Un destino difuso -
Capítulo 22
Capítulo 22:
“Creo, patrón, que los atacaron cuando iban en un carro por la séptima avenida; parece que acababan de salir a trabajar, iban para las zonas tres y cuatro; de eso hace como media hora”, Le explicó.
“Me dicen que dos sicarios movilizados en motos de alto cilindraje les dispararon, uno por el lado derecho y el otro por el lado izquierdo; el carro se estrelló contra el muro de contención de la isla”.
No sé más detalles, tan pronto me entere de algo más, lo llamaré a usted para informarle.
“Bien hecho, Mario, déjame informarle a los muchachos y te volveré a llamar. Chao..”.
Ya para este momento Alejandro y Martín estaban en total expectativa, lo mismo que las mujeres.
“¿Qué pasa papá? ¡Habla!”
Le exigió Alejandro con gesto apremiante y de preocupación.
“Sí, dinos papá, ¿A quiénes atacaron?”
Añadió Martin.
“¡No sé exactamente! Solo dijo que acaban de atacar a dos de los hombres de Alejandro. ¡Tenemos que movernos, no podemos darles ventaja a esos desgraciados!, sean quienes sean, tenemos que irles adelante, investigar quienes se atrevieron a arremeter contra nosotros”
Valeria, por su parte, visiblemente alterada, comentó:
“¡Oh, cielos! Siempre con el mismo problema, no terminamos de tener una vida en paz. Si es que a esta zozobra se le puede llamar vida. ¡Un día bueno y otro malo! En un eterno círculo vicioso”.
“¡Cállate Valeria!, no tienes nunca nada bueno que decir… ¡Abres la boca para decir puras pendejadas!”, le reprendió Uriel.
Fabiana, en un manojo de nervios y más blanca que un papel, se atrevió a refutar:
“¡Yo tampoco quiero vivir este estilo de vida!, ¡Denme mi libertad, déjenme volver a casa!”, dijo entre sollozos
Por toda respuesta, Alejandro, dándole una bofetada en pleno rostro, alegó:
“¡A papá lo respetas, estúpida! ¡Sal de aquí, vete a la habitación, esto es problema de hombres!”
Y volviéndose a Valeria, le dijo con un grito que ya se la comía.
“¿Ves lo que provocas mamá?”
“¡No le pegues, cobarde! ¡Estás haciendo con ella lo que tu padre hizo conmigo, cuando tenía su edad! ¡Todo lo arreglan a golpes! ¡Ya basta!”
Diciendo esto, se dirigió al vehículo, con la cabeza baja en actitud de impotencia.
Fabiana por su parte sangrando por la boca, no terminada de dar crédito a todo este samplegorio.
Poniendo su mano en la mejilla golpeada, se retiró de allí a grandes pasos.
“Estas mujeres, son un estorbo… siempre poniendo trabas cuando uno está más ocupado, ¡No entienden nada, carajo! ¡Son unas brutas! ¿Quién las entiende?”, comentó Uriel.
Por su parte, Amalia, acostumbrada desde niña a estos avatares, se limitó a observar y a oír la discusión a prudente distancia y finalmente optó por retirarse a sus habitaciones en silencio.
Alejandro urgiendo al papá comentó.
“¿Qué vamos a hacer, papá? ¡Hemos perdido mucho tiempo, llama nuevamente a Mario a ver que más sabe!”
“¡Vayan a vestirse! Mientras tanto… yo vuelvo a llamar… Ah… y llamen a su mamá, díganle que se quede aquí, en este momento no la puedo llevar a la casa”.
“Alo, ¿Mario? ¿Dime qué nuevas noticias me tienes?”
“Ya estamos aquí en el hospital, patrón, se trata de el pecas y de pie niño. Al pecas lo están operando en este momento, no sabemos todavía nada, nadie ha salido del quirófano aun a dar noticias. Y a pie niño, si lo dieron de baja”.
“¡Ay, no joda, Pie niño era uno de los mejores gatilleros que teníamos…!, seguro era el que iba conduciendo. ¡Ojalá que le salven la vida al pecas! Porque de lo contrario… La pérdida es grande… ¡Como quien dice, nos dieron en la nuca!, esos cobardes sabían dónde nos iba a doler. ¡Alguien tiene que responder por estas muertes! ¡Por cada hombre que nos mataron les acabaremos diez!”, dijo con odio.
