Una mamá psicóloga -
Capítulo 37
Capítulo 37:
POV Jeremías
Camino furioso hacia las habitaciones, pero tanto la cama de mis hijos como la de mujer siguen intactas.
Trato de llamarla una vez más, pero su móvil continúa apagado, así que rasco mi cabeza intentando no ponerme histérico.
Me repito que están con Lizbeth y que no podría pasarles nada.
Así que después de unos diez minutos de estar reflexionando bajo el agua caliente, decido ir por mis propios pies a buscar a mi mujer y mis hijos.
Salgo del baño con prisas y estoy a punto de comenzar vestirme cuando escucho pasos subiendo rápidamente las escaleras.
La risa femenina que viene detrás de esos pasos me dice que Lizbeth al fin se ha dignado aparecer y aunque eso me ha quitado un terrible peso de los hombros.
Ahora estoy terriblemente molesto con que se hubiese marchado sin decirme una sola palabra.
“¡Lizbeth!”
Mi voz sale demasiado furiosa.
Camino hacia el pasillo donde ella se ha quedado prácticamente congelada y ni siquiera me molesto en mirar a los niños antes de tomarla de la mano para arrastrarla a mi habitación.
Cierro la puerta un minuto antes de soltarla en el medio de mi cuarto y el rostro preocupado ahora muestra una expresión igual de molesta que la mía.
“¿Qué haces?”
“¿Qué hago?”, le grito.
“¿Qué haces tú pasando la noche con mis hijos fuera de casa sin contestar mis malditas llamadas?, ¡Explícame!”
“Fuimos con el doctor, pero los llevé a casa de mi madre y terminamos durmiendo ahí, pensé que no habría ningún problema, dijiste que podía…”
“¡Dije que me avisaras!”, le respondo.
“¿Tienes idea de lo preocupado que estuve?”, niego.
“No me preocupa que estuvieran contigo, me preocupaba que hubiese sucedido algo”
Masajeo el puente de mi nariz.
“Después de todo lo que ha sucedido lo último que necesitaba era que mis hijos desaparecieron sin poder saber dónde estaban, ¿Me entiendes?”
La mujer frente a mí me mira completamente en silencio.
Su barbilla comienza a temblar y veo las lágrimas caer de sus ojos sin control.
Me siento entonces como un desgraciado y no sé qué hacer mientras la chica frente a mí comienza a sorber por su nariz.
“Lo siento, mi móvil se apagó y no pensé que te preocuparías tanto yo, no tenía intención de hacer esto, comprendo que te preocuparas, pero…”
No puedo contenerme.
No puedo escucharla, disculparse cuando después de todo mis hijos están a salvo y ella no es responsable de absolutamente nada.
Además, no me siento capaz de vivir sabiendo que la he hecho llorar.
Por algún motivo mi cuerpo se mueve por sí solo, la arrastro hasta mi pecho sin decir absolutamente nada y me molesta que el olor de su jabón haya cambiado.
Ella deja de lloriquear un momento.
Sus ojos se encuentran con los míos.
Ese algo que flota entre los dos se mueve lentamente por cada célula de mi cuerpo, mis pulpares acarician sus hombros sin que pueda evitar disfrutar del delicioso tacto que posee su piel y clavo, mis ojos en los labios deseables con ese tono rosa natural tan tentador.
“Solo voy a decir que esto no es un error”.
Ella me mira con duda en su mirada, muevo mis manos a su rostro.
Me pierdo un instante en la mirada extrañamente curiosa de mi esposa.
No es buena idea y puede que esto solo haga las cosas complicadas, pero quiero probar una vez más el néctar de sus labios.
Quiero sentir esa emoción que hacía años no sentía y sobre todo por algún motivo siento que esta es la mejor forma de disculparme por hacerla llorar.
La respiración acelerada de mi esposa acaricia mis labios antes de que los míos golpeen deseosos los suyos.
Mis dientes tiran dulcemente de su labio inferior y mi lengua pide con pequeños toques el permiso a sus labios.
Ella sujeta mis brazos antes de dejarme entrar en el interior de su boca.
Exploro cada lugar dentro de ella mientras el calor en mi cuerpo aumenta gradualmente, mis manos dejan su rostro.
Mi boca devora la suya sin piedad mientras exploro las curvas de su delicada figura hasta el borde de su falda y subo lentamente la prenda.
La dulce textura de su tercero se siente un segundo después contra mis manos, mi esposa me sujeta con fuerza de los brazos y ella jadea contra mi boca con necesidad.
Mi dura masculinidad se endurece aún más cuando la insto aplazar una de sus piernas.
No recuerdo cuándo fue la última vez que hice algo como esto, pero no pudo parar, no quiero parar y definitivamente si ella no me detiene, yo voy a explorar cada lugar que mis manos puedan tocar.
El mundo desaparece cuando mi mujer clava sus uñas en mis omoplatos, sus piernas me rodean mientras seguimos fundiéndonos en un interminable beso que ha hecho al mundo desaparecer más allá de los dos y solo cuando esa molesta música comienza a sonar lejanamente en nuestra pequeña burbuja de placer me doy cuenta de lo que realmente estamos haciendo.
Lizbeth, parpadea confundida.
Sus ojos anhelantes se dilatan cuando reconoce el sonido y siento mi corazón desacelerar cuando ella cubre sus hinchados labios con sus manos.
Pierdo el equilibrio cuando mi esposa intenta apartarse, mis piernas dan algunos pasos por instintos y caigo sobre mi esposa sobre el colchón de mi cama.
El sonido que ahora se es una alarma sigue sonando.
La mujer conmocionada bajo mi cuerpo no dice absolutamente nada, pero sus ojos están fijos hacia el sur de nuestros cuerpos.
Mis ojos se mueven también en esa dirección y siento que la sangre que antes fluía ardiente hasta mi miembro comienza a hacerlo con más velocidad.
La toalla que rodeaba mi cuerpo ha desaparecido, la delicada prenda que cubre la feminidad de mi mujer está rozando íntimamente mi carne y noto entonces el delicado piercing en el ombligo que no imaginé podría tener mi mujer.
También me pregunto cómo su falda termino unos centímetros más arriba de su ombligo, pero supongo que eso no importa ahora.
“Oh cielos…”, jadea ella.
Su mirada se encuentra con la mía y mientras su rostro comienza a ponerse rosa tengo que contenerme para no restregarme sobre el cálido lugar en que mi masculinidad descansa.
Ella jadea una segunda vez.
Siento mi cuerpo vibrar aún más ansioso debido a ese pequeño, pero tentador sonido y solo cuando el tono de llamada de mi propio celular se une a la irritante alarma soy capaz de apartarme de su cuerpo.
“¡Esto…!”
Mi mujer baja su falda rápidamente.
“Esto…”
“Dije que no que un error”, la miro.
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