Una madre de alquiler -
Capítulo 176
Capítulo 176:
Llegado el amanecer, Amanda se despertó con mucho sueño y fue a asearse. Le dio un beso a Lucy, que dormía como un ángel, pero, como era muy temprano, no se despidieron de nadie. Cuando abordaron el avión, ella estaba muy nerviosa y temblaba, así que Anthony la guio hasta los asientos, se acostó con ella y durmieron. Logró descansar un poco y solo se despertó cuando la azafata anunció que iban a aterrizar y que debían acomodarse en los asientos”.
“¿Estás lista?” preguntó Anthony.
“Sí”.
“Te amo”.
“También te amo”.
Ella lo tomó de la mano y fueron hacia el auto que los estaba esperando para ir camino al hotel. Cuando llegaron, Anthony ordenó el almuerzo a la habitación, pues ya eran las dos de la tarde, pero Amanda casi no podía probar bocado de la ansiedad. Terminaron de comer, se alistaron y fueron a casa de los padres de ella.
Se detuvieron frente al lugar, Amanda habló con el guardia de seguridad y él los dejó entrar. Tocaron el timbre y esperaron.
“Tranquila, todo saldrá bien” dijo Anthony.
“No me dejes sola”.
“No lo haré”.
“Gracias”.
Se abrió la puerta, respondió una criada y, al ver a Amanda, la abrazó de inmediato.
“Te extrañé, Gal” dijo ella.
“¡También te extrañé mucho! Pasa”.
“¿Están mis padres?” preguntó.
“Sí, están aquí”.
La chica respiró hondo y entró mirando la casa: todo seguía igual, era como si se hubiera ido el día anterior. Salió de sus pensamientos al escuchar un grito y ver que su padre iba hacia ella, enloquecido.
“¿Qué haces aquí?” exclamó.
“Papá…”
“¡No te quiero aquí!”
“Daniel, ¿Qué es esto?” preguntó Teresa mientras se acercaba”. Ah, Cielos”.
“Te dije que no volvieras, eres una vergüenza para la familia” sentenció Daniel.
“¿Podría calmarse? Es su hija la que está delante de usted” intervino Anthony.
“¿Quién crees que eres? Le hablo como quiero”.
“Soy Anthony Collins, ¿Ha oído hablar de mí?”
“¿Collins? Conozco ese apellido” reflexionó el hombre.
“Hijo de Geoffrey Collins”.
“¿Qué haces aquí, y con ella, por cierto?”
“¿Podemos hablar?”
“Podemos, pero ella se va”.
“Ella se queda, el asunto es sobre ella. No debe echarla sin saber por qué volvió aquí”.
“Tienen cinco minutos”.
Amanda estaba llorando mientras miraba a su madre con mucho anhelo y cariño. Teresa lloraba al verla, pero no tomó posición. Fueron a la sala y se sentaron en el sofá, luego Anthony tomó un sobre personalizado de la bolsa y Amanda se lo entregó a su padre.
Daniel lo abrió, aunque no le gustaba nada de lo que estaba pasando, y vio que era una invitación a la boda de su hija.
“¿Te vas a casar con ella?”
“Exacto” afirmó Anthony.
“¿Es un chiste? Eres el hombre más rico que conozco, ¿Cómo te vas a casar con ella? Ya perdió el honor. No me digas que se embarazó”.
“Es consciente de que está hablando de su hija, ¿Verdad? Lamento decirle que, aunque yo soy su prometido y usted es su padre, eso no le da derecho a atacarla así sin saber de lo que habla”.
“Vámonos” suplicó Amanda.
“No, siéntate. Solo me iré de aquí cuando escuche de su boca que no se avergüenzan de su hija” insistió Anthony.
“No diré eso” afirmó Daniel.
“Ahora no, pero lo hará después de que hablemos. Les contaré una historia” continuó Anthony.
“Un martes, conocí a una mujer encantadora, se veía hermosa con sus ojos oscuros. La entrevisté para un trabajo de secretaria, pero, en realidad, era para otro trabajo.
Estuve casado, deben saberlo, pero mi exesposa me abandonó con una hija de pocos días, por lo que me desviví para criar a la pequeña y no dejar que muriera de hambre. Mi hija creció y vi que necesitaba una madre, pero no quería volver a casarme, pues había cerrado mi corazón, así que le propuse un contrato a esa mujer para que fuera la madre de mi hija, pero ella no lo aceptó en el momento.
Sin embargo, cuando conoció a mi niña, decidió aceptar el trabajo y las dos se hicieron amigas; tenían una conexión inexplicable y mi familia la quiso desde el instante en que la conoció. Es una mujer fuerte, honesta, bella, educada, respetuosa, amable, con un corazón de oro.
Sentí que mi alma se abría de nuevo. Tomó un tiempo, pero me di cuenta de que estaba rendido ante ella. Nos acercamos, pero era muy reservada, no quería un hombre a su lado. Yo sabía que tenía un trauma del pasado y fui paciente hasta que decidió hablarme por su propia voluntad”.
“¿Y qué pasó?” preguntó Daniel.
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