Nuestro primer encuentro
Capítulo 731

Capítulo 731:

En el dormitorio de la suite de lujo, Brian estaba sentado en el suelo frente a la puerta, con la espalda apoyada en la madera. Apretaba los puños mientras le dolía el corazón al oír los gritos de Eric desde el pasillo. Sabía que Molly estaba allí, y sabía que debía de estar tan desconsolada y tan angustiada. Le dolía haberla herido así, pero no salió. No se movió de su sitio.

Ling estaba de pie frente a él, con los brazos cruzados ligeramente por delante.

Miró a Brian, que parecía sufrir tanto como Eric y Molly en aquel momento. Suspiró y se agachó frente a él. «¿De verdad tiene que ser así?», le preguntó en voz baja. Le dolía verle sufrir.

Brian cerró los ojos. La tristeza parecía ondear en grandes olas por su mente y se le notaba en la cara. Sintió el impulso de gritar, de llorar, de correr al lado de Molly y decirle cuánto la quería. Pero no pudo. Durante mucho tiempo permaneció sentado, callado y quieto, esforzándose por contener las lágrimas. Se sumergió en el dolor y el sufrimiento que sentía. Nadie podía entender cuánto sufría por sí mismo y por Molly. Pero no podía mostrar su verdadero corazón a nadie, ni siquiera a Molly. Quería que se olvidara de él, que se alejara de él, por su propia seguridad, pero en lugar de eso estaba justo delante de su habitación de hotel, convencida de que había perdido la memoria. Brian no podía soportar pensar hasta qué punto la estaba engañando, y cuánto la estaba hiriendo directa e indirectamente.

Pasó mucho tiempo hasta que se calmó un poco. Se levantó, se acercó al sillón que había junto a la ventana y se hundió en él. Toda su energía parecía haberse drenado de su otrora poderoso cuerpo. Ahora estaba aflojado, vacío de toda emoción, haciéndose eco del vacío de sus ojos y de su corazón. Eric y Molly deben de haberse ido ya», pensó. Quizá ella mejoró y ambos se marcharon, o quizá seguían fuera, en el pasillo. No estaba seguro. Pero intentó no pensar en ellos por el momento. Aunque estaba sentado rígidamente e intentaba no hacer demasiado ruido, Ling podía oír cómo apretaba los dientes de dolor.

Aunque no lo conocía bien y no se preocupaba mucho por él, a Ling le perturbaba verlo tan dolorido. «Si el amor es tan doloroso y tan hiriente…», empezó, con voz suave y llena de tristeza y lástima. Fue a sentarse en el borde de la cama. «Preferiría vivir sola para siempre». Miró a Brian, con los ojos húmedos y fijos en él.

Brian bajó la cabeza, con el corazón completamente agarrotado por un dolor insufrible. No creía que hubiera otro día en toda su vida más doloroso que éste. De repente, alimentado por su ira, se levantó, se volvió hacia la pared y atravesó con el puño el cuadro que allí colgaba. Inmediatamente, la sangre empezó a chorrear de su mano por el cuadro, pero Brian ni se inmutó. Al igual que el cuadro sangraba ahora, también lo hacía su corazón, que sangraba de dentro hacia fuera por el dolor que sentía. Se agachó, de cara a la esquina de la habitación, y miró entumecido a la nada.

Molly por fin se despertó, pero sus ojos necesitaron tiempo para adaptarse; su entorno le pareció un lapsus momentáneo fuera de la realidad. Entonces sus ojos vislumbraron las cortinas y las paredes más allá. Sintió que le martilleaban la cabeza y que iba a estallar.

«Pequeña Molly… Pequeña Molly…» Era una voz suave y tranquila que la llamaba por su nombre.

Luego llegó otra voz que la golpeó en lo más profundo de su ser. Hizo que todo saliera bien. «Mami…»

Abrió los ojos lentamente y vio a Mark y a Shirley de pie junto a la cama en la que estaba. Su visión se aclaró y su mente también. Aquello le parecía un sueño, ver a sus seres más queridos justo después de despertar de lo que parecía un coma de terror. Durante un rato, nadie habló. Molly aún intentaba recuperarse de su entumecimiento.

«Mamá…» Mark volvía a llamarla, con los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar.

