Un destino difuso
Capítulo 38

Capítulo 38:

“Pero a la larga veremos quién gana la batalla, si tú con tu tonto razonamiento y tu estúpida posición o yo con mi fuerza… vamos a cenar temprano; porque hoy comenzamos a trabajar en este proyecto”.

Uff… que rabia…

¡Quién podía hacer entrar en razón a este animal!

Estaba acostumbrado a dominar y avasallar el derecho de los demás.

Las semanas siguientes estuvieron comprometidas con el entrenamiento, no solo de los noveles jóvenes reclutados del barrio, sino de los hombres que tenían el compromiso de infiltrarse dentro de las filas del movimiento irregular conocido como los chinos.

Uriel y sus hijos, tuvieron una agenda apretada, reuniones, iban y venían, carros, iban y venían; la hacienda de los Cruz parecía un cuartel, pero en este caso en particular ese cuartel se había convertido en la universidad del sicariato y del crimen.

La rutina diaria de los habitantes regulares de la casa, estaba alterada, por esta inusual y pesada actividad.

Fabiana se veía imposibilitada de salir a disfrutar de su anhelado paseo matutino con sus queridos perros, de ir a nadar, a practicar tiro al blanco, entre otras pequeñas actividades que la mantenían distraída y le facilitaban el encierro en aquel lugar que ella consideraba su cárcel.

Para colmo ya no podía pasar tiempo con su amigo Hugo, porque Alejandro lo tenía comprometido tiempo completo.

Tampoco la motivaba salir a codearse o interactuar, de alguna manera, con este tipo de personas, con las que no sentía ninguna afinidad; esto, por un lado, por otro, ni siquiera se atrevería a intentarlo porque Alejandro nunca se lo permitiría.

Fabiana se sentía más asfixiada que de costumbre, estaba irritable y sus nervios a punto de colapsar, perdió el apetito y empezó a bajar de peso drásticamente.

En medio del ajetreo del momento, Alejandro no se había percatado del desmejoramiento de su esposa, hasta que esta se desvaneció, perdiendo el conocimiento y cayendo largo a largo en el piso de la cocina a la hora del almuerzo.

“¡Señora Fabiana!”, grito Julia, muy alarmada.

De inmediato, Amalia se paró corriendo de su silla, dio la vuelta rodeando la mesa y se inclinó sobre Fabiana, alzando su cabeza y dándole palmaditas en la mejilla.

“¡Fabiana…! ¡Fabiana… despierta!”

Entre tanto, Julia corría al botiquín de uno de los baños de abajo, para buscar un algodón empapado de alcohol a fin de darlo a oler a la chica.

Cuando regresó ya Fabiana estaba comenzando a volver en sí, con un rostro demacrado y muy pálido. Amalia, tomando el algodón de las manos de Julia, se lo pasó como a dos centímetros de la nariz de la chica para que el olor la ayudara a recobrar el ánimo.

Entre Julia y Amalia la auxiliaron para que se sentara, mientras se sentía en la capacidad de ponerse de pie. Julia de inmediato le preparó un té de canela con miel para tratar de subirle un poco su presión arterial con el propósito de estabilizarla.

Al cabo de un rato ya Fabiana se sentía un poco mejor, pero todo su aspecto denotaba des mejoría en cuanto a su salud integral.

“Tenemos que avisar al Señor Alejandro, de inmediato, Señora Amalia. Esta joven necesita ser valorada por un médico lo más pronto posible”

Amalia mirándola y pasando su mano por la frente de Fabiana, le pregunta:

“¿Cómo te sientes Fabi… se te pasó el mareo? ¡Nos diste un buen susto, chical”

Fabiana, aun sin color en sus mejillas y con un ligero temblor en el cuerpo que le restaba fuerzas.

Le respondió:

“Bueno… ya me siento mucho mejor… ¡Uff! Se me fue el mundo en un momento. Me duele la cabeza, creo que me golpee. Gracias a las dos por ayudarme, tu tecito estaba Muy rico, Julia, mil gracias”.

