Los Secretos de la Esposa Abandonada -
Capítulo 384
Capítulo 384:
Ferdinand no estaba dispuesto a arriesgarse a perder un proyecto multimillonario, así que decidió que era más inteligente escabullirse lo más rápido posible.
Kellan, en cambio, permaneció imperturbable. Sin mediar palabra, se puso su máscara plateada y se dirigió a la sala de espera.
El subterráneo estaba abarrotado de gente.
Entre la multitud, la atención de Kellan se centró inmediatamente en una mujer de llamativos rizos.
Su presencia irradiaba intensidad, como una llama que ardiera con fuerza.
Cuando Kellan levantó la mirada, sus ojos se cruzaron. Por un momento, el mundo pareció congelarse, como si todo el ruido y el movimiento a su alrededor se hubieran detenido.
Había algo en ella que le resultaba profundamente familiar, sobre todo aquellos inusuales ojos de color púrpura claro.
Cuando Kellan hizo su entrada, los murmullos de la multitud llegaron a oídos de Allison.
«Ese es Turbo, el actual campeón. Mala suerte toparse con él esta noche».
«Gracias a Dios que no corremos contra él».
«Dicen que una vez alguien ofreció cuatrocientos mil por descubrir la identidad de Turbo. Pero todos los que lo intentaron fueron maldecidos, enfermaron misteriosamente o sufrieron accidentes extraños. Es espeluznante».
«Esa mujer de ojos púrpura, la llaman Sweety, ¿verdad? Qué pena, seguro que se queda llorando antes de que acabe el día».
Allison miró al hombre del que todos murmuraban. A pesar de la tensión en el aire, no pudo evitar fijarse en su imponente físico.
Tenía un torso perfecto en forma de V, piernas largas, hombros anchos y cintura estrecha.
Llevaba un uniforme muy entallado, que acentuaba su firmeza, y unos guantes de cuero negro cubrían sus largos y finos dedos.
La camisa gris oscuro que llevaba, combinada con el arnés negro, resaltaba las suaves líneas de su pecho.
Una relación perfecta entre hombros y cintura.
Sus ojos fríos y penetrantes despertaron algo en su interior, recordándole brevemente a Kellan.
Pero no era momento para distracciones. La fuerte voz del anunciador la desconcentró mientras la multitud se preparaba.
«Todos los corredores, a sus posiciones. Pónganse en fila según el número de su grupo».
Allison agarró su casco y abrió rápidamente la puerta de su coche.
Quienquiera que fuera ese hombre no importaba ahora. Lo único que tenía en mente era ganar la carrera y conseguir el objeto que Hoyt le había insinuado.
Colton seguía con la mirada fija en la pista, sumido en sus pensamientos.
Se inclinó hacia Melany y le susurró: «El tipo con el que debo hacer negocios está ahí abajo. Cuando nos encontremos con él, dile algo amable. Deséale suerte en el premio, aunque a los peces gordos como él no les importa ganar. Sólo quieren llamar la atención».
Últimamente, Colton estaba nervioso.
El día de la subasta aún permanecía en su mente, especialmente el momento en que sus pensamientos se habían desviado hacia Allison. No entendía por qué, aquella tarde lluviosa, tuvo el impulso de acercarse a ella ni por qué sus palabras burlonas seguían pesando sobre él.
En el fondo, Colton sabía que era porque no había estado a la altura de sus propias expectativas. Y esa realidad le hacía estar aún más decidido a hacer que ella se arrepintiera de haberle subestimado.
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