Ámame maldito CEO
Capítulo 69

Capítulo 69: 

“Lo siento… tuve miedo”.

Él besó sus labios, esta vez el beso fue dulce.

“No tengas miedo, si quisiera lastimarte, no te tendría aquí, déjame hacer mi trabajo, o te ataré a la cama”.

Ella le miró con ojos grandes y asustados y él rio.

Otra vez, se acercó a ella, y besó su frente.

“Confía en mí, tengo solo un objetivo en mi mente”.

“¿Cuál?”

“Quiero que grites mi nombre, en medio de una oleada de placer”.

Ella sintió que no podía más.

Él fue acariciándola, mientras su lengua hábil y caliente recorría su cuerpo hasta llegar de nuevo por su se%o.

Sintió de pronto la suave caricia, que comenzaba a darle un placer descomunal.

Él lamía, succionaba su cl!toris, haciéndole sentir tanto goce.

Ella sujetó de las sábanas, pero sentía que no podía más.

Estaba disfrutando tanto, que se dejó llevar.

Estaba relajando todo su cuerpo, entregándose al delite de las sensaciones.

G%mía, jadeaba y él la escuchaba, mientras seguía haciendo lo suyo, necesitaba escucharla gritar.

Necesitaba verla gozar.

Observó sus pechos, decorados por sus pezones erguidos.

Eran como dos botones de rosas.

De pronto Merybeth sintió que todo su cuerpo se tensaba, que iba a estallar.

No podía más.

G!mió tan fuerte.

“¡Oh, Sean!”

Exclamó entre sus gritos, mientras sentía el org%smo que, en espasmos de placer, explotaba en su v%gina, recorriendo todo su cuerpo.

Sean sintió como se corría y sonrió, mientras se alejaba, humedeciendo sus labios, pensaba en ella, era tan hermosa verla así.

Quería tenerla.

Podía hacerlo.

Podían ser uno solo.

Estuvo a punto, pero…

‘No, no puedo sucumbir, no caeré en mi propia trampa, nunca seré una nueva presa’

Él se levantó y caminó al baño.

Merybeth se quedó ahí, rendida y tendida en la cama.

Su cuerpo temblaba.

Sus piernas también.

Pero su mente y su cuerpo estaban satisfechos.

Cuando Sean volvió a la cama, Merybeth dormía, cobijada por una manta, pero aún desnuda.

Él la observó un momento.

Era como una muñequita de porcelana.

Sí, era muy bella, pero, Sean tenía una regla en su vida.

Nunca guiarse por la belleza de una mujer, porque lo bello podía ser falso, si no provenía del interior.

Sean se recostó.

Su cabello aún estaba húmedo, había terminado su propio placer en el baño, y solo pensaba en Merybeth, pero no se atrevía a hacerla totalmente suya.

Cuando se recostó, ella se giró a abrazarlo.

Su cabeza se apoyó en su pecho, y él no pudo escapar.

Incluso si quiso alejarla, no se sintió tan fuerte para hacerlo.

Ella dormía como un bebé recién nacido, pero él no podía.

Solo pensaba en la vida.

Jamás quiso casarse y hacer un lazo con la que fuera su esposa.

Esperaba que todo fuera un acuerdo.

Él conocía de esos matrimonios de contrato.

¡Había hecho esos tratos con sus clientes!

¿Por qué a él le resultó tan mal?

No encontraba la respuesta.

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