Ámame maldito CEO
Capítulo 343

Capítulo 343: 

Mary Bell la miraba impactada.

Era una gran mansión, todo era hermoso por dentro.

“Bienvenida, Señora Hyland”.

“Ah, ya no soy una Hyland, llámeme, Señorita Riley, sí así es, ahora seré Merybeth Riley”, explicó ella con una sonrisa.

Mary Bell sonrió al escucharla.

“¡Vamos, madre! Pongámonos, hermosas, porque hoy, tú y yo, saldremos a bailar”.

“¿A bailar?”, exclamó la mujer con duda.

“¡Claro! Celebraremos que somos libres, y hermosas”.

Mary se rio de sus palabras.

Estaba emocionada.

Mientras tanto en otro lugar…

Sean miró atrás.

Era Orson el que estaba ahí, mirándolo con ojos desconcertados.

“¿Tú? ¿Qué haces aquí?”

Orson sonrió.

“¿Creíste que podrías ocultarme algo? ¿Sabes? Cuando la Tía Brooke estaba tan mal, y estábamos en Malibú, me llamó, una madrugada, estaba tan ansiosa, me habló de ti”.

Sean tenía el rostro mojado por las lágrimas.

Lo miraba con desconcierto.

“¿Qué te dijo?”

“Ella veía en ti a un nuevo hijo, dijo que dios a veces nos quita lo que amamos, para darnos algo nuevo para amar, que detrás de cada cicatriz siempre hay una bendición. Me pidió que te cuidara, tú eras el niño de sus ojos, tal vez era un poco loco, pero siempre he pensado que, ustedes estaban unidos de otra vida. Yo siempre cumpliré con mi promesa, cuidar a mi primo, a mi hermano, tal vez hoy, todos te odien, incluida la mujer que amas, si tu corazón te trajo hasta aquí, cuentas conmigo, sé cuánto sufres”.

Sean bajó la mirada.

Luego cubrió su rostro, llorando.

Orson nunca lo vio llorar tanto, ni siquiera el día de la muerte de Brooke Hyland, ahora Sean de verdad estaba roto.

El tocó su hombro.

Sean se calmó.

“Siento que estoy tan perdido, todo este tiempo, busqué ganar una guerra, perdí el tiempo en venganzas estúpidas, al final, cuando creí ganar, estaba perdiendo, no pude verlo, si una sola vez hubiera abandonado mi orgullo, si alguna vez me hubiese concentrado en la vida, ¿Sería todo diferente?”

Orson lo abrazó.

“La vida es irremediable, Sean, no hay nada que puedas haber hecho, solo existe el ahora”.

Sean no sintió consuelo, pero lo entendió.

Cuando Sean volvió a la habitación, Joe estaba más tranquilo, alzó la vista y lo vio.

“Eres el rey de los idiotas, Sean, ¿Sabes algo? No hubiese hecho lo mismo, si estuviese en tu lugar, me hubiera dado lo mismo, es más, me hubiese alegrado de que ya no fueras un rival para mí”

Sean le miró con dolor, tragó saliva.

“No eres así”.

“Nunca lo sabremos”.

“Joe, vamos a casa, a nuestra casa, al hogar del Abuelo Metín”.

Joe lo miró a los ojos, de pronto lágrimas corrieron por sus mejillas.

“Ella sufre por ti, y soy el culpable”.

Sean se acercó.

“Ella es Merybeth y ella transforma la tristeza en alegría, no morirá por amor, ni por ti, ni por mí, ella está bien”.

Joe limpió sus lágrimas y tuvo que reconocer que tenía razón.

“AIgún día reconocerás que yo no valía la pena para tanto sacrificio”.

Sean sonrió suavemente.

“AIgún día diré que valió toda la maldita pena estar cada segundo con mi hermano”.

Joe respiró profundo.

Sean trajo la silla, para Joe era un golpe terrible usarla.

Se volvió valiente, y Sean lo ayudó.

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