Capítulo 1:

“Señora Castelli, lamento decirle que no es muy probable que usted y su esposo puedan tener un hijo por vía natural”. Dijo el doctor arreglándose los lentes.

“No entiendo ¿Qué quiere decir?”. Preguntó Tamara sintiendo como si le hubieran dado un gran golpe en la cabeza dejándola aturdida.

“Justo lo que entendió. Debemos probar varias maneras de poder fertilizarla, puede ser; en primer lugar, por inseminación artificial y si esa no funciona podremos probar por fertilización in vitro. Pero lo primero que necesitamos hacer es que su esposo venga para tomarle las muestras que usaremos para el proceso”.

Ella suspiró con un poco de preocupación, rogando en su interior que su esposo no pusiera peros para ese asunto.

“Está bien doctor, hablare con mi marido para que venga, aunque creo que me costará convencerlo”. Dijo ella sintiéndose preocupada.

“Pero es necesario, de lo contrario no podremos hacer nada”.

Ella asintió y se fue a su casa, ese día llegó haciendo una deliciosa cena; la comida preferida de su marido, así esperaba convencerlo.

Esperó por horas hasta que, a las diez de la noche, casi cuando se estaba durmiendo en el sofá, apareció.

“Joel”. Dijo ella emocionada: “Necesito hablar contigo”.

“Ya lo estás haciendo ¿Me tienes noticia? ¿Por fin estás embarazada?”.

“Aún no, pero…”.

Antes de que ella pudiera decir algo más, él la interrumpió.

“Ya veo cuál es el problema, tú eres infértil, solo así se explicaría que no has podido quedar embarazada”.

“El doctor me dijo que podíamos intentarlo con una inseminación artificial, necesitan que vayas para que te tomen la muestra que usarán”. Pidió, pero su esposo hizo un gesto de molestia.

“Mira Tamara, sabes que ya estoy cansado de esto, me siento como un animal siendo objeto de estudio, solo porque al parecer tú no puedes quedarte embarazada. No me vengas a culparme a mí por tus deficiencias”.

Las palabras del hombre le dolieron más que cualquier golpe físico, pero escondió su pesar y siguió insistiendo.

“Por favor, Joel, intentemos de nuevo”. Pidió en tono suplicante: “Vayamos mañana”.

El hombre se quedó viéndola con desagrado, pero su voz fue tranquila.

“Está bien, acepto, pero te voy a advertir que esta es la última vez que me someteré a esto, más te vale que funcione porque de lo contrario voy a pedirte el divorcio… después de todo, tú resultaste ser un fiasco, no eres lo que yo pensaba”. Expresó con molestia.

“Tú no puedes estar hablando en serio … seguramente lo estás haciendo porque estás dolido, frustrado”. Declaró ella sin poder creer las palabras ofensivas de su esposo.

“Nunca he hablado más en serio en toda mi vida… estás advertida y gracias por la cena, pero no tengo apetito”. Declaró y la dejó en la cocina con todo lo que había preparado.

“Pero, ¿Qué voy a hacer con toda esa comida?”. Preguntó ella con pesar.

“¡Cómetelos tú! ¡O Bótalos a la basura!”. Exclamó retirándose.

Tamara lo vio salir con una mezcla de sentimientos. Suspiró profundo y comenzó a recoger la mesa que con tanto esmero había arreglado.

No te molestes Tamara. Se dijo.

Quizás el estrés de esta situación lo tiene así.

Ella trataba de justificarlo y es porque cuando se casaron su esposo era un hombre detallista, preocupado, cariñoso… pero después de la boda cambió, por más que le preguntó, nunca supo darle respuesta.

Y luego, cuando se puso en tratamiento para salir embarazada, su cambio fue más notorio, tanto que ya no recordaba el hombre con quien se casó.

Terminó de recoger la cocina, ni siquiera ella quiso comer, se le había quitado el apetito. Se fue para la terraza con su teléfono y llamó a su mejor amiga.

Después de varios repiques, su amiga le atendió.

“Freya, ¿Estabas durmiendo?”.

«Estaba a punto, pasa algo ¿Ahora qué te hizo tu adorado esposo?».

“¿Cómo lo sabes?”. Ante el silencio de su amiga, no esperó respuesta: “Llegó molesto, le había preparado sus platos preferidos, pero ni siquiera los vio… debí recoger todo y ahora tengo comida para alimentar un regimiento por más de una semana”.

«Ay, muñeca, tú no aprendes. Yo hubiera agarrado las ollas de la comida para ponérselas de sombrero, si aprende a ser serio ¡Es un desconsiderado!».

“Talvez está estresado por la situación de que no hemos pedido tener hijo… yo lo entiendo”.

«Tú también lo estás y no te veo comportándote de esa manera… te voy a decir algo y espero no te molestes, pero yo que tú simplemente me lo pensaría bien tener un hijo con ese hombre. Creo que tipos como él, no deberían reproducirse, es mejor para la raza humana si se extinguen, no le hacen ningún bien a la humanidad».

“Ay Freya, no digas eso, sabes que él no siempre ha sido así… ahora está pasando por un mal momento, todos pasamos por malos momentos”. Lo justificó.

«Si solo que lo de él se ha prolongado». Dijo la mujer al otro lado de la línea con un suspiro de resignación, porque sabía que Tamara no iba a dejar de defenderlo, en la vida no había peor ciego que aquel que se niega a ver.

Una hermana después…

“Señor Sebastini, llamó el doctor, hoy le hacen la inseminación a la Señorita Castelli”.

“¿Es necesario que vaya?”. Preguntó, aunque tenía una reunión de trabajo, le gustaría estar presente cuando inseminarán a la mujer.

“No es necesario señor, el doctor le avisará cuando todo esté listo”.

“Perfecto, recuérdele a la Señorita Castelli que se mantenga bajo perfil, cero declaraciones a la prensa. Cuando ya esté embarazada se trasladarán conmigo a uno de los apartamentos, quiero ver todo el proceso de desarrollo de mi hijo en su vientre”.

“Así se hará, señor. Tal como lo establece el contrato”.

El hombre tenía demasiada ansiedad, había decidido tener un hijo de esa manera porque no quería atarse a ninguna mujer, a lo largo de su vida había tenido muchas decepciones y no quería ninguna mujer reclamándole o queriéndolo chantajear a través de su hijo.

Pese a que le dijeron que no era necesario que fuera, terminó apareciéndose, no le gustaba dejarle nada al azar.

Mientras tanto, dos mujeres esperaban en un consultorio, una al lado de la otra.

La enfermera vio las dos muestras en la bandeja, una decía ‘Señora Tamara Castelli’ y la otra ‘Señorita Tamara Castelli’

La enfermera frunció el ceño y luego tomó una decisión, entró al consultorio donde estaba la mujer y preguntó.

“¿Usted es la Señorita Castelli?”.

“Si soy yo”. Respondió con seguridad.

“Perfecto”. Respondió.

Dejó todo lo necesario allí para la inseminación, luego se fue al otro consultorio y dejó las muestras allí.

¡Qué coincidencia! ¡Se llaman iguales! Menos mal que pregunté. Pensó la mujer muestras salía.

Segundos después entró el doctor.

“Empecemos con el procedimiento, Señora Castelli”.

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