“Ya vamos para allá… Mario… ocúpate mientras tanto de todo lo necesario, está atento por si piden algún medicamento”.
“¡Tengan cuidado, patrón, nos pueden estar cazando! Aquí los hombres comentan que puede ser represalias por la muerte del joyero”.
“Si, hombre, sin duda; esos Coñ… no se iban a quedar quietos… ¡Pero que se atengan a las consecuencias, ellos nos matan dos, nosotros les matamos hasta la madre!… ok, mijo, ya vamos para allá”.
“Estamos listos para lo que venga, papá. ¡Vámonos!”, dijo Martín.
Entrando en ese momento Alejandro, corroboró:
“Si, ¡vámonos ya!”
“¿Cuántos hombres llevamos, Alejandro?”, preguntó Uriel
“Llevamos cuatro y nosotros tres, papá..”.
“¡Supongo que llevamos los mejores!”
“¡Claro, papá, eso sobra decirlo! Entre los que van, me traje a Tiago, con él pa lo que salga… ya lo conoces papá, es fiel hasta las metras…”.
“Tenemos entonces que llevar las dos camionetas, Alejandro maneja una y Hugo maneja la otra, ese muchacho es muy buen chofer y buen tirador..”.
“Aja papá, déjame llamarlo, a él no lo había incluido, pero así como dices es mejor, porque vamos cuatro y cuatro”.
“Aló, ¿Hugo?, aja, vente, tienes que conducir uno de los vehículos, ¡Te esperamos ya! Todo listo, papá, vámonos. ¡Ojo visor muchachos!”
Dio la orden Alejandro.
“¡No podemos descuidarnos un minuto, porque nos ven el rostro!”
“Llama a Odín, Alejandro, que esté alerta por si necesitamos más gente para que nos respalden. Cuéntale lo que pasó, aunque él ya debe de estar al tanto”.
“Si, tenemos que movilizar a la gente, estamos en alerta máxima”, respondió Alejandro.
“¡Teléfono, papá, responde!”, dijo Martin.
“Halo, ¿Qué pasa Mario, cómo va la cosa?”
“¡Malas noticias, jefe! Acaban de salir los médicos y nos informaron que fue imposible salvarle la vida al pecas; estaba muy malherido y también había perdido mucha sangre y aunque le hicieron transfusiones, su corazón falló”.
“Está bien Mario, gracias por estar al pendiente. Pregunta cuando los entregan y hazte cargo de todo lo relativo al funeral. Tenemos que avisar a las familias..”.
“Ya no es necesario que vayamos al hospital, Mario se ocupará de lo que sea necesario, evitemos exponernos. Mejor enfoquémonos en el plan de acción, tenemos que actuar con rapidez, pero con cautela, para que el golpe que demos sea certero. ¡Hay que darles en la madre, a esos sacos de basura!”, dijo Uriel.
Alejandro estaba imbuido en sus pensamientos, lamentaba la pérdida de esos dos valiosos hombres para su organización, estos individuos lo acompañaron por varios años ya; tendría que entrenar a otros que los reemplazaran, de manera inmediata.
Nunca era bueno perder vidas y más aún cuando se había invertido tanto en su formación y adiestramiento y estos en especial siempre demostraron con creces su lealtad.
Odiaba cuando tenía que pasar por estos momentos; ciertamente no era la primera vez y seguro no sería la última, pero pensaba que jamás se tomaría con calma, instantes como estos.
“Hey… Alejandro, ¿Dónde estás? ¡Te estoy hablando!”, espetó Uriel.
“Sí, te oigo papá, es solo que lamento la pérdida de mis hombres… al fin y al cabo los sentimos como familia, con ellos no la jugamos todos los días”.
“Si Alejandro te entiendo perfectamente, acuérdate que yo he pasado por lo mismo, pero no nos podemos poner sentimentales, no podemos darnos el lujo de mostrarles debilidad, porque estaremos perdidos”, le pidió.
“Estos infelices están como caimán en boca de caño, observándonos, midiendo cada uno de nuestros movimientos y te aseguro que aprovecharán el más mínimo descuido de nuestra parte, para rematarnos”.
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