Un destino difuso -
Capítulo 40
Capítulo 40:
“Ella lo que tiene es un severo caso de estrés, todos los síntomas que la señora está presentando son un claro ejemplo de que ella no vive en las condiciones aptas para tener salud mental y psicológica, y esto afecta la salud física, voy a pedirle que se realice unos estudios hematológicos, pero casi estoy seguro de que tiene las defensas bajas..”.
Alejandro se mordía el labio inferior y apretaba las manos en puños tratando de mantener la calma, quería saltarle encima al Doctorcito por ser tan atrevido.
¿Cómo se le ocurría decir que su mujer no tenía las condiciones para estar tranquila?, ahora lo que faltaba era que le echara la culpa a él.
“Señor… perdón, ¿Cuál es su nombre?”
“Alejandro”, respondió poniéndose alerta.
“Señor Alejandro, usted debe prestar especial atención al estado anímico de su esposa, porque depende de usted, es claro que ella presenta los síntomas después de convivir con usted”.
Alejandro cerró la boca hasta que terminó la consulta, pero de no ser, porque estaba seguro de que Fabiana no había salido de su casa, aseguraría que había hablado antes con el médico.
Parecía que se hubieran confabulado todos en su contra.
¡Qué carajo era esto!.
El médico le daba carta abierta a Fabiana para que siguiera fastidiando.
Tenía que tomar esto con calma o estallaría y pondría la torta.
La incomodidad que sentía era evidente.
En su mente se agolpaban razonamientos como: ‘Yo hubiera permitido que Amalia entrara con ella a la consulta, así me hubiera evitado esta rabia, y esta humillación… pero no, mejor que no… estas mujeres al verse solas, quien sabe qué le hubiera dicho al médico…’
‘¡No, jo… me pusieron entre la espada y la pared…!’
‘Fabiana logró salirse con la suya… ¿Oh será que lo que dicen, es verdad, la presione demasiado…? Ah, ¡No sé… yo nunca fui niñera de nadie! Bueno, esperaremos a ver qué pasa…’
Distraído en sus cavilaciones, alcanzó a entender a medias lo que el médico le decía a Fabiana:
“Aquí tiene estas órdenes para que se haga los exámenes, y estos récipes. Le formulé vitaminas, estimulante del apetito y unas gotas que le ayudaran a calmar su ansiedad. Nos veremos en una próxima consulta, me trae los resultados, y en razón a eso le haremos otras evaluaciones de ser necesario”, terminó el doctor.
“Que pasen buen día”.
“Muchas gracias, doctor, buen día también para usted”.
Alejandro saltó de la silla como con un resorte y extendiendo su mano al médico, se despidió entre dientes y salieron del consultorio.
Afuera, Amalia los esperaba con expectativa, sentada en la salita de estar del consultorio, mientras que los hombres de Alejandro estaban retirados cerca de la escalera, a prudente distancia.
“¿Cómo les fue, qué les dijo el médico?”
“Todo bien, Amalia, el médico me dice que es el estrés el que me está produciendo todos estos síntomas, me dio una serie de recomendaciones y me mandó exámenes de control, debo volver cuando estén listos los resultados”.
“A bueno, amiga, tenemos que seguir las instrucciones del doctor para que te mejores rápido. Por ahora vamos al laboratorio a ver si de una vez te toman las muestras”.
Alejandro escuchaba sin añadir comentarios al respecto, pero sí aprovechó para dirigirse a Amalia.
“Yo, como te dije, tengo un compromiso con papá en la joyería, me debe estar esperando. Te pido el favor que acompañes a Fabiana en todas las vueltas, y nos vemos en la tarde en la casa. Te dejo las tarjetas de pago. Ahí quedan mis hombres para acompañarlas y para cuidarlas. Te agradezco por todo, Amalia”.
“Está bien, no te preocupes, estaremos en contacto”.
Una vez hecha la diligencia del laboratorio y cancelado todos los servicios, se retiraron del lugar.
Amalia aprovechó la coyuntura para dar un tour con Fabiana, por los mejores centros comerciales de la ciudad, comunicaron sus intenciones a los empleados de Alejandro.
