Madre correcta, padre equivocado -
Capítulo 18
Capítulo 18:
Lorenzo se levantó de su asiento y apretó los puños con fuerza, siguiendo al atrevido ese que había osado ir a su oficina a decirle que le gustaba su esposa. No podía creer lo que acababa de escuchar ¿Cómo se atrevía ese hombre a hablar de esa manera sobre Isabel? Su mujer era suya, y nadie más tenía derecho a acercarse a ella de esa manera, primero le rompía la cara.
Sin pensarlo dos veces, Lorenzo salió corriendo detrás del hombre dispuesto a alcanzarlo y darle su merecido.
“Si eres tan hombre, ven y repíteme lo que acabas de decir en mi oficina, dímelo aquí en mi cara”. Espetó furioso.
Xavier se detuvo y se giró, los dos hombres estaban furiosos. Uno de ojos verdes turbulentos y otro de ojos azules. Ambos eran casi del mismo tamaño, el más joven era apenas un par de centímetros más alto y de cuerpo más musculoso que Lorenzo. Pero nadie tenía duda de que, si esos dos hombres se enfrentaban, iba a haber un duelo de titanes.
La Señora Tulia vio la escena y sabía que bajo ninguna circunstancia los dejaría enfrentarse, así que terminó metiéndose entre los dos como un referí tratando de mediar con la testosterona de ese par de hombres.
Se giró hacia el más joven, porque creía que lo podía persuadir más rápido que a su jefe.
“Señor Xavier, por favor retírese, no dudo que usted sea lo suficiente hombre para enfrentar a mi jefe y dejarle ambos ojos morados, pero le agradezco que no hagan un escándalo aquí, a veces el mejor pleito es él que no se da”. Manifestó la mujer con voz suave buscando la manera de persuadirlo.
Los dos se miraron retadoramente y Xavier se dejó convencer por las palabras de mujer, girándose para irse, mientras Lorenzo comenzaba a cacarear como una gallina para decirle cobarde. Tulia no podía creer que su jefe serio y tan bien portado, estuviera teniendo ese comportamiento infantil.
“Usted, Señor Lorenzo, ¡Cálmese! O llamo de una vez a su esposa para que venga a poner orden aquí”. Amenazo la secretaria.
Con la sola mención de Isabel él se quedó tranquilo y dejó ir a Xavier.
“Cancele todas mis citas, me voy a casa, no volveré por lo que queda de día”. Dijo mientras salía corriendo, subía al auto y conducía rápidamente hacia su casa, estaba increíblemente preocupado: “Maldito niño bonito, debí partirle la cara por atrevido… que va a conquistar a Isabel ¡A mi mujer! Que gran descaro el suyo… que no la hago feliz, por supuesto que la hago feliz y claro que sus ojos brillan”.
Llegó a la casa como un vendaval sin poder contener su preocupación, apenas entró a la casa vio a su esposa en la cocina comiéndose un chocolate con los ojos cerrados. Recordó que una vez leyó un artículo que explicaba como las personas comían chocolate cuando estaban tristes o deprimidas… las palabras del hombre, se repetían como un mantra en su cabeza.
“¡Isabel!”. La llamó y ella abrió los ojos sorprendida de la presencia de su esposo. Pero frunció el ceño cuando el hombre la tomó del mentón y comenzó a verla fijamente.
Yo veo que si le brillan los ojos ¿Será o me lo estoy imaginando? Sin poderse contener más le preguntó.
“¿Isabel, yo te hago feliz?”. La mujer lo miró extrañada, como si le hubieran salido dos cabezas.
“¡Claro que si mi amor! ¿Por qué me preguntas eso?”. Interrogó sin entender la actitud extraña de su esposo, mientras seguía comiéndose plácidamente su bombón.
“Te prometo que este fin de semana iremos a ver a Tamara, eso te hará sentir más feliz. Yo sé que la extrañas, estoy seguro de que si la luz de tu mirada es opaca es por tu hija… te voy a llevar, iremos a R%ma”. Dijo con preocupación caminando de un lado a otro.
“Lorenzo amor, estás actuando extraño ¿Me vas a decir qué te pasó?”. Preguntó la mujer sintiéndose preocupada.
“No me pasó nada, esposa”. Respondió sin dejarla de ver a la cara.
“¿Es que tengo algo en la cara?”. Preguntó la mujer limpiándose unas manchas imaginarias.
“No mi amor, estás tan bella como siempre”.
“Te tengo una sorpresa ¿Adivina quién está aquí?”. Preguntó y Lorenzo se quedaba estático.
“¡Mi niña!”. Exclamó y ella asintió.
“¡¡Si!! Está en su taller, llego y le dio por hacer un busto”.
Sin perder el tiempo, Lorenzo salió corriendo y entró al estudio de su hija.
Tamara al verlo, corrió hacia él. Su padre terminó alzándola.