Julia, mirándola con aprecio, le dice:

“Ay, mi niña, como dice la Señora Amalia, nos asustaste de verdad, gracias a cielos que no te diste en la cabeza con el filo de la entrada a la cocina, te hubieras hecho daño. Tienes que ir al médico, para que te mande a hacer exámenes y te hagan una buena valoración”.

“Si, Julia, no te preocupes, le diré a Alejandro a ver que dice..”.

Amalia, con rostro de pocos amigos, arrugando el entrecejo y moviendo al dedo índice de la mano derecha, le respondió:

“¡No señora! ¿Cómo así que… qué dice?, ahora mismo lo contacto por teléfono a ver dónde está, para avisarle que estás enferma… ¡A ver que va a hacer!”

“¿Hola?, ¿Quién habla?”

“Alejandro, soy yo… Amalia. Te llamo para informarte que Fabiana acaba de desmayarse, aquí en la cocina. Perdió el conocimiento por unos segundos; creo que hasta alcanzó a golpearse la cabeza. Se ve muy demacrada, creo que amerita que la valore el médico”

“¿Qué?… ¿Cómo así? ¡Explícame!”

“¡Nada, simplemente como acabo de decirte!, ven pronto para que tú mismo la veas”

“Bueno…, yo estoy aquí, en el campo de tiro, con la gente nueva; dejaré encargado a Hugo, para que continúe entrenándolos, y voy para allá”

Le dijo fastidiado de tener que suspender su trabajo por la molesta de su mujer.

“¡Qué problema con esta chica!”

Alejandro, con rostro de preocupado, llamó de inmediato a Hugo, y dándole instrucciones, se retiró rápidamente.

Al llegar a la casa, corrió a la cocina preguntando por su esposa.

“¡Julia!, ¿Dónde está Fabiana, cómo sigue?”

“Ah, Señor Alejandro, la señora está mejorcita, tan pronto tuvo fuerzas se subió a su habitación con la ayuda de la Señora Amalia. Yo le estoy preparando una sopita de pollo; ahora se la subo..”.

Fabiana estaba recostada en la cama, charlando con Amalia, cuando entró Alejandro con mirada interrogante.

“¿Cómo estás amor, qué te pasó?”

Amalia respondió por ella:

“Estábamos almorzando… bueno, corrijo, yo estaba almorzando porque Fabiana hace días que no está comiendo regularmente, de hecho la he visto muy desmejorada últimamente, aun cuando ella no se queja de nada”, le dijo.

“Bueno… volviendo al punto, ella se desmayó repentinamente, no tuve tiempo de impedirlo, primero por la sorpresa, luego porque ella estaba frente a mí. Julia y yo la alzamos como pudimos. La buena noticia es que no le paso nada más grave, y que ya la tenemos aquí descansando”

Y acotó:

“Quiero decirte que, si me necesitas para que los acompañe al médico, estoy a la orden. Tú me avisas. Me retiro a mis habitaciones”

Y dando un beso en la mejilla a Fabiana se despidió.

Alejandro se acercó a Fabiana, examinándola con la vista y sentándose en el orillo de la cama, tomó una mano de su esposa.

“¿Por qué tú no me habías dicho que te sentías enferma?”, le preguntó.

“La verdad que con el tremendo ajetreo que hemos tenido estas últimas semanas, no me había dado cuenta de que has bajado mucho de peso… dime Fabiana… ¿Qué te pasa?”

Y a manera de reflexión, comentó:

“Yo creía que ya estabas adaptada a la rutina de la casa y te habías resignado a nosotros..”.

Fabiana, suspirando, a la vez que se reacomodaba en su cama, respondió:

“Lo que pasa en mi cuerpo, no lo sé, pero lo que pasa en mi mente y en mi ánimo, sí, Alejandro”.

“He puesto todo de mí, para sobrellevar de la mejor forma, este tan repentino y drástico cambio de vida que me ha tocado en suerte. El encierro; porque no puedes negar que me tienes presa… tu maltrato consuetudinario, tus amenazas y tu abuso. Pero esta invasión de hombres extraños, y esta presión de sentirme más presa que nunca en mi supuesta casa; rebasaron mi copa”.

Fabiana se envalentonó para decirle aquellas palabras.

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