Un destino difuso -
Capítulo 8
Capítulo 8:
‘Debo ser fuerte’, pensó.
‘No soy la primera mujer que un hombre toma a la fuerza y sin amor’
‘Debo engañarlo y hacerle creer que me estoy enamorada de él mientras encuentro la forma de escapar’
‘Debo ganarme su confianza’.
Intentó mentalizarse.
Fabiana tenía la certeza de que si se negaba le iría peor.
Hizo acopio de todo su autocontrol.
‘Al menos mi primera vez será con mi esposo’.
“Llegamos Fabiana”
La voz de Alejandro rompió el silencio.
A lo lejos ella pudo ver una reja que se levantaba imponente y hermosamente labrada en hierro forjado mientras se escuchaba el sonido de los perros.
‘¿Cómo escaparé? Esa casa parece Alcatráz’
La reja se abrió dando paso al vehículo que se detuvo frente a la casa.
“Quédate cerca de mí”
Le advirtió Alejandro, pero ella no comprendió el porqué, así que simplemente echó a andar hacia la entrada, estaba harta de recibir órdenes.
Cuatro enormes mastines, unas bestias furiosas y feroces que protegían la hacienda, se le abalanzaron encima a la recién llegada.
“¡Auxilio! ¡Alejandro…!”
Fabiana gritó con todas sus fuerzas y echó a correr, los animales solo veían a un intruso que debían atacar como habían sido entrenados.
“¡Oh no, van a comerme! Están destrozando por completo mi vestido”
Los perros gruñían, alaban y rompían con sus dientes el tul de la falda, como si de alguna manera le estuvieran presagiando un futuro doloroso en esa casa.
“¡Alto, cálmense!”
Ordenó Alejandro.
“¡Sentados! ¡Máximo, Thor, Furia, Ares! ¡Tranquilos! ¡Vengan acá!”
Pero lo perros no lo escucharon y siguieron con su festín.
Fabiana estaba horrorizada y llorando.
Había intentado golpearlos con los puños y quitárselos de encima pero solo logró que la mordieran.
“¡Señor, haga algo!”, gritó el chofer.
“Mordieron a su esposa en los brazos, está sangrando, y le arrancaron las mangas del vestido. ¡La van a destrozar!”
“¡Mi cabello…!”
Uno de los perros le mordió el alto moño y cuando haló los dientes se le enredaron soltándole la melena y llevándose un largo mechón de cabello.
“¡Basta!”
Silbó.
“¡Deténganse ya! ¡Estúpidos pulgosos!”
Fabiana se dejó caer al suelo agotada, estaba pálida, su corazón latía tan rápido que por poco pierde la conciencia.
Respiró y determinada a salir de allí y ponerse a salvó, se puso en pie e hizo el intento de correr hacia la casa.
Los perros que se habían sentado levantaron las orejas y comenzaron a gruñir de nuevo mostrando sus afilados colmillos.
Los brazos de Fabiana sangraban por un par de largos cortes.
“¡No corras o harás que los perros te ataquen de nuevo! No vuelvas a alterarlos de esa forma. Fabiana lo miró estupefacta. ¿De manera que ella era la culpable? ¡Cínico!”
“¡Claro! Te importan más tus estúpidos perros que tu esposa a la que casi despedazan”.
“¡No es así Fabiana! No me malinterpretes..”.
Alejandro en realidad estaba muy preocupado por la primera impresión que ella estaba teniendo de su nuevo hogar.
Cuando se llevaron a los perros Fabiana caminó torpemente hasta la puerta de la mansión, estaba adolorida y no paraba de tambalearse por el susto.
“Los dientes no paran de castañearme”, comentó suavemente.
Su desgarrado vestido de novia estaba hecho girones.
Iba sosteniéndolo en las manos como podía pero cuando pisó los escalones se tropezó con los pedazos de tela que iban colgando.
Terminó de rasgarlo y desprendió la falda desde la cintura.
“¡No…!”
Se le deslizaron las lágrimas por las mejillas.
“¡Que torpe soy!”, murmuró bajito, solo para ella.
Fabiana se sintió derrotada y humillada. Haló la tela para cubrirse las piernas que le habían quedado desnudas, pero era inútil no había un solo pedazo de tela que hubiera quedado indemne del ataque de los perros.
Alejandro que no supo cómo reaccionar de la impresión, no podía creer que su mujer tuviera tan mala suerte, solo atinó a reírse sin parar por largos minutos.
No era burla, era nerviosismo y torpeza. Simplemente no sabía cómo tratar a su esposa con amabilidad y gentileza porque no eran cualidades que él soliera usar.
“¡Te burlas de mí!”
La mujer se limpió el rostro y se paró tan recta como pudo y el malestar de su cuerpo se lo permitió, y lo miró desafiante con la barbilla alzada.
“No… me sorprendes..”.
Era cierto.
Había comenzado a admirarla en secreto.
“Toma mi saco, cúbrete con él, hace frio aquí afuera”.
Fabiana se lo arrancó de la mano, estaba disgustada con él por todo lo que le estaba pasando, lo culpaba directamente de sus males.
“Bienvenida”
Y le dio paso para que ella avanzara primero y subiera las escaleras que llevaban a la habitación. Tendría que atender sus heridas primero antes de ponerle un dedo encima.
“¡Lo siento!”, dijo bajo.
Pero Fabiana no lo escuchó, ya iba llegando al segundo piso.
‘Parece que no he parado de equivocarme contigo desde el principio. Debes odiarme…’ pensó él para sus adentros.
Fabiana iba concentrada en sus propios pensamientos, nunca imaginó que su vida daría un giro tan profundo e inesperado.
“Me espera un destino incierto…” susurró antes de entrar a la habitación de Alejandro.
Alejandro levantó los hombros, la bienvenida de los canes había puesto la guinde del pastel, y siguió hacia el vestíbulo que llevaba a una enorme sala comedor con pisos de mármol y cubierto con una fina alfombra persa.
Todo decorado con buen gusto.
Muebles y cortinas costosas de color blanco con dorado que le daban a la estancia una apariencia sobria y elegante.
Y luego dirigió sus pasos a la amplia escalera, también en mármol incluyendo sus cómodos pasamanos y por supuesto vestida con una alfombra que encajaba a la perfección con la del comedor.
Allí estuvo por largo rato hasta que decidió que debería subir.
Mientras tanto, Fabiana que ya estaba cansada con aquel teatro; y cuyos los pies le dolían como el demonio no había podido cambiarse ni de zapatos en toda la noche…
¡Y así este troglodita la había hecho caminar a su paso!
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