Molly se despertó y se incorporó un poco, sonriéndole. Todo lo que había dentro de ella pareció derretirse. Se acercó a él para secarle la cara llena de lágrimas y luego le cogió la barbilla con suavidad, frotándole la mejilla con el pulgar. «Mark, eres un chico valiente», le dijo suavemente, con una voz llena de amor y ternura. «No llores ahora».

Mark la miró y luego se secó la cara con el brazo. «No lloraré. No lloraré». Le temblaba la voz mientras intentaba no llorar. «No lloraré», repitió. Pero por muchas veces que repitiera aquellas palabras y por muchas veces que se secara la cara, secándose las lágrimas que caían de sus ojos, más lágrimas las sustituían y empezaban a caer en cascada por su rostro.

Verle así hizo que el corazón de Molly se le saliera del pecho. Se incorporó más y tiró suavemente de él hacia sí, rodeándolo con los brazos, abrazándolo con fuerza. Le dolía la mente, tenía la nariz y los ojos enrojecidos, pero nada de eso importaba ahora. «Mark, vámonos de aquí. ¿De acuerdo?», preguntó contra el suave pelo de Mark, frotándole la espalda.

Mark se acurrucó en el cálido y suave abrazo de su madre, enterrando la cara en su pecho y devolviéndole el abrazo. «Iré donde vaya mamá», le dijo con su voz dulce e inocente.

Molly suspiró y besó su cabecita, sintiendo que su corazón se derretía de ternura y amor por su hijo, su siempre tan lindo y adorable hijito. «Mi queridísimo niño…», no pudo evitar exclamar, frotándole la espalda y luego los brazos mientras se apartaba lo justo para besarle en la frente. «Mi dulce y querido niño…»

«Pequeña Molly…», llegó la voz de Shirley, interrumpiendo su agridulce momento. Verlos tan disgustados le dolía el corazón. Miró a madre e hijo con ojos compasivos. «Pequeña Molly, ¿Estás lista para irte?», preguntó.

Molly la miró, con los ojos enrojecidos e hinchados de nuevo. «Mamá, lo siento mucho… Yo…», hizo una pausa, con el corazón roto y demasiado angustiada para poder terminar la frase. Shirley levantó una mano.

«No pasa nada, no hace falta que me lo expliques». La voz de Shirley era tranquila y llena de ternura. Molly parecía a punto de protestar, pero Shirley le negó con la cabeza. Sabía que a Molly ya le costaba bastante decidirse a dejarlo todo atrás; no iba a dejar que Molly se preocupara también por abandonarla a ella. Quería a Molly tanto como a Wing. Molly se había convertido en su verdadera hija y no sólo en su nuera. Había resuelto que, fuera lo que fuera lo que Molly decidiera hacer, la haría feliz, y por eso Shirley se alegraría por ella. Cuando se dio cuenta de que Molly se iba, Shirley se acercó a ellos y abrazó a Molly y a Mark. Los estrechó a ambos. Eric le había contado lo ocurrido el día anterior, así que no podía quejarse. Molly había tomado una decisión y no le correspondía a ella cuestionarla. Conociendo lo frágil que era Molly, Shirley sabía lo mucho que le habría destrozado el corazón. Cuanto mayor era la esperanza, mayor era la decepción. Después de todo lo que Molly había pasado el día anterior, el último atisbo de su esperanza se haría añicos. Ya no había nada que pudiera retener a Molly en el hogar de Shirley. «Pequeña Molly, recuerda siempre mis palabras. Vayas donde vayas, siempre serás mi nuera. Os quiero a las dos. Siempre serás bienvenida aquí». La voz de Shirley era firme y decidida.

Mientras pronunciaba aquellas palabras, empezaron a brotarle lágrimas de los ojos, que caían en cascada por sus mejillas. Shirley no se movió para enjugarlas ni se contuvo. Si sus lágrimas conseguían hacer que su corazón sufriente se sintiera un poquito mejor, recibiría con agrado todas las lágrimas del mundo venideras. Se consideraría bendecida.

El aire que los rodeaba parecía afectado por el dolor helado de sus corazones, congelado en el tiempo y el espacio. Molly, Mark y Shirley permanecieron abrazados, estrechándose mutuamente y haciéndose compañía del llanto del otro con sus propios lamentos. Era un espectáculo deprimente, y Eric y su tío Richie estaban junto a la puerta, observando la escena que se desarrollaba ante ellos. «Tío Richie…»

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