Pero estos no movieron un músculo, hasta no consultar telefónicamente con su patrón.
Una vez cumplido el protocolo y obtenido el permiso; se encaminaron hacia donde las chicas les indicaron.
Fabiana se olvidó de mundo.
Entraron a un elegante salón de té a deleitarse con alguna exquisitez, mientras era la hora del almuerzo.
Al salir de allí, visitaron tienda por tienda, midiéndose, modelando la una a la otra, coqueteando con el espejo, riéndose con toda libertad y comprando ropa y zapatos a su antojo.
Fue la verdadera fiesta de esparcimiento que Fabiana tanto necesitaba ¡Se sentía como nunca!, ya ni se acordaba que se había sentido enferma el día anterior.
Se distrajeron y sacaron tanta partida a su día que se olvidaron hasta de ir a almorzar. Ya para retirarse disfrutaron de un elaborado y exquisito helado, al igual que si fueran dos traviesas colegialas.
…
Llegaron a la casa, cansadas, pero felices, cargadas de paquetes y de regalos; a sus esposos les compraron unas chaquetas acolchonadas de color neutro, para clima frío, muy elegantes.
Y hasta Julia salió beneficiada, con un delicado y calentito suéter de color gris; que le gustó mucho y del cual quedó muy agradecida.
A partir de esta primera experiencia, la tención bajas mucho para Fabiana, la sintió como una brisa refrescante y renovadora.
La rutina del encierro, durante este año, fue traumática, la llevaron a ver, oír, sentir y experimentar, cosas inéditas para ella, marcándola profundamente; enseñándole fuertes lecciones de vida que la obligaron a alcanzar una madures prematura, que la estaba endureciendo poco a poco.
Y algo muy importante:
La enseñó a dar valor a las cosas simples y sencillas, que cuando se tienen en la cotidianidad, ni siquiera somos conscientes de gozarlas como; disfrutar de un café en un lugar público, codearse con mucha gente sin que apenas ellos percibieran su presencia.
Esta situación tan corriente para cualquier persona, para ella tenía especial relevancia, ya que en el tiempo que llevaba de casada, estaba vigilada y daba cuenta a su esposo, de cada uno de sus movimientos.
Consentirse comprando algo que le gustara y lucirlo coqueteando, jugando frente a un espejo, riéndose sin miedo y siendo dueña de su tiempo.
‘Ah… y el sabor de ese helado… ¡Era algo sublime!’
Mil veces disfrutó comer helado de un sinfín de sabores; en compañía de su madre. Pero el que había saboreado hoy, mmm… ese era de otro nivel, le supo a gloria…
¡Le supo a libertad!
Subió corriendo la escalera, se veía llena de energía, parecía que la salida al mundo exterior, hubiera actuado en ella, con los efectos de un elixir milagroso; hasta su rostro estaba radiante, y su apetito a la hora de la cena hablaron de su mejoría, más que mil palabras.
Las siguientes semanas fueron de intenso trabajo en la hacienda de la Familia Cruz. Alejandro llevó a los hombres hasta la fatiga, con largas jornadas de entrenamiento; para poder alcanzar la meta de tener hombres preparados para la maniobra que se avecinaba, según los planes acordados con Odín.
Este era el primer motivo; el segundo: Era, que una vez distribuidos los hombres, la hacienda volvería a la normalidad, para el bienestar de todos sus habitantes, en especial de Fabiana.
No quería que su suegro pensara que él era el culpable de la incomodidad de la chica; y el mediquito ese… de su enfermedad.
Una vez estuvieron listos los resultados de los exámenes clínicos, hechos a Fabiana, fue notificado a Alejandro vía telefónica y se agendó su cita con el médico.
“Buenos días, doctor”.
“Buenos días, Señora Cruz, señor. Siéntense por favor. Vamos a ver los resultados… mmm… tiene la hemoglobina un tanto baja… los demás valores están bien, y la veo más recuperada, tiene mejor semblante”, comentó aguzando su mirada enfocándola al rostro de Fabiana.
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