Amor verdadero
Capítulo 1

Capítulo 1:

Entré en el consultorio del psicólogo, aunque yo prefiero llamarlo amigo, ya que eso es para mí y lo que más necesitaba en ese momento de mi vida.

“Hoy necesito hablar con mi amigo, así que por favor asegúrate de que el psicólogo se largue a otra dimensión, no lo quiero ver aquí”, le dije en tono de broma, aunque en contra de sus principios profesionales, porque también era mi terapeuta.

“Entonces voy a sacar la libreta para tomar nota porque me temo que lo que vas a decir terminará siendo parte de la terapia, contigo nunca sé a qué anteponerme. ¡Estás loca! Y yo más por seguirte el juego en todo lo que haces”.

Me dejé caer sobre el diván para comenzar a sacar todo lo que llevaba dentro. Me hacía mucha falta hablar con alguien y Manuel era sin duda la persona indicada.

Siempre me sentía mejor después de hablar con él.

“¡Estoy enamorada!”, solté de tajo y sin pensarlo dos veces.

“Sí, eso ya lo sé, pero querida, sabes que soy g$y y que no puedo corresponderte”, dijo con sarcasmo.

“Por qué no me crees? He conocido a un ser maravilloso, independiente, cariñoso y que me mira con dulzura.”.

“Y supongo que adoptaste un gato”, se rio porque de inmediato entendió que estaba interpretando un video de esos que circulan por la red.

“A decir verdad, es una gatita de color naranja, será mi compañera fiel en esta nueva etapa de mi vida”, reconocí al ver que mi broma no había causado el efecto que esperaba.

“Me parece bien, así tendrás compañía y no te sentirás tan sola. Si tuvieras un trabajo que te hiciera salir de casa, pero pasas todo el día encerrada leyendo tus libros y en este momento no es conveniente para mejorar tu estado de ánimo”.

“Me gusta la soledad, siempre he sido así y este trabajo me permite conectar conmigo misma, no necesito salir ni hablar con más personas para sentirme bien”.

“¿Te has preguntado si en realidad eres feliz estando sola?”.

“Tú sabes que yo no decidí quedarme sola, era feliz en mi matrimonio hasta que pasó lo que ya sabes”.

“Eso no fue lo que te pregunté, responde la pregunta con sinceridad ¿Eres feliz estando sola?”.

La respuesta era un rotundo no y lo sabía.

El hecho de recordar lo que había pasado en los últimos meses me dolía y todavía sentía que mi corazón se aceleraba y se me oprimía el pecho al pensar en la traición de la persona a la que amaba y que había jurado ante el altar amarme hasta la muerte.

“Todavía no me siento lista para contestar esa pregunta”, dije e hice un gran esfuerzo para contener las lágrimas.

“¡Llora! Si necesitas llorar, llora, grita, desahógate, no es bueno para ti que contengas lo que sientes. Mientras no saques ese dolor de tu pecho y te enfrentes a tu nueva realidad, seguirás en ese círculo vicioso que no te deja respirar”.

Como siempre, las lágrimas se secaban en mis ojos. No podía llorar, lo intentaba, pero el coraje que sentía era mucho más grande que mi decepción.

Terminó la sesión y regresé a casa caminando, a pesar de que tenía que leer un libro y escribir la reseña de la semana. Aunque no podía permitirme el lujo de perder el tiempo, no me importó.

Necesitaba despejarme un poco.

Llegar a casa y tener a alguien que esperaba por mí me hacía sentir menos sola. Quizá algunas personas pensarían que estoy loca por hablar con un gato, pero en realidad siento como si Tuluza, me entendiera todo lo que le digo.

Me refresqué un poco y me puse cómoda, tomé el libro e intenté comenzar a leer ‘Amor de leyenda’..

Apenas leí el primer capítulo donde la protagonista narra cómo su esposo la traicionó con su mejor amiga, sentí como si estuviera leyendo mi propia historia.

