Por qué no me amas -
Capítulo 9
Capítulo 9:
«¿De qué estás hablando?». Preguntó él, retorciéndose de enojo.
Hace diez años, Estela había caído en su trampa, enamorándose de él cuando apenas tenía 15 años de edad. A los 18, aceptó acostarse con él y desde entonces lo siguió hasta el fin del mundo. Siempre pensó que solo había lugar para un hombre en su corazón; incluso si algún día terminaran, no se veía amando a otra persona.
Pero ahora, no solo se involucraba con otros hombres, sino que se había vuelto promiscua. Como no lograba encontrar un trabajo decente, la única salida que le quedó fue comenzar a vender su cuerpo. Y no le bastó con hacer eso, tenía que restregárselo en la cara a su ex novio.
Esteban esperó a que sonara el teléfono, sabiendo que esa z%rra querría comunicarse con él. Sin embargo, después de unos cuantos minutos, seguía sin aparecer nada en su pantalla fuera de algunos mensajes de spam y anuncios.
Inhalando profundamente, decidió volver a llamarla.
Incluso el sonido de cuando pasaba saliva delataba los nervioso que estaba, y el sudor comenzó a correr por su espalda. La escena de Estela yendo a buscar a un hombre para conseguir dinero era demasiado real en su mente.
En el receptor, se escuchó un simple «Diga».
El corazón de Esteban se hundió irremediablemente.
«¿Dónde estás?».
«Estoy por salir”.
¡¿Salir?!
Esteban apretó los puños. «Ven a mi casa».
«Pero ya hice una cita con alguien más». Justo ahora, tenía una cita con el médico, por lo que tenía que ir al hospital.
El empresario cerró los ojos. «Te sugiero que vengas ahora mismo; ¡De lo contrario, tendré que ir por ti y no te va a gustar el resultado!».
Sabiendo que no podía permitirse provocarlo, Estela terminó por colgar el teléfono. Lo único que podía hacer ahora era programar otra cita a la mañana siguiente y tomar un taxi para llegar a la villa del hombre.
Al verla llegar, Esteban palmeó el sofá diciendo: «Siéntate».
Luego le entregó un cheque: «Esta cantidad debería bastar para que sobrevivas todo el mes. A partir de ahora quiero que vengas aquí todas las noches. Solo recuerda que debes mantener tu cuerpo limpio mientras estes en mi cama”.
Ella tomó el cheque con una falsa alegría y lo besó varias veces. Acto seguido, se apresuró a ponerlo en su bolso, como si temiera que él fuera a cambiar de opinión. «No te preocupes, no me meteré con otros hombres. Ahora que tú me has pagado eres mi jefe, prometo que te serviré durante todos los días del mes y procurare mantener mi cuerpo limpio».
La mujer no pudo evitar sentirse feliz, pues ya no tenía que pensar en cómo quedar embarazada. Si todo salía bien, no tardaría más de un par de días, en lograr su objetivo.
Esteban se puso de pie y encendió un cigarro. Hasta ahora, Estela ni siquiera había mencionado a su padre y todo lo que pasó entre ellos, actuando como si nada hubiera pasado. Esto le parecía extremadamente raro y, cuanto más pensaba en ello, más incómodo se sentía.
Después de tomar una ducha, él la vio sacar una caja de pastillas y, cuando se acercó a revisarlas, descubrió que se trataba de un anticonceptivo a largo plazo.
Aliviado, suspiró profundamente.
Por su parte, Estela ya se había puesto su pijama, acercándose a él, lo abrazó por atrás y comenzó a besarle el cuello. «Ahora que me has pagado, no puedo dejar que, uses c%ndón. Yo misma me encargaré de tomar anticonceptivos para evitar cualquier inconveniente».
Él le pellizcó el trasero en respuesta. «¿Cuándo te volviste tan p$rra?».
«¿De verdad no lo sabes? Siempre lo he sido, desde los 18 años, ¿O no lo habías notado?». Respondió riendo mientras lo besaba.
Pero Esteban no pudo reír. Solo podía presionarla sobre la cama y p%netrarla con fuerza. Parecía haber perdido la cabeza cuando empezó a darle una palmada en el trasero: «¿Con cuántos hombres te has acostado? ¡Dime! ¿Con cuántos te has acostado?”.
Solo que esta vez, ella se limitó a sonreír sin decir nada y respondió a su pregunta con un simple gesto.
Esteban sabía que esta mujer sería suya durante todo el mes y podía hacer con ella lo que quisiera.
Una vez que cubrió la cuota, Estela estaba dispuesta a servirle y eso le parecía perfecto. Su relación a partir de ese momento no sería más que un negocio.
Si después de ese mes ella vivía o moría, le daba igual. No tendría que volver a sentirse tan inquieto como hoy.
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