garrafón tenía un servidor eléctrico bastante cómodo y peculiar.
“Quiero uno de esos”, dije refiriéndome al aparato.
“¿Te gusta? Te voy a comparar uno”.
Sonreí, porque era un pequeño detalle, pero ya sonaba a hacer planes para el futuro y tragué saliva porque sabía que quizá ese día no llegaría, pero todavía no era el momento de hablar de eso.
Platicamos un rato sobre cosas sin importancia, él me sentó sobre sus rodillas y acariciaba mis piernas mientras hablábamos, parecíamos una pareja de verdad, como si entre nosotros no fuera necesario establecer las reglas del juego.
Esperamos la hora que había dicho la señora de la comida y fuimos a cenar.
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