Cerré el libro porque no pude seguir, en ese momento todos los recuerdos se agolparon en mi mente y fue corno volver a vivir esa pesadilla.

José y yo nos casamos diez años antes, después de un largo noviazgo que duró un lustro.

Decidimos dar ese paso tan importante para compartir nuestras vidas. Los dos estábamos seguros de que lo que queríamos era formar una familia, nos amábamos con locura.

Los primeros cinco años fueron maravillosos, vivíamos en una constante luna de miel, parecía como si nuestro matrimonio fuera solo una extensión de nuestro noviazgo.

José era el hombre perfecto, ese esposo maravilloso, detallista y apasionado que toda mujer quiere tener en su vida. Yo me sentía como si viviera en un cuento de hadas.

Tenía el mejor esposo y mi matrimonio era lo más parecido a la perfección.

Fue después de nuestro quinto aniversario cuando decidimos que era tiempo de que nuestra familia creciera, no había nada en el mundo que me hiciera más ilusión que tener un hijo de José.

“Tendremos una niña preciosa igual que su madre”, solía decir, aunque yo prefería que se pareciera a él, con el cabello rizado y pelirrojo.

Fuimos juntos al ginecólogo, queríamos asegurarnos de que todo estuviera bien para evitar complicaciones y tener un embarazo saludable.

Como suele suceder en estas circunstancias, el ginecólogo nos recomendó dejar de tomar anticonceptivos y seguir usando preservativo por algún tiempo, hasta que mi cuerpo se desintoxicara. Nos recomendó también hacer una serie de estudios de rutina.

Yo era una mujer sana, no solía enfermarme y mis estudios ginecológicos anuales siempre salían bien, así que pensamos que solo era un trámite qué cumplir y que no habría problemas.

José me acompañó a realizarme los estudios, él se hizo un conteo de espermas y el resultado fue lo que esperábamos, sus espermas estaban fuertes y sanos con suficiente fuerza para alcanzar mis ansiosos óvulos.

Llegó el momento de mi ultrasonido.

“Señora, ¿Ha tenido algún problema con su periodo?”.

Pue la primera pregunta de alarma que nos hizo el médico.

“No, mis periodos suelen ser muy regulares, solo unos meses más abundantes que otros y algunas veces con dolor, nada fuera de lo normal ¿Hay algún problema?”, pregunté nerviosa al ver el gesto de preocupación en el rostro del médico.

“El ultrasonido arroja imágenes de ovarios poliquísticos y no son nada alentadores, tendremos que hacer algunos estudios más detallados para darle un diagnóstico”.

Ese fue el inicio de nuestro calvario, estudios, tratamientos y al final terminé en el quirófano para una cirugía.

“No te preocupes mi amor, todo va a salir bien y tendremos a nuestra hija”, me consolaba mi esposo cada vez que salíamos del consultorio médico.

Fueron meses de un tedioso tratamiento hasta que recibimos la noticia que nunca pensamos escuchar.

“Siento mucho decirles que no hay nada que podamos hacer, los quistes atrofiaron sus trompas y sus ovarios. No hay manera de que pueda quedar embarazada”.

Esa noticia me arrebató las ilusiones y me hizo caer en una profunda depresión, pero el amor de mi esposo me ayudó a salir adelante.

El tiempo pasó y nos hicimos a la idea de que no seríamos padres, intenté convencer a José de adoptar un bebé, pero fue inútil, él dijo que prefería que no, no se sentía capaz de amar a un hijo que no fuera suyo.

Fue así como, en medio de nuestra resignación, llegamos a nuestro décimo aniversario. Empecé a prepararlo todo con un mes de anticipación. Quería sorprenderlo con un viaje al mismo lugar donde habíamos pasado nuestra luna de miel.

Aprovechando que me llamó para decirme que trabajaría hasta tarde, fui a la agencia de viajes, compré los boletos de avión y reservé el hotel con anticipación, quería asegurarme de que estuviera disponible la misma habitación, necesitaba que todo fuera perfecto.

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