Capítulo 172:

Allison ya había tirado de Nicholas por el cuello, usándolo como escudo humano. La bala le atravesó el cráneo, con los ojos embotados al instante.

Aquel pobre hombre nunca imaginó que encontraría su final a manos de su aliada. La sangre salpicó la cara de Allison, pero mantuvo una calma inquietante mientras levantaba el arma. Girándose ligeramente, dijo: «Ahora me toca a mí».

Antes se había dado cuenta de que sus pistolas se atascaban durante tres segundos, un fallo fatal.

Y eso hacía de ésta la ventana perfecta. En un instante, un caótico tiroteo estalló a su alrededor.

Allison empujó el cuerpo sin vida a un lado y se deslizó en la selva, sus movimientos rápidos y precisos, tomando sus disparos uno por uno.

Su puntería no era tan aguda como antes -tres años sin manejar un arma la habían dejado un poco oxidada-, pero lo compensaba con estrategia. Afortunadamente, no eran demasiados; de lo contrario, las cosas podrían haberse torcido rápidamente.

Los hombres apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de caer al suelo. No tenían ni idea de que aquella mujer fuera tan hábil y de que su puntería fuera tan precisa. Su último pensamiento fue la escalofriante imagen de aquella mujer fantasmal, limpiándose la sangre de la cara con expresión serena.

Se dieron cuenta demasiado tarde de por qué su líder había caído presa de aquella mujer, quedando desfigurado y humillado.

Con los últimos cadáveres cayendo, Allison miró hacia el yate atracado en el muelle, el éxito brillando en el horizonte. Pasando por encima de los hombres caídos, rebuscó en su equipo y recogió lo que necesitaba. «Pistolas, dagas de plata e incluso explosivos», murmuró.

Justo cuando terminaba de asegurar las provisiones y se disponía a regresar para ayudar a Kellan, unos pasos sonaron cerca.

Instintivamente, el arma de Allison estaba en su mano, apuntando a la figura que se acercaba – un hombre con penetrantes ojos azules de pie frente a ella.

«Hola, preciosa. Carlos López, a tu servicio. Tengo que decir que admiro tu trabajo. En mejores circunstancias, te perseguiría como un perro tras un hueso».

Carlos sonrió, sus ojos azules brillaban como los de un lobo al acecho. Dio una palmada lenta y, con ella, un grupo de sus hombres empujó hacia delante una figura ensangrentada: ¡Kellan!

La mirada de Allison se volvió fría, una rabia mortal hirviendo a fuego lento bajo su tranquila fachada. La camisa blanca de Kellan estaba empapada en sangre, su rostro magullado y maltrecho. Estaba claro que le habían dado una paliza para ganar tiempo.

«No… tienes que preocuparte por mí -consiguió decir Kellan, pero le metieron un trapo en la boca antes de que pudiera continuar.

Sus ojos se mantenían firmes, observando a Allison sin miedo. Ya había hecho las paces con el hecho de que no podía salirse con la suya. Había aceptado ser el cebo, sabiendo muy bien el peligro que correría. Lo último que quería era arrastrarla con él.

Su expresión carecía de miedo cuando miró a Allison a los ojos. Su mensaje para ella era claro: Vete. Ahora mismo. El yate estaba justo allí, la oportunidad perfecta para escapar. Una vez a bordo, podría zarpar y los refuerzos no tardarían en llegar.

Era lo más sensato.

Carlos chasqueó la lengua divertido, su voz casual, casi juguetona. «Ah, te tiene mucho cariño, ¿verdad? Pero, verá, señorita Clarke, después del lío que ha montado, matando así a mis hombres, no puedo dejarlo pasar. El orden debe mantenerse, después de todo. Así que me temo que aquí acaba su historia».

Se ajustó el cuello de su gabardina negra y sus rizos rojos le dieron un aire casi teatral.

Carlos apretó perezosamente su pistola contra la cabeza de Kellan.

«Señorita Clarke, tenga la amabilidad de soltar el arma y coger esa bonita daga suya. Espero que le corte los tendones. Los dos». Sonrió con un tono amenazador. «¡O me aseguraré de que este tipo no salga vivo!»

El ceño de Allison se arrugó, su mente se aceleró.

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