Capítulo 338:

Gordon apretó firmemente las palmas de las manos contra la pared, atrapando a Allison entre sus brazos. El aire estaba cargado de tensión, casi sofocante, y sin embargo, cuando levantó los ojos para encontrarse con los de ella, estaban llenos de una inocencia perdida, casi lastimera, como la de un cachorro extraviado.

«Allison, ¿puedo?» Su voz flotaba en el aire, lenta y pausada.

Desde donde estaba Allison, podía distinguir su clavícula, la camisa lo suficientemente estirada como para revelar un indicio de su pecho bien definido. Se fijó en su cuerpo delgado y musculoso, su cintura estrecha y su mandíbula esculpida. Su aspecto no tenía nada que envidiar al de un modelo. Las tachuelas de plata en las orejas, el pelo despeinado que le caía sobre los hombros, le daban el aspecto de un corazón rebelde, despreocupado hasta límites insospechados.

Pero aquella expresión -aquellas palabras- le hacían parecer que esperaba permiso. Había algo obediente, casi suave en él, como si con un solo toque fuera a mover la cola. Su voz, con un tono ambiguo pero entrañable, dejaba claro que estaba dispuesto a rendirse.

Pero aquí, en este rincón poco iluminado, la realidad se cernía sobre él. Él era su subordinado y ella su superior.

«Gordon, te estás pasando de la raya», dijo Allison, tirando bruscamente de su corbata.

Su sonrisa, juguetona pero peligrosa, tenía peso. Con un simple tirón, podría asfixiarlo si quisiera.

«Si te cansas de trabajar en Cobweb, puedo sustituirte fácilmente -continuó, adoptando el tono de voz que se emplea con una mascota-.

¿Lo más extraño? Gordon no se encogió ante ella. Parecía perderse bajo su mano. La bravuconería que había llevado como una armadura momentos antes se desmoronó. Aunque intentó ocultarlo, sus ojos delataron el pánico que acechaba bajo la superficie.

«¡Jefe, lo siento! Por favor… no me despida», balbuceó, con la voz ligeramente quebrada.

No era la presión de la corbata lo que le asustaba, sino la idea de ser desechado por Allison. Había pasado años vagando por el extranjero, a la deriva y sin un verdadero sentido de la familia. En sus momentos más oscuros, había sido Allison quien le había sacado de las sombras, aunque sólo fuera a través de una pantalla. Ella había sido su luz de guía, su vínculo con algo real, mucho antes de que se conocieran en persona.

Bajó la cabeza, las pestañas temblorosas mientras hablaba. «No pretendía disgustarte. Es que… ese collar. El colgante de serpiente, me despistó, y yo… No lo pensé bien». Se estremeció interiormente, sabiendo que había actuado impulsivamente. Cada vez que veía a Floyd o a Kellan acercarse demasiado a ella, los celos lo carcomían como una picazón que no podía rascar. Pero había olvidado que Allison no era sólo su confidente; era su superior. Al fin y al cabo, ese era el límite entre ellos.

«Jefe, aceptaré cualquier castigo que crea que merezco. Átame, azótame, lo que sea. Sólo… por favor, no me abandone», suplicó Gordon, con sus profundos ojos reflejando la silueta de Allison. Las lágrimas brillaban en sus ojos y su voz temblaba por el miedo a quedarse solo.

Allison, que al principio quería darle una lección, empezó a calmarse al ver lo desesperado que estaba.

«Te lo he dicho antes, no voy a abandonarte», suspiró, sintiendo que le entraba un dolor de cabeza.

Se había sentido atraída por su vena rebelde, su mente aguda y la forma en que navegaba por el mundo digital con facilidad. Por eso lo había traído a Cobweb.

Pero no había previsto que, una vez domesticado, se aferraría a ella como si fuera lo único que evitaba que se ahogara.

Recordó la noche en que la había llamado presa del pánico, incapaz de respirar por su miedo a los espacios pequeños. Su voz había sido tan agitada entonces como ahora, suplicándole una y otra vez. «¡Jefe, por favor, no me deje!». Fue entonces cuando se enteró de la magnitud de sus problemas de abandono: cómo sus padres le habían echado a los lobos, enviándole al extranjero sin una red de seguridad. Quizá por eso, cuando encontraba algo estable, se aferraba a ello como a un salvavidas.

«Ese collar podría pertenecer a cualquiera. No te incumbe», dijo Allison, con un tono cortante pero no cruel. «Y lo que es más importante, eres joven, Gordon. A veces… confundes el apego con el amor». Hablaba por experiencia. Años atrás, ella también había confundido la comodidad con el romance, atrapada en el calor de las crisis que hacían que todo pareciera más intenso, más real de lo que en realidad era. Sus tres años de matrimonio habían sido un testimonio de esa ilusión.

Allison se hundió en el sofá, cogió unas cuantas máscaras de la mesita y las dejó a un lado. Volvió a mirarlo, ahora con más mesura.

«Mira, nadie es indispensable. Ni yo, ni tú. No estoy aquí para endulzar nada. En Cobweb nos une la profesionalidad, no los sentimientos personales. No me gustan los secretos y no oculto la verdad a nadie», dijo.

Gordon hizo una pausa, asimilando sus palabras. Sabía que ella siempre le había tratado como a un hermano pequeño, pero le corroía la idea. Él no quería eso.

«Ya tengo veinte años, jefe. Sé lo que hago y sé lo que quiero», dijo Gordon, con voz firme pero suave. Sus ojos, aún empañados por la emoción, se clavaron en los de ella con una intensidad que desmentía su juventud.

«No importa si estás casada. Los títulos no significan nada para mí. Sólo quiero estar a tu lado».

Allison abrió la boca, pero por una vez, las palabras no salieron.

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