Un destino difuso -
Capítulo 15
Capítulo 15:
Y dirigiéndose a los dos hombres que estaban estupefactos, les dijo:
“¡Con ustedes tengo que hablar! ¡Tiago, me estás fallando! ¡Este descuido no lo pasaré por alto! ¡Limpien el área!”
Uno de los hombres involucrados en esta tarea, era Santiago; amigo íntimo de Alejandro desde que tenían memoria; habían ido ambos a la misma escuela y sus familias se conocían desde siempre ya por dos o tres generaciones, se desenvolvían en el mismo círculo social y de negocios.
Tiago como se le conocía en su trato íntimo y familiar, siempre fue fiel admirador de Alejandro; en el grupo de muchachos donde desplegaban sus andanzas de pandillas juveniles, haciendo de las suyas.
Alejandro era el líder; él planeaba, dirigía, ordenaba y actuaba. Nunca demostró temor ni cobardía, siempre iba a la cabeza y esta forma de ser impactaba en la personalidad de Tiago.
Solo hubo algo que empañó su amistad en esos momentos de locura juvenil, cuando María, hermana menor de Tiago, se enamoró locamente de Alejandro, pero este estaba en esos tiempos enamorado solo de sí mismo e interesado por comerse el mundo.
Era un joven inmaduro deseando prematuramente convertirse en hombre, le gustaba el riesgo, le fascinaba la acción.
No quería más responsabilidades que las que le demandara sus propios intereses.
Y aunque salió por un tiempo con María, en realidad nunca llegó a interesarse seriamente por ella, ni a atender a las demandas de atención de la chica.
Alejandro, con el impetuoso temperamento que siempre le había caracterizado, no tuvo la paciencia ni la sabiduría para retirar a la joven de su camino sin dañarla, sino que la despreció con cierta crueldad y con palabras muy duras, porque lo único que quería era sacarse ese estorbo de encima como lo manifestó abiertamente en varias oportunidades.
Esta conducta del joven que amaba llevó a María a atentar contra su vida lanzándose del tercer piso de su casa.
De este desafortunado episodio ella quedó seriamente afectada de su columna vertebral, llevándola a vivir por el resto de su existencia en una silla de ruedas.
Y aunque el incidente causó mucho revuelto y exaltó los ánimos hasta alcanzar niveles muy peligrosos, no llegó a desencadenar represalias y odios entre las familias con consecuencias seguramente funestas; porque se consideró que la misma María había sido causante y protagonista directa de su propia desgracia.
Pero no quitó, sin embargo, de dejar un sabor amargo en las mentes y en los corazones de sus protagonistas.
De ese evento hace ya, más de catorce años y no se habló nunca más de este lamentable episodio porque convenía a ambos bandos echar tierra sobre el problema, a fin de no afectar seriamente sus relaciones comerciales.
Siempre estaba latente, porque María se convirtió en una mujer huraña y depresiva; permaneciendo como testimonio vivo en casa de sus padres.
Santiago conocía de primera mano de lo que era capaz Alejandro cuando se salía de sus casillas.
Por eso y por el respeto que le tenía como jefe, simplemente se limitó a callar y a obedecer; aunque no se hacía plenamente partícipe de su conducta peligrosamente agresiva contra las mujeres y en especial con su esposa Fabiana.
…
Pasaron tres días que Fabiana no pudo pararse de la cama, simplemente su cuerpo no quería responderle.
Estaba exhausta.
Su mente se negaba a asimilar los últimos acontecimientos; no podía dar crédito a lo que vio y oyó.
Estaba devastada al darse cuenta de que su nueva familia, la que el destino le había impuesto; eran nada menos que miembros del crimen organizado; de ahí la importancia de las alianzas con gentes de otras organizaciones o familias, como se hacían llamar.
Por esa razón, Odín la había vendido a uno de sus aliados más convenientes.
No hacía falta ser muy inteligente ni tener mucha experiencia de la vida para darse cuenta, que la persecución y el terror lo ejercían sin medida ni contemplación, en las personas que no querían seguirles el juego o cooperar.
