Capítulo 348:

Los ojos de Raegan se abrieron de par en par al ver su atractivo rostro tan cerca.

Al darse cuenta, se enfureció. No podía comprender su atrevimiento. Volvía a comportarse como un granuja.

Mitchel había metido la lengua en la boca de Raegan, provocando que ella cerrara los ojos y apretara ferozmente su lengua intrusa.

Un instante después, el inconfundible sabor de la sangre se extendió por sus bocas.

Una sonora bofetada le siguió con prontitud. El sonido de la palma de la mano de Raegan golpeando la mejilla de Mitchel fue nítido y reverberó en la habitación.

Fue como si todo a su alrededor se hubiera congelado en ese momento.

Haciendo gala de su ira latente, Raegan pisó con fuerza el pie forrado de cuero de Mitchel.

Desgraciadamente, pareció tener poco impacto, ya que él no mostraba ningún signo de incomodidad en el rostro.

Raegan se arrepintió de haber optado hoy por los zapatos planos. Los tacones habrían sido más eficaces. «Señor Dixon, si sus deseos son tan insaciables, vaya a buscar a su amada Lauren. ¿Tiene que insistir en molestarme?»

Mitchel tenía una marca carmesí en el rostro, por lo demás apuesto, y un leve rastro de sangre en la lengua. Sus ojos oscuros se entrecerraron y su voz contenía a la vez la ira y la contención. «No quiero a nadie más que a ti».

«Pero yo no quiero nada contigo. No me gustas. No te conozco. Te desprecio. ¿Está suficientemente claro para ti? ¿Puedes entenderlo ahora?» Los ojos de Raegan no revelaban más que asco e irritación, desprovistos de cualquier emoción. Ni siquiera un destello.

Observar esto rompió el corazón de Mitchel en pedazos. La mirada alegre que solía lanzarle se había transformado en pura aversión.

No obstante, Mitchel se aferró firmemente a la mano de Raegan.

Raegan lanzó un severo ultimátum: «¿Me sueltas o llamo a las autoridades?».

Un dolor punzante persistía en el pecho de Mitchel, que soltó una risita amarga de ira melancólica. «Adelante, llama a las autoridades».

Raegan se quedó de pie, momentáneamente sin palabras. Sus palabras no eran más que una amenaza verbal. Sin pruebas concretas, sabía que era inútil involucrar a la policía.

Raegan volvió la mirada hacia Mitchel, con voz fría. «Señor Dixon, ¿siente algo por mí?», preguntó bruscamente, cambiando de tema.

A Mitchel le pilló desprevenido y su nuez de Adán se movió notablemente al responder: «Sí, por supuesto. ¿Por qué si no iba a hacer todas estas cosas?».

Su mente se remontó a los esfuerzos que había hecho para orquestar sus encuentros, haciéndolos parecer accidentales. Si Raegan no le importaba, ¿por qué iba a llegar tan lejos?

La respuesta de Raegan fue una risa desdeñosa. «Pero a mí me parece que tu interés por mí es sólo porque me parezco a tu antigua esposa.

Después de todo, hace cinco años que no os veis. ¿Y si un día pierde su interés, Sr. Dixon? ¿Me desechará como basura o me mantendrá encerrada en casa?».

Mitchel sintió un fuerte dolor en el pecho al oír sus palabras. Su voz, tensa y áspera, rompió el silencio. «Raegan, las cosas no son así.

Nunca te trataría así. Eres mi esposa, y nadie puede ocupar tu lugar…».

Al oír esto, Raegan sintió un dolor punzante en la cabeza. Respiró hondo para tranquilizarse y respondió: «En tus recuerdos, soy tu mujer. Pero no recuerdo nada de ti. Para mí, eres un extraño. Y odio cómo me impones las cosas, justificándolo con que somos pareja. ¿De verdad crees que esto es justo para mí?».

La voz de Raegan era fría e inquebrantable, haciendo que el corazón de Mitchel se rompiera en pedazos. Sus ojos perdieron el enfoque y no pudo pronunciar palabra durante un largo rato.

«¿Es ésta su forma de preocuparse, señor Dixon?». Los ojos de Raegan brillaron con desprecio mientras añadía: «Así que tu amor no es más que exigencias egoístas, ignorando los sentimientos de los demás».

Abrumado por el intenso dolor, Mitchel aflojó el agarre de Raegan.

El corazón le pesaba tanto que le costaba respirar.

«Raegan…» Intentó explicarse, decir algo. Su mente estaba inundada de pensamientos. Pero estas palabras no tenían sentido para Raegan.

Después de todo, había perdido la memoria de su pasado común. No podía comprender sus palabras y, lo que era más importante, había terminado de escucharle.

Mientras tanto, Raegan no podía soportar más el inexplicable dolor en su cabeza. «Señor Dixon, para mí usted es sólo un extraño. No siento nada por usted. Independientemente de nuestro pasado, no sé nada de usted.

Por favor, no me obligue a nada, o podría empezar a odiar sus entrañas».

Con esas palabras, Raegan se dio la vuelta y se alejó, sin mirar atrás ni una sola vez. Se movió con rapidez, deseosa de no mostrar ninguna incomodidad delante de Mitchel.

Pero en cuanto Raegan salió de la habitación, su conciencia empezó a desvanecerse.

Sentía como si una criatura salvaje le desgarrara la cabeza. El golpe le dejó la cabeza dando vueltas y la visión borrosa.

Las palabras de Mitchel resonaron en su mente, mezclándose con sus propios pensamientos. Por un momento estuvo a punto de recordar algo, pero luego se le escapó.

Un profundo sentimiento de frustración la atormentaba de forma intermitente.

El caos en su cabeza llevó a Raegan al borde de la locura. Tembló sin control y empezó a desplomarse.

Justo cuando estaba a punto de caer al suelo, una mano fuerte y cálida la atrapó. Entonces, oyó débilmente la voz de Stefan. «Raegan, ¿estás bien?»

Stefan protegió a Raegan del viento, estrechándola contra su pecho en un abrazo protector.

Bajo la luz de la calle, el rostro de Raegan brillaba, dándole una apariencia angelical.

«Stefan…» susurró Raegan débilmente, como si aquellas palabras le quitaran todas sus fuerzas.

Con voz tranquilizadora y firme, Stefan la tranquilizó: «No te preocupes, Raegan. Tranquilízate. Te ayudaré a subir al coche».

Su voz tranquila y su presencia reconfortante, combinadas con su aura intelectual, ayudaron a Raegan a calmarse. Stefan la cogió suavemente de la mano, su alta figura la protegía como una barrera protectora.

Todo el ruido circundante parecía desvanecerse, bloqueado por su presencia. Esto dio a Raegan una sensación de seguridad y fuerza interior.

Calló y dejó que Stefan la ayudara a subir al coche.

Mitchel, que se apresuraba a seguir a Raegan, fue testigo de este emotivo momento.

De repente, sintió como si una fuerza invisible le oprimiera el corazón. Retrocedió tambaleándose unos pasos hasta que ya no tuvo adonde ir.

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