Por qué no me amas -
Capítulo 40
Capítulo 40:
Estela frunció los labios y le sonrió como de costumbre, haciéndola parecer menos mundana que su actuación como Linda. Luego dijo gentilmente: «Señor Gu, gracias por cuidarme durante este medio año para que pudieran ascenderme y transferirme de regreso a Australia tan pronto».
El cuerpo de Esteban permaneció inerte durante un largo rato y sintió que su sangre se volvía de plomo. «Tu cara… ¿Qué está pasando?».
«¿Mi cara?». Estela fingió estar sorprendida y se tocó la cara. Luego sonrió diciendo: «Hoy un maquillador me hizo el maquillaje, así que por eso me veo un poco diferente de lo habitual».
Al escuchar esto, un rastro de decepción brilló en los ojos de Esteban. Su rostro se ensombreció y acercó una silla frente a ella para tomar asiento.
La mujer se mantuvo muy atenta durante toda la noche, constantemente sirviéndole comida a su acompañante y atendiéndolo. Verla así lo puso de mal humor y, naturalmente, era más fácil emborracharse. Al ver su estado de ebriedad, Estela comenzó a coquetearle hábilmente con los dedos.
La respiración del hombre se volvió cada vez más pesada, sintiendo su toque como una pluma que le recorría el cuerpo, encendiendo el fuego en su interior.
Sus muros no tardaron en caer y rápidamente alzó a Estela para llevarla hasta el sofá. Ella fingió estar sorprendida diciendo: «¡Señor Gu, hoy no! ¡Todavía tenemos algo importante de qué hablar!».
“¿Qué sucede?». Dijo el hombre con voz ronca.
Sus besos siguieron dibujando marcas rojas en sus pechos blancos como la nieve, mientras metía la mano por debajo de su falda.
«Tengo que dejar resuelto el último proyecto de cooperación antes de volver a Australia».
La mujer extendió la mano y sacó los documentos que tenía preparados en su bolso, luchando por resistirse a la tentación. Esteban perdió la paciencia y, sacando sin miramientos un bolígrafo, firmó los documentos, antes de alzarla.
«¿No dijiste que esta era nuestra última cena? Pienso saciarme por completo».
Dentro de la habitación, la mujer sudaba sentada sobre el cuerpo del hombre.
Estela había trabajado muy duro esa noche, satisfaciendo las necesidades de Esteban con todas las posturas que conocía.
Él la sostenía por la cintura; sin importar cuántas veces había entrado en ella ya, su deseo parecía interminable. Al escucharla gritar, él gruñó en voz baja y tomó la iniciativa. Dándose la vuelta, presionó a la mujer debajo de él, sin dejar de ejercer su fuerza.
El se5o ardiente duró dos horas.
Estela no esperó hasta mañana siguiente y, en cuanto Esteban lo soltó por última vez, se levantó para irse a duchar al baño. De vuelta en la cama, mio al techo y experimentó una sensación de paz que nunca antes había tenido.
«Señor Gu, voy a contarte una historia».
Después del se%o tan agotador, la voz del hombre era ronca y somnolienta. «De acuerdo».
«Todos saben que no debes enamorarte de alguien a la edad de 17 o 18 años, porque esa persona definitivamente hará que la desees, aunque no puedas tenerla. Sin embargo, yo nunca creí en eso y me enamoré profundamente de alguien».
Sintiéndose más somnoliento, el hombre preguntó inconscientemente: «¿Y luego?».
“Y luego…”. Los hermosos ojos de Estela parpadearon, sin dejar de mirar al techo: «Fui adorada por el mismo hombre que más tarde me envió al infierno».
Al escuchar esto, Esteban abrió los ojos y mirando su perfil preguntó con asombro: «¡¿Quién diablos eres?!».
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