Las dos víctimas, que por desgracia tuvo ocasión de ver, tenían toda la imagen de ser productores agropecuarios, probablemente de café, u otro rubro, que no habían querido pagar su cuota de extorsión.
Dentro de estas víctimas, seguramente, no perdonaban a comerciantes y empresarios de todas las ramas del poder económico.
Y vaya usted a saber de qué otras perlas se enteraría al correr del tiempo.
Todo esto sería una oscura pesadilla, un sueño terrible; su único desahogo era el llanto que fluía incontrolable y esto, en los momentos en que Alejandro no estaba presente; porque cuando estaba este monstruo, ni de este derecho podía echar mano, porque mientras tuviera fuerzas evitaría dejarle ver su miedo y su debilidad.
Su rostro continuaba lastimado y con fuertes morados, a pesar de que la mucama le había traído compresas de agua caliente con hierbas desinflamatorias.
Alejandro seguía su vida como si tal.
Lo que para ella era una tragedia, para él era una cosa totalmente rutinaria.
No mostraba la menor alteración, el menor remordimiento.
Era un hombre frío como un témpano de hielo, se había criado dentro de la cultura de la violencia y se notaba que la amaba y anhelaba su liderazgo.
A todas luces no defraudaría a su padre en esta misión, al paso que iba demostraba querer ser el más asesino de todos para demostrar su fuerza y su poder.
Este poder y machismo descontrolado, lo ejercía sobre ella, cuando cada noche, sin falta, tenía que ceder a las exigencias sexuales de su marido; parecía un animal que persigue a su hembra en celo.
Jamás tenía la delicadeza de preguntar cómo se sentía ella física o emocionalmente. Fabiana odiaba estos encuentros porque, siempre, como desde el principio, la hacían sentir vejada y humillada.
Amalia bajó a desayunar como tenía por costumbre y un tanto intrigada preguntó a la señora de la cocina:
“Dime Julia, ¿Qué es de la vida de Fabiana, que hace días no la veo?, me tiene extrañada; ¿fue que ya su carcelero le dio libertad? ¡Qué bueno! Porque la tiene totalmente sometida..”.
“Ay, Señora Amalia, es mejor no hacer comentarios al respecto… acuérdese que las paredes tienen oídos. El Señor Alejandro es muy delicado y celoso en lo que respecta a su vida privada”.
“Hasta donde sé la señora Fabiana ha estado descansando en su habitación; María, la mucama, ha venido a buscar sus alimentos a diario; creo que le ha preparado también algunos tés de hierbas aromáticas”.
“Ah, ¿Qué pasará Julia, será que está indispuesta?”
“No lo sé, señora; si es su gusto, verifíquelo usted misma..”.
“¡Aja!, eso haré. Voy a aprovechar que en estos momentos Alejandro y Martín salieron a casa de sus padres, creo que los invitaron a desayunar, porque tienen asuntos pendientes que discutir sobre algo concerniente a sus negocios y es muy probable que se demoren un buen rato, como muchas veces pasa, sabemos a qué hora salen, pero no a qué hora vuelven y esta vez los vi un tanto exaltados”.
Una vez Amalia terminó de desayunar, preguntó a Julia:
“¿Ya le llevaron el desayuno a Fabiana?”
“Si señora, ya María lo vino a buscar..”.
“Ah, ok. Gracias Juli”
Y retirándose, Amalia se fue a investigar lo que estaba pasando.
Por el comportamiento de Alejandro y los rumores que había escuchado, sospechaba que la ausencia de Fabiana se debía a algo no muy bueno.
Amalia se encaminó al dormitorio de Fabiana y dando tres golpecitos a la puerta, preguntó:
“¿Fabiana? Soy yo, Amalia, ¿Puedo pasar?”
Dentro de la habitación sonó una voz, un tanto sorprendida.
“¿Amalia?, sí, pasa por favor..”.
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