“¡Mi niña! ¡Mi princesa!”. Exclamó con los ojos humedecidos, al mismo tiempo que Tamara se aferraba a él sin dejar de llorar: “¿Qué pasó? ¿Por qué estás tan triste? ¿No me digas que ese imbécil te hizo algo?”.
Cuando vio el golpe en su cara, casi que pedio los estivos.
“¡¡¡Juro que ese desgraciado es hombre muerto!!!”.
Tomó el teléfono y marcó al piloto.
“Equipa el jet, nos vamos a R%ma en una hora”. Ordenó mientras que Tamara negaba con la cabeza: “Voy a matar a ese desgraciado, por haberse atrevido a tocarte.
“¡No papá! No quiero eso, por favor”. Rogó llorando.
“Lorenzo Castelli ¡Ya cálmate que estás poniendo nerviosa a tu hija! No vas a ir a golpear a nadie, no por ahora”. Expresó Isabel y su esposo se calmó, recordando las palabras del hombre.
Se acercó a su hija y la abrazó.
“Lo siento mi amor, haremos como tú quieras, pero es que mi primer impulso es darle patadas a ese desgraciado por haberse metido con mi tesoro”. Le dijo besando su frente.
Tamara se quedó en los brazos de su padre sintiéndose protegida, cuando él se calmó le preguntó.
“¿Estás bien?”. Ella asintió.
“Voy a buscarles unos jugos y galletas”. Propuso Isabel saliendo del estudio.
“Tamara quiero hacerte una pregunta ¿Tu madre se ve feliz?”.
Su hija lo miró extraño.
“Claro que se ve feliz, también muy joven y hermosa para su edad, representa mucho menos. Creo que, si las dos salimos juntas, creerán que somos hermanas. Seguro que mi mami debe despertar pasiones”.
“¡No! No digas eso, la única pasión que debe despertar Isabel es la mía”. Declaró preocupado: “¿Hija viste los ojos de tu madre?”.
“Si, los vi ¿Por qué?”. Interrogó preocupado.
“¿Viste algo extraños en ellos?”.
“¿Cómo qué?”. Preguntó Tamara desconcertada.
“No sé ¿Los tiene opaco o le brillan?”. Interrogó observándola.
“¿Se echó alguna sombra brillante?”. Inquirió Tamara sin entender.
“Hija, no ¿El brillo de sus ojos es de felicidad o son opacos de infelicidad?”.
“Papá no te estreses ¿Por qué preguntas eso? Sabes qué mamá es feliz contigo y te adora ¿Qué cosa se te ha metido ahora en la cabeza?”. Preguntó su hija.
El la miró como si fuera un niño regañado y comenzó a caminar hacia donde Tamara tenía el trabajo que estaba realizando.
“Es que hoy fue un idiota a mi oficina, según era para hablar de unas telas y luego…”. Se quedó callado al ver lo que estaba haciendo: “¿Comenzaste a trabajar?”.
“Si, básicamente desde que llegué, pero creo que voy a hacer otro”. Dijo arrugando el ceño con un poco de molestia.
Él se acercó a su hija y observó detenidamente lo que estaba haciendo en la mesa. Abrió los ojos de par en par cuando vio que el pequeño busto tenía las facciones exactas al hombre que lo fue a visitar y esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
“¿Papá, estás bien?”. Preguntó Tamara con preocupación en su voz: “Te ves extraño”.
“Estoy muy bien, hija, mejor que nunca”. Respondió él, tratando de contener su alegría: “Hija ¿Quién es el modelo de ese busto?”.
Vio cuando a Tamara se le pusieron las mejillas rojas y sus ojos, que hasta ahora habían estado opacos, le brillaron de manera especial.
“No es nadie… bueno sí, un gerente de hotel que es un loco acosador, hasta me vino a perseguir aquí en Fl%rencia y cree que mi esposo es un Señor Castelli que no me hace feliz. ¡Tonto ese!”.
Lorenzo sonrió y no pudo evitar carcajearse, estaba doblemente feliz. Porque uno, el hombre no iba detrás de su esposa, sino de su hija, y dos porque ese hombre sí que tenía coraje. Presentarse ante su supuesto rival para decir que le iba a conquistar a su mujer no era cualquier cosa, este si era digno de ser el hombre de la vida de su princesa.
Su esposa llegó al estudio y le dio un beso en los labios con la sonrisa de oreja a oreja.
“Cuida a de nuestra hija, ya vengo”.
Luego salió al pasillo y llamo a la Señora Tulia.
“Señora Tulia, escuche muy bien lo que le voy a pedir, dígale a almacén que agarren todas las telas que necesita el hombre que fue a la oficina y se las despachen a la dirección donde indicó. Dígale a administración que yo cubro los gastos con mi dinero personal”.
La secretaria al otro lado de la línea abrió los ojos de par en par.
“¿Y qué le dio a este señor? Me tuve que meter porque casi lo mata y ahora me pide que le envíe las telas y que él paga, ¿Será que a mi jefe le está dando la andropausia?”. Se preguntó con el ceño fruncido.
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