Tu y yo, para siempre
Capítulo 224

Capítulo 224:

Tras entrar en el despacho, Karl no tiene prisa por sentarse, sino que se queda de pie junto a la puerta, esperando ocioso a que se le presenten oportunidades. Sally casi le golpea el pecho en cuanto entra por la puerta.

A tan poca distancia… Sally aprieta los dientes, sabiendo que es intencionado.

Mientras soporta su enfado, dice: «¿Podrías apartarte, por favor?».

Karl mira hacia abajo, su visión como dos láseres comprueba la expresión de ella. Justo cuando Sally está a punto de parar, él se mueve lentamente, dejándole un espacio para entrar.

Sin embargo, aunque se apartara, su distancia sigue siendo corta. Cuando Sally pasa junto a él, sigue rozando inevitablemente su cuerpo con los brazos.

Ni siquiera se atreve a ver dónde se frota, sólo se sonroja y entra en el despacho.

Con un clic, la puerta se cierra. Es evidente que ha entrado en este espacio innumerables veces, pero en este momento se siente incómoda.

Sally está de pie frente a su despacho, como un soldado que espera a ser interrogado. Ni siquiera sabe por qué está nerviosa. Sólo piensa que hoy todo es muy raro. El ambiente entre ellos es algo ambiguo.

Además del silencio, sigue callada.

Finalmente, Sally no pudo soportar más esas dos miradas abrasadoras, sintiendo que la cocinarían si se quedaba callada. Así pues, pregunta con voz temblorosa: «¿Puedo hacer algo por ti?».

Inesperadamente, Karl va a sentarse en la silla giratoria de cuero que hay frente a ella y, levantando ligeramente las cejas, la mira sin prisas: «¿Qué dices?». ¿Ella dice? ¿Qué ha dicho?

Sally inhala profundamente, intentando mantener la calma: «Decano Karl, me has dejado venir, ¿No deberías preguntártelo?».

Sigue llamando Karl al decano en cada frase. A Karl le resulta desgarrador escucharla. Siempre tiene la sensación de que esta chica está trazando deliberadamente una línea con él.

Karl sonríe, lo que pone la piel de gallina. Aunque está sentado y a pesar de su corta estatura, su aura está llena de un sentido tembloroso: «He oído que últimamente estás preguntando a otros por mi información».

En cuanto cayó la palabra, Sally se paralizó. Efectivamente, había preguntado a otros recientemente, pero era sobre los asuntos de Lily y Marina. Estaba preocupada, pero temía preguntar directamente a Lily. A causa de este malestar, preguntó. Pero, ¿Cómo puede saberlo? … «¿Tienes curiosidad por saber cómo lo supe?» Karl puede ver lo que ella está pensando a primera vista, hay una broma bajo sus ojos: «Este es mi hospital». En otras palabras, lo que quiere saber, se lo dirá la gente.

Sally tiene la ilusión de ser examinada desnudándose. Quiere explicarse, pero tras tartamudear un rato, sigue sin saber por dónde empezar. Esta ansiedad hace que se ruborice hasta la raíz del cuello.

«Sally, ¿Por qué preguntas por mí?». Karl aún no ha terminado, deliberadamente le pregunta repetidamente, como si tuviera que saber algo.

«YO… YO…» Sally se muerde el labio y pronto vuelve a soltarlo: «No era mi intención, sólo quiero saber qué le ha pasado a Lily».

«¿Así que has preguntado por mí?». Karl se levanta y camina hacia ella: «Estás interfiriendo en los asuntos privados de tu líder».

Sally sabe que la justicia no está de su parte, lo que la deja sin palabras. Sólo puede dejar que se cuestione a sí misma.

Pensando en sus sentimientos tácitos hacia él durante estos días, pensando en que ella le ha prestado atención intencionadamente durante estos días, las emociones que están originalmente enterradas dentro de su corazón explotan instantáneamente como lava caliente que estalla de su cráter, quemándole los ojos y el fondo del corazón. Le hormiguea la nariz y se disculpa insinceramente: «Lo siento, no lo volveré a hacer la próxima vez».

Tras decir esto, como si no pudiera quedarse más, se da la vuelta y camina hacia la puerta sin importarle la reacción del hombre que está detrás de ella.

Karl se queda casi estupefacto. En el momento en que ella se da la vuelta, ve sus ojos rojos, ¿Cómo va a dejarla marchar?

Las largas piernas dan dos pasos, y él le agarra las muñecas, sus dedos se ensamblan. Ya no hay tranquilidad en su tono, en su lugar, es sustituido por una ansiedad imperceptible: «Si hiciste algo malo y huiste, ¿Cuándo te enfrentarás a ti misma?».

«No puedo afrontarlo». Sally le apoya. Como no podía ver su sofocante mirada, por fin aumenta el coraje y se atreve a hablarle: «Eres mi superior, mi director. Si me regañas, debo escucharte».

Habla irónicamente, incapaz de reprimir su tono poco convencido.

Karl levanta las cejas y la gira con cierto esfuerzo para que quede frente a él. Al mirar aquel par de grandes ojos a punto de estallar en lágrimas, la palma que le sujeta la muñeca tira de nuevo hacia un lado hasta que ella está a punto de caer en sus brazos.

«¿No puedes afrontarlo?» Karl le levanta la barbilla y le besa el labio rosado: «Yo te ayudaré».

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