Los Secretos de la Esposa Abandonada -
Capítulo 183
Capítulo 183:
Allison se quedó quieta, escuchando mientras el silencio al otro lado del teléfono se alargaba torpemente antes de romperse.
«Hoyt está revolviendo problemas de nuevo. Parece que se está preparando para hacer el mismo truco que la última vez con ese afrodisíaco: probablemente planea meterse a alguna mujer en tu cama.»
La expresión de Kellan se volvió de hielo. «Claro que sí. Siempre está tramando algo turbio».
La interminable red de intrigas y manipulaciones de aquellas plagas le crispaba los nervios.
Bajó la voz, irritado. «Si está tan empeñado en arruinar mi nombre, que sea el primero en pagar las consecuencias. Que vengan algunos periodistas: a los cotillas les encantan los escándalos. Que se aireen bien sus trapos sucios. Después de todo, está desesperado por ser reconocido como un verdadero Lloyd, ¿verdad? Mostrémosle al mundo cómo es». El tono de Kellan se afiló con un toque cruel. «¿Quiere atención? Yo se la daré».
«Entendido», fue la rápida respuesta del subordinado, que ya sabía exactamente cómo proceder con el fríamente eficiente plan de Kellan.
La llamada terminó bruscamente y la habitación se sumió en un incómodo silencio.
Kellan miró fijamente su reflejo en el espejo, y su mente vagó hacia la idiotez de Hoyt. El hombre era tan predecible como siempre, ni siquiera se molestaba en cambiar de táctica. ¿De verdad creía que caería dos veces en el mismo truco?
En momentos así, los pensamientos de Kellan se volvían más conflictivos.
Hubo un tiempo en que mil cosas competían por su atención, dejándolo en un constante estado de irritación. Pero desde que Allison había entrado en su vida, una extraña calma se había apoderado de él, como el ojo de una tormenta.
Cada vez que esos sentimientos volvían a aflorar, el primer pensamiento que le venía a la mente era el de aquella hermosa y peligrosa mujer: Allison. Los ojos oscuros de Kellan se profundizaron mientras susurraba en silencio su nombre, con las sílabas flotando en el aire como una melodía inquietante.
Allison permanecía felizmente ajena a los pensamientos de Kellan. Sólo podía distinguir la silueta de él levantándose lentamente, en dirección a un maniquí de silicona escondido en un rincón de la habitación.
Kellan siempre había presumido de un físico llamativo, con hombros anchos y cintura afilada, y los suaves contornos de sus músculos se hacían cada vez más evidentes con cada movimiento fluido que hacía.
Entonces, Allison se dio cuenta de que algo le pasaba a Kellan. Respiraba con dificultad y los bordes de sus ojos presentaban un enrojecimiento inusual, como si las sombras se hubieran instalado allí.
Frunció el ceño. El maniquí se estaba transformando en su mente, cada vez parecía menos un juguete y más un artefacto extraño, sobre todo con el surtido de herramientas que cubrían la pared, creando una escena difícil de articular.
Sin embargo, en los recovecos de la mente de Kellan, lo que se repetía una y otra vez era la imagen del rostro frío e inflexible de Allison. «Realmente eres un rompecabezas envuelto en un enigma», murmuró en voz baja, con el cuerpo ardiendo de calor.
Kellan cerró los ojos poco a poco, imaginando el pelo de Allison bailando con la brisa, cada mechón tirando de las cuerdas de su corazón como una marioneta atrapada por un viento suave.
Y los llamativos tacones rojos que llevaba en las Islas Quemadas, que permanecían en sus pensamientos, una fantasía de ella pisándole con esos tacones finos, mirando hacia abajo desde su elevada posición, y luego aplastándole bajo sus pies.
Al igual que aquella fatídica noche en el yate, estaban entrelazados de una forma que no dejaba lugar a escapatoria. Pronto, un jadeo bajo y controlado, teñido de urgencia, se escapó de la garganta de Kellan. Era una faceta de él que Allison nunca había visto.
Al principio había querido obtener más pistas, pero se quedó momentáneamente sin habla. Sin embargo, se dio cuenta de que Kellan no era más que un ser humano con sus propias necesidades.
Resultó que Kellan no perseguía a las mujeres, sino que recurría a un maniquí para satisfacer sus deseos.
Siendo adultos, ambos comprendieron que tales cosas no eran del todo chocantes. Aun así, Allison sintió una inusual oleada de incomodidad y desvió rápidamente la mirada. Escuchar a escondidas una llamada telefónica ya estaba mal; ver a alguien participar en actividades de ese tipo era algo totalmente distinto.
Kellan estaba en la flor de la juventud. Aunque los rumores indicaran que no le interesaban las mujeres, eso no significaba que careciera de los impulsos habituales. Con la miríada de peligros ocultos que le acechaban, tenía que fingir algún tipo de incapacidad. Si no encontraba una manera de aliviar su creciente estrés, podría dar lugar a complicaciones importantes.
Allison apoyó la cabeza con la mano. Aunque la escena estaba fuera de su vista, aún podía oír cómo se desarrollaba.
Su respiración agitada, con un matiz de anhelo, permanecía en sus oídos. Para ser sincera, el sonido de los jadeos de un hombre tenía un atractivo innegable, magnético.
Escuchó atentamente durante lo que le pareció una eternidad, pero su mente no pudo evitar preguntarse: «¿Por qué tarda tanto?».
Le asaltaron los recuerdos de aquella noche en el yate, en la que ambos se habían entregado a un salvaje abandono. Kellan había hecho gala de una resistencia extraordinaria, una resistencia que había sido difícil de pasar por alto.
Después de lo que pareció otra media hora, el ritmo constante de su respiración no mostraba signos de desaceleración.
«Dios, ¿alguna vez va a terminar con esto?» Allison movió ligeramente sus rígidos miembros, ya que estar agachada en este armario estaba convirtiendo sus músculos en plomo. Sin embargo, el más mínimo movimiento emitió un ruido, haciendo que Kellan prestara atención.
Su expresión se ensombreció y ladró: «¿Quién está ahí? Muéstrate!»
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