No te pertenece -
Capítulo 1009
Capítulo 1009:
Punto de vista de Helen:
Cuando escuché las palabras de George, me sentí confusa.
“¿Este apartamento no está a tu nombre? ¿Por qué quieres que yo me ocupe de él?”.
Fijando su mirada en mí, George dijo en tono serio:
“Es tuyo, así que tienes que ocuparte de él”.
De pronto recordé que, efectivamente, me había transferido la propiedad y no la había recuperado tras nuestro divorcio.
Yo sólo había querido cortar todos los lazos con él en aquel momento, así que me había mudado y nunca había vuelto.
¿Me había pedido que viniera hoy porque quería quitarme el piso?
Le dije con sorna:
“¡Puedo transferirte la propiedad cuando quieras!”.
No quería tener nada que ver con él ni con su piso.
Con una sonrisa burlona en los labios, me dijo:
“¿De verdad piensas que soy una persona tan estrecha de miras? No voy a devolverte lo que te di, así que el apartamento es tuyo y seguirá siéndolo. No soy como otras personas que quieren recuperar lo que han dado a otros”.
Aunque no nombraba a nadie, yo sabía que se refería a mí.
Era porque el otro día intenté recuperar el colgante y lo rompí.
Estaba furiosa, pero tampoco sabía cómo rebatirle, así que cambié de tema sin poder hacer nada.
“¿No decías que mi madre había dejado algunas cosas aquí? ¿Cuáles son?”
George agarró una delicada caja de la mesita y me la entregó.
“Es un regalo que me hizo tu madre cuando nos casamos. Nunca me lo he puesto, y estoy seguro de que tú lo necesitas más que yo”.
Al mirar el familiar reloj, recordé el pasado y casi rompo a llorar de la aplastante tristeza.
Mi madre había comprado el reloj antes de saber que salía con George.
Me había dicho que se lo regalaría a su futuro yerno, pero no esperaba que se lo regalara a George.
Examiné el reloj con cuidado, me lo puse en el pecho y le dije, con la voz entrecortada por las lágrimas:
“Gracias por guardarlo”.
Mi madre no dejó muchas cosas, el reloj era portador de sus deseos para mí y mi marido.
Sin embargo, yo la había defraudado.
Mi matrimonio había fracasado y yo no había estado a la altura de sus expectativas.
En cambio, yo era un desastre, que había seguido luchando contra la cruel realidad.
Guardé el reloj y me dispuse a regresar al hotel.
George me detuvo de repente y me dijo:
“Por favor, quédate a cenar”.
Quise negarme, pero por el bien del reloj, accedí:
“De acuerdo”.
Quizá sólo estaba haciendo lo posible por controlarse, pero de todos modos no me hizo nada inapropiado.
Aunque parecía indiferente, pude ver su sinceridad.
George se dirigió entonces a la cocina para cocinar.
Parecía que ya había preparado todos los ingredientes.
En cuanto levanté la cabeza y lo vi en la cocina, recordé nuestros días juntos.
Siempre me cocinaba para asegurarse de que no me saltara comidas o comiera solo comida rápida.
Recordé que solía abrazarle por detrás mientras cocinaba y, aunque le estorbaba, nunca me había apartado.
Estuve mucho tiempo mirándole la espalda antes de volver en mí y darme cuenta de lo rara que era.
Durante años me había esforzado por esconderme de él, así que… ¿Por qué acepté quedarme ahora?
¿Fue por la mirada tranquila de sus ojos que me hizo creer que ahora realmente me consideraba una amiga, lo que me empujó a bajar la guardia?
George terminó pronto de cocinar y puso la mesa antes de pedirme que me sentara a comer con él.
Era increíble que aún pudiera sentarme con él a la misma mesa y disfrutar de una comida, pero se lo agradecí en secreto.
Después de cenar, dejé los cubiertos y le dije:
“Gracias por la cena. Ahora me despido. Espero que no tengamos que volver a cruzarnos”.
No quería que destruyera la vida tranquila que tenía ahora.
Sin embargo, George me detuvo y me dijo:
“Aunque estemos divorciados, podemos seguir siendo amigos. Siento mucho no haber estado a tu lado cuando murió tu madre”.
Me burlé en mi interior, sintiendo que se había vuelto más hipócrita que hace tres años.
Había bloqueado mi número en ese momento, lo que sólo significaba que había hecho la llamada para no volver a ponerse en contacto conmigo.
Había sufrido mucho en los últimos tres años.
Cuando por fin superé los momentos difíciles, él aparecía en mi vida y me pedía disculpas, lo que me parecía ridículo.
“No importa. No necesito tus disculpas”.
Nos convertimos en extraños desde el momento en que nos divorciamos.
Sólo esperaba que no intentara quitarme a mis hijos.
George se calló y recogió las llaves.
Luego me llevó de vuelta al hotel, y ninguno de los dos habló durante el trayecto.
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