Mamá psicóloga -
Capítulo 65
Capítulo 65:
POV Jeremías
Paso una mano por mi cabeza.
Luego prendo el auto una vez más y conduzco el resto del camino a casa.
Lizbeth no despierta en todo el trayecto, pero no deja de llorar mientras se retuerce.
¿Qué está pasando?
“Aguanta un poco cariño”, le pido mientras subo las escaleras.
Por favor, aguanta.
Mis nervios empiezan a aumentar.
“Todo está bien”
Trato de calmarla.
“Estoy aquí contigo Lizbeth, estoy aquí para ti…”
POV Lizbeth
“Cariño, tienes que comer”
La voz de mi madre sigue siendo triste.
“Llevas una semana sin comer más de dos cucharadas, no hagas esto más difícil Beth”.
No quiero comer.
No sé por qué tendría que hacerlo si lo he perdido todo, me hundo un poco más en la sábana del hospital mientras intento ignorar el dolor que quema mi cuerpo.
Cielos, debería haber muerto cuando caí de ese acantilado.
Mi cabeza duele, mi garganta se siente seca y cierro mis ojos cuando el sudor comienza a deslizarse por mi espalda.
Alguien está diciendo mi nombre, trato de escuchar quién es o de donde viene, pero se oye demasiado lejos en medio de toda esta neblina que me rodea y cuando me encuentro una vez más en medio de la carretera.
Mi cuerpo se congela.
El olor de la gasolina, el calor de las llamas y los llantos.
Los llantos de alguien que no me dejan pensar con claridad.
Trato de moverme, pero es demasiado dolorosa, miro hacia el alto del risco donde el auto que golpeo el borde de la carretera ahora no es más que una inmensa llamarada.
Comienzo a temblar, estoy segura de que me he fracturado la muñeca y lo único que quiero es pedir ayuda, pero no puedo hablar.
No puedo hacer otra cosa que mirar la sombra que se asoma desde el borde del risco.
“No me deje aquí…”; suplico.
“No me…”
Mi conciencia se pierde una vez más.
Salto de un lugar a otro entre los peores momentos después del accidente y cuando abro mis ojos estoy una vez más en el hospital.
Con mi padre suplicándome ponerme en pie y luchar por mi vida, pero ya no tengo vida, ya no tengo futuro, no tengo nada por lo que luchar.
“¡Lizbeth, estoy aquí!”
Esa voz vuelve a moverse dentro de mi mente.
“Despierta, por favor, despierta”.
¿Despertar?
No quiero despertar.
No sé de qué debería despertar y no comprendo por qué realmente quiero ir hacia esa voz.
Sé que no es David porque él está demasiado ocupado engañándome con esa maldita asistente.
Mis recuerdos se mueven una vez más.
Una vez más estoy en la iglesia, con mi suegra gritándome mientras golpeo con el ramo a lo único que me quedaba de mi pasado.
Mi futuro marido, el desgraciado al que después de todo no le importaba.
“¡Lizbeth!”
Esta vez la voz es tan fuerte que me hace saltar.
Abro mis ojos para encontrarme directamente con los oscuros y pen$trantes de mi esposo.
Comienzo a temblar asustada.
Él me mira sin saber exactamente por qué.
“¿Qué hacías en la carretera?”
Me pide peinando hacia atrás mi cabello.
“Porque no dejabas de gritar y cielos, estaba a punto de llevarte a urgencias, que te sucedió”.
No puedo hablar, no quiero decirle que de la nada alguien me ha amenazado y lo único que puedo hacer realmente es abrazarlo.
Mi marido no dice nada, pero me abraza con fuerza.
Besa mi frente mientras no dejo de llorar en pánico total.
No sé cuánto tiempo estamos así, pero mis lágrimas cesan.
El vacío en mi corazón sigue quemando bajo mi piel, pero prefiero mantenerlo para mí sola.
“¿Qué sucedió?”
Pide una vez más.
“¿Dime qué está pasando?”
“No sucedió…”, respiro hondo.
“No sucedió nada, vi un conejo en medio del camino y yo…”
Mis ojos se llenan de lágrimas.
“Salí a ver como estaba, pero se fue y me mareé, así que me caí en la carretera”.
Jeremías no responde, pero estoy segura de que no me ha creído ni una sola palabra, paso una mano por mi rostro notando las magulladuras en ella y mi marido se pone en pie.
Desaparece en la puerta del baño por unos minutos para regresar con el botiquín de primeros auxilios.
“Vamos a cuidar esa herida”, dice.
“No sé qué sucedió o porque no quieres decirme, pero quiero que sepa que estoy aquí para ti”
Me mira con completa sinceridad.
“No estás sola…”
“Gracias…”
Prácticamente lloro esa palabra, me mantengo en silencio mientras veo a Jeremías cuidar de mis heridas y me doy cuenta de que no quiero dejarlo, que no quiero que esto sea un simple contrato.
Cielos, no quiero separarme de los niños o de mi esposo y eso me aterra porque mi corazón lleva tiempo diciendo.
Lo quiero.
Quiero a mi esposo me gusta su forma de ser y me encantaría quedarme con él más tiempo, pero no pienso poner a los niños en riesgo ahora que solo sabrán los cielos quién me está amenazando.
Estos niños han sufrido demasiado, ya que, aunque realmente quiero quedarme, necesito pensar en que voy a hacer a partir de ahora.
“Jeremías, pensaba preparar algo para los dos hoy”
Trato de cambiar el tema para olvidarme por ahora de todo esto.
“Pero lo arruiné por culpa de ese… ese estúpido conejo…”
“Quédate en la cama”, dice mi esposo.
Parece preocupado.
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