Los Secretos de la Esposa Abandonada -
Capítulo 89
Capítulo 89:
El rostro de Kellan permanecía tan neutro como un cielo despejado, pero la sutil tensión de sus dedos delataba la tormenta que se estaba gestando bajo su tranquilo exterior.
No había esperado que la respuesta de Allison fuera aún más frívola que la suya. Sin el menor atisbo de vergüenza o incomodidad, comentó despreocupadamente: «No cuenta». ¿Esa noche? Digamos que tu actuación no me impresionó precisamente».
Su mirada se ensombreció, el recuerdo de la mísera propina dejada en la mesilla de noche pasó por su mente como un regusto amargo.
La cabeza de Allison se levantó lentamente, sus ojos se cruzaron y, en ese momento, una chispa se encendió entre ellos, tan intensa que parecía como si el aire estuviera cargado de un rayo invisible.
A Kellan se le aceleró el pulso y bajó el tono de voz. «¿Me dejas compensarte?». Sus palabras destilaban desafío.
Su respuesta fue desdeñosa, mezclada con diversión. «No, gracias. Las oportunidades perdidas no llaman a la puerta dos veces. Si metes la pata una vez, estás acabado. Yo no doy segundas oportunidades».
Las puertas del ascensor se abrieron con un suave timbre y ambos entraron.
Por un momento, el silencio cubrió el espacio, cargado de palabras no dichas.
Justo cuando las puertas empezaban a cerrarse, Kellan se levantó de repente de la silla de ruedas y, en el mismo instante, Allison le agarró de la corbata, tirando de él hacia delante con una fuerza sorprendente.
Sus miradas se cruzaron de nuevo y, en aquel ardiente intercambio, ninguno de los dos necesitó hablar para saber exactamente lo que ambos ansiaban.
«Bonita corbata, Sr. Lloyd», se burló Allison, con voz ligera pero llena de picardía.
«Sus ojos son más bonitos, señorita Clarke», replicó él con suavidad, deslizando la mano por detrás del cuello de ella mientras ella le agarraba la corbata.
Sus miradas se entrelazaron y, en aquella fracción de segundo, fue como si sus almas quedaran al descubierto, crudas y vulnerables. Kellan oía los latidos de su corazón resonando en su pecho, la intensidad del momento le golpeaba como un maremoto.
En un movimiento sincronizado, se inclinaron hacia él y sus labios chocaron con la fuerza de un relámpago. El beso fue abrasador, feroz, sin complejos. A diferencia de su caótico encuentro anterior, éste fue deliberado, un desafío silencioso entretejido en cada roce.
Ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder. Ambos luchaban por el control, su tensión combinada chispeaba como dos espadas enzarzadas en combate.
Allison apretó con fuerza la corbata de él, casi cortándole la respiración, mientras los dedos de Kellan se enredaban en el pelo de ella, acercándola como si pretendiera fundir sus seres en uno solo.
Un silbido bajo y tenso se escapó entre ellos, ninguno dispuesto a ceder. La conexión entre ellos crepitaba como una tormenta eléctrica, una partida de ajedrez en la que un movimiento en falso podía significar la rendición total. Sin embargo, la emoción de la batalla los mantenía inmóviles.
Esta batalla de voluntades, esta rivalidad embriagadora, retumbaba en sus venas, resonando con algo primario y profundo.
Cuando el ascensor descendió rápidamente, llegó al aparcamiento subterráneo, trayendo una fresca ráfaga de aire impregnada del tenue aroma de las gardenias. Las puertas se abrieron con un suave tintineo.
Con la misma rapidez con la que se habían unido, se separaron, como si el abrasador intercambio no hubiera sido más que una fugaz ilusión.
Allison se dirigió hacia su coche, girando despreocupadamente las llaves entre los dedos como si nada hubiera ocurrido. «Adiós, señor Lloyd», dijo por encima del hombro, con un tono tranquilo y desinteresado.
Sin mirarlo dos veces, se marchó, dejándolo parado a su paso. La forma en que se marchó, con tanta facilidad, le recordó a Kellan a alguien que se viste y se marcha después del acto: fría y distante, como si el momento nunca hubiera tenido ningún significado real.
No fue hasta que el coche desapareció en la distancia que Kellan notó el fuego que aún corría por sus venas, una lenta quemadura que se había apoderado de todo su cuerpo. «Adiós, señorita Clarke», murmuró en voz baja, más para sí mismo que para el aire vacío.
Las mujeres nunca habían sido para él más que una distante ocurrencia tardía, y mucho menos algo tan íntimo como un beso. Pero este beso había sido diferente del que habían compartido antes. Si su encuentro anterior había sido puro instinto, una rendición a los deseos más bajos, éste llevaba el peso de cada emoción latente y de cada juego de poder tácito entre ellos.
Kellan no podía empezar a desenredar la telaraña de la mente de Allison. Era como la superficie tranquila del océano, ocultando un remolino de corrientes peligrosas debajo. Ya fuera en la lujuria o en el intelecto, Allison siempre parecía tener la sartén por el mango, como si estuviera jugando a un juego que sólo ella comprendía.
Reflexionando sobre ello, Kellan dejó escapar una risa tranquila y amarga.
«Me está tomando por tonto».
Ella lo había besado y luego se había marchado sin pensárselo dos veces, dejándolo sumido en las secuelas. No importaba cuánto tiempo reflexionara, no podía desentrañar el enigma que era Allison.
El tenue aroma de las gardenias aún permanecía en el aire fresco, flotando en el aparcamiento como un fantasmal recuerdo de su intenso momento de intimidad.
Mientras el aroma floral acariciaba sus sentidos, Kellan no podía evitar pensar en el significado de la flor: amor eterno y promesas.
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