Un destino difuso -
Capítulo 2
Capítulo 2:
En ese momento algo pasó corriendo sobre sus pies, Fabiana pegó un brinco impresionante y gritó a voz en cuello sin poder evitarlo.
“¡Ratas!… hay ratas… me pisó una rata… ¡No, por favor…! esto no me puede estar pasando a mí… yo soy una buena persona… jamás he hecho nada malo..”.
Fabiana juraba que podía oír a los roedores pelearse por la basura que había en el suelo de esa asquerosa habitación.
Finalmente, agotada de estar de pie y con el peso del cansancio del día, se resbaló por la pared al lado de la puerta y se dejó caer al suelo, desconsolada, se abrazó las piernas intentando mitigar el crudo frío mientras temblaba sin control.
Lloró toda la noche sin parar y gritó con todas sus fuerzas hasta quedarse sin voz cuando descubrió que nadie acudiría para callarla.
‘Me encerraron aquí en este basurero y me dejaron sola con las ratas para que me coman después de matarme…’, pensó llena de miedo.
Cerca del amanecer se quedó dormida producto del cansancio, finalmente la había vencido el sueño.
Fabiana se despertó por los gritos de los hombres que se encontraban afuera de la celda donde la tenían retenida.
Miró hacia todos lados.
“Las paredes están sucias y manchadas de sangre, anoche pude haber recogido alguna bacteria”, se dijo a sí misma.
El día anterior, cuando la secuestraron, Fabiana no pudo ver hacia donde se dirigían porque la durmieron a la fuerza, no supo cuánto tiempo pasó en el auto o cuantos kilómetros pudieron recorrer.
“¿Estaremos aún en la ciudad? Ojalá que alguien se haya dado cuenta”
Si tan solo alguien en la calle hubiera sido testigo de lo que le pasó.
‘¡Mamá, por favor, búscame!’, rogó en su mente.
Fabiana se levantó y se sacudió su sucia ropa intentando ponerle un poco de orden, pero se la embarró más con los restos de sangre seca que quedaban en sus manos después de haber tocado la puerta.
Revisó minuciosamente todo el lugar buscando una vía de escape, pero era perdido.
“La única salida de este maldito lugar es la puerta y se abre por fuera”
Cerró sus puños llena de rabia y la golpeó y como eso no fue suficiente, entonces levantó sus piernas y comenzó a patearla.
Ella estaba tan concentrada que no escuchó que comenzaban a destrabar la puerta.
Entró un hombre alto y elegante, con el cabello canoso en algunas partes, de porte autoritario, debía ser el jefe.
Y Fabiana en su repartición de golpes lo pateó en una de sus piernas.
El sujeto enorme la tomó por los hombros para inmovilizarla.
“Buenos días, por lo visto, has pasado muy buena noche porque estás llena de energía”
La observó detenidamente con una expresión fría y calculadora.
“¡Me encerraron con las ratas!”, gritó inmediatamente.
“Bueno, hija, no esperarías un recibimiento cinco estrellas”
Tenía una voz grave que retumbaba en su pecho cada vez que hablaba, la hizo temblar de miedo como una hoja con su intimidante presencia.
“¿Por qué estoy aquí? ¿Qué quiere de mí? ¡Le aseguro que usted se ha equivocado de persona, yo no soy a quien busca!”
“Se perfectamente quien eres Fabiana Valdez. Yo nunca me equivoco. Tú eres mi hija, el tiempo con tu madre se acabó, ya es hora de que formes parte de mi vida”.
“¡Eso no es cierto!”
Fabiana sintió que las náuseas comenzaron a subirle por la garganta, este hombre estaba loco.
“¡Usted no es mi padre!, seguramente se fumó alguna porquería y está alucinando. Yo no tengo padre, él nos abandonó cuando yo era una bebé”.
“¡Yo soy tu padre, te guste o no!, tu madre te apartó de mí por mucho tiempo, pero ya era hora de que nos reuniéramos”.
“¡Mentira… yo no tengo un padre! Déjeme ir, por favor”
En medio de su angustia, Fabiana recordó que ese monstruo había mencionado a su madre.
“No le haga daño a mi mamá”
Rogó llorando, desesperada y preocupada por lo que ese hombre le pudiera haber hecho.
“Yo no tengo porque darte explicaciones de mis actos. Tú eres mi hija y me perteneces”, dijo el hombre sin contemplaciones.
“Ya va siendo hora de que cumplas con tu destino, tengo planes para ti”.
Y salió sin decir más, dejándola ahí sumida en el miedo y en la desesperación, sola con las ratas.
Odín Reyes sacó su móvil, necesitaba dar aviso de que el negocio seguía en pie.
“¿Alejandro?”
“¿Cómo van las cosas?”
“El paquete está asegurado, continuamos con el negocio”.
En el rostro de Alejandro Cruz se dibujó una sonrisa retorcida llena de complacencia.
“Perfecto, trata la mercancía con cuidado, la quiero sin un rasguño, no me interesa si está maltratada, ¡No vayas a meterme gato por liebre!”
“¡En absoluto! Es una yegua pura sangre, te aseguro que quedarás encantado en cuanto la conozcas, ¡Digna hija de su padre!”
“¡Eso espero Odín! Porque ya es mía, que no se te olvide”
‘¡Estos Cruz son bien jodidos, que no se le ocurra dudar de mi palabra al mequetrefe este!’, pensó para sus adentros.
Alejandro estaba satisfecho, sabía que Odín era de cuidado así que el haber acordado a su hija en matrimonio le proporcionaría cierta seguridad.
Hizo una llamada para confirmarle a su padre que todo iba viento en popa:
“¿Papá?, soy yo..”.
“¡Alejando! Estaba por llamarte, ¿Qué has sabido del paquete?”
“Está asegurado”.
“¡Perfecto! Odín es un aliado fuerte y nos hará muy ricos pero es peligroso”
“Sí, esa es la razón por la que propuse el acuerdo de matrimonio, fue una excelente idea investigarlo”.
“Su hija fue lo mejor que se te pudo haber ocurrido. Necesitábamos una garantía antes de entrar de lleno en los negocios con él”.
“El viejo se lo tenía bien guardado, fue difícil dar con la existencia de una hija oculta, esa joven es justo lo que necesitamos”.
“¿Le dijiste que te la entregue en una sola pieza? Porque está acostumbrado a entregar a encargos mutilados”.
“La joven es una mujer hermosa, en las fotos del investigador al menos luce de esa manera. Mi trabajo no será difícil, será todo un placer hacerla mi esposa y de paso garantizar mi propia seguridad y la de la familia a través de ella”.
“Veo que no es un sacrifico para ti…”, replicó Uriel Cruz.
Alejandro se sentía emocionado y orgulloso con el acuerdo que había alcanzado para su propio matrimonio, pero por supuesto que no se lo diría a nadie, él no era precisamente un hombre comunicativo y tampoco iba a conversar sobre sus sentimientos.
Mientras Alejandro pensaba en todo esto, unos hombres vinieron por Fabiana para llevarla fuera del hediondo y húmedo agujero en el que la habían metido.
Escuchó pasos y se preparó para luchar por su integridad.
La puerta se abrió y dos gorilas enormes asomaron tomándola cada uno por un brazo.
“¿A dónde me llevan?”, grito con desesperación.
“¡Déjenme ir, no soy la persona que ustedes creen, ese señor no es mi padre, alguien tiene que decírselo!”
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