La última luna -
Capítulo 1
Capítulo 1:
POV Ellie.
‘Lidera con amabilidad. Lidera con gracia. Lleva siempre una sonrisa amable en la cara’, Ellie Knight leyó una vez más las palabras que tenía colgadas en una pancarta sobre el espejo de su habitación antes de respirar profundamente, fijar la sonrisa recomendada en su rostro y salir a trabajar.
Tenía mucho en su agenda, como siempre, pero no era nada que no pudiera manejar. Aunque acababa de cumplir veintitrés años hace unos meses, llevaba casi dos años dirigiendo la Manada Lobo Veloz, desde que su padre, Michael, había decidido que era hora de dar un paso atrás.
Aunque seguía ocupándose de muchas cosas por ella, ya no era el Alfa. Como Ellie era su única hija, había asumido ese papel de liderazgo, que normalmente correspondía a un macho.
Sin embargo, Michael le había dicho hace mucho tiempo que sabía que ella podía manejarlo. Ellie era tan fuerte como cualquier otro lobo metamorfo que hubiera conocido y probablemente era mejor líder porque tenía las cualidades de crianza de su madre mezcladas con su naturaleza protectora.
El sol estaba subiendo por encima de las montañas en la distancia. Ellie no pudo evitar detenerse a admirar la hermosa vista durante unos instantes.
La naturaleza que la rodeaba era salvaje e indómita, como ella misma y le encantaba correr por esos bosques en su forma de loba, respirando el aire refrescante del bosque, bebiendo el agua fresca del rio y mirando el cielo azul.
Cuando era más joven, antes de que su madre muriera, tenía todo el tiempo del mundo para juguetear en el bosque, Ahora tenía muchas más responsabilidades y esas correrías por el bosque eran escasas.
Cada vez que tenía la oportunidad, se tomaba un momento para respirar el aire fresco, admirar las montañas y recordar que su manada había sido realmente bendecida por vivir en tierras tan hermosas.
Solo tardó un segundo en llegar a su primera parada. Una nueva clase de cadetes estaba entrenando en el claro. Podía verlos desde el camino que llevaba de su casa a su oficina.
Dirigidos por uno de sus más fieros combatientes de Omega, Rob, este grupo seguramente se pondría en forma en poco tiempo. En ese momento, pudo verlos haciendo una serie de ejercicios de calistenia para entrar en calor. Tuvo que acercarse a ver la nueva clase, para hacerles saber que estaba interesada en cómo iba.
Una treintena de cachorros de entre doce y diecisiete años estaban de pie en filas uniformes frente a Rob, realizando los mismos movimientos que él. En ese momento, estaban estirando las piernas, sujetando un pie por detrás mientras hacían equilibrio sobre el otro,
Se daba cuenta de que estaba poniendo nerviosos a algunos de los alumnos más jóvenes, así que se aseguró en calor. Tuvo que acercarse a ver la nueva clase, para hacerles saber que estaba interesada en cómo iba.
Una treintena de cachorros de entre doce y diecisiete años estaban de pie en filas uniformes frente a Rob, realizando los mismos movimientos que él. En ese momento, estaban estirando las piernas, sujetando un pie por detrás mientras hacían equilibrio sobre el otro.
Se daba cuenta de que estaba poniendo nerviosos a algunos de los alumnos más jóvenes, así que se aseguró de que su sonrisa fuera alentadora.
Algunos de estos alumnos estaban a punto de terminar su entrenamiento inicial y pronto pasarían a entrenar en el gimnasio en grupos más pequeños. Otros acababan de empezar. Ellie recordaba con cariño su paso por este entrenamiento inicial.
Había sido el Beta de entonces su entrenador, Oscar. Era un gran guerrero, aunque ahora se había retirado. Incluso tenía nietos, Su padre nunca dejó que Ellie olvidara que él y Oscar tenían la misma edad.
“Buen trabajo, chicos. Sigan así”, dijo Ellie, saludando a los cadetes.
Le dio una palmadita en el hombro a Rob, con cuidado de no hacerle perder el equilibrio.
“Gracias, Luna Ellie”, respondió Rob con una sonrisa de orgullo. Ella le hizo un gesto con la cabeza y continuó su camino.
Luna Ellie… así era como prefería que la llamaran, aunque era la líder de la manada y podría haberse llamado Alfa Ellie, a pesar de su género. Seguía insistiendo en que todo el mundo llamara a su padre Alfa, a pesar de que él quería dejar de lado ese título.
Quería ser la Luna, como su madre, que había sido tan dulce y amable con todos, pero el lado guerrero de Ellie no le permitía ser solo la Luna. Había llegado a un compromiso con su padre. Liderar la manada; ser llamada Luna.
Aunque a algunos de los otros alfas de la manada cercanos les gustaba bromear con que los Lobo Veloz ni siquiera tenía un Alfa, a Ellie no le parecía gracioso y con gusto pondría a cualquiera de esos compañeros en su lugar, si les importara hacerle la broma en la cara.
De camino a su siguiente parada, Ellie vio tres rostros conocidos que salían del comedor y tuvo que detenerse para increparlos.
“¿Qué están haciendo? ¿Causando problemas a estas horas de la mañana?”, preguntó Ellie.
Cane, Hans y Seth eran como hermanos pequeños para ella, aunque ni siquiera eran parientes. Los tres tenían dieciocho años y acababan de pasar a la siguiente parte de su entrenamiento, lo que les daba más libertad para andar por ahí y causar problemas, pero siempre en el buen sentido.
Los tres chicos eran básicamente inseparables y Ellie los adoraba a todos. Como no tenía hermanos, se había encariñado con ellos cuando era más joven y los chicos siempre la trataban como la hermana mayor que ninguno de ellos tenía.
“Vamos a dar una vuelta por el bosque ¿Quieres venir?”, dijo Hans con una sonrisa en la cara.
“Uf, ojalá pudiera. Pero no puedo. He quedado de juntarme con mi padre para entrenar y luego tengo una reunión con el Beta Andrew”, suspiro Ellie.
Eso sonaba mucho más divertido.
“Qué pena ¿Tal vez la próxima vez?”, comentó Seth, su cara hundida mostraba que lo decía en serio.
“Si, lo dejamos para otro momento Diviértanse… pero no se vayan muy lejos”, respondió ella, alborotando su cabello oscuro
“Nos mantendremos alejados de la frontera, hermanita”, dijo Cane, con un brillo en sus ojos azules que le hizo preguntarse si estaba diciendo la verdad.
“Más vale que así sea”, agregó.
Los chicos sonrieron y se marcharon, y Ellie siguió su camino hacía el gimnasio privado donde pasaba una hora cada mañana entrenando con su padre. No había nadie en quien confiara más para asegurarse de que estaba en la mejor forma posible.
“¡Ahí está!”, exclamó Michael Knight, guiñándole un ojo cuando entró por la puerta de la pequeña habitación que había junto a su despacho.
No era glamorosa, pero tenía todo lo que ella necesitaba para ejercitarse.
“Vamos a hacerlo, jovencita. No me estoy haciendo más joven”, añadió también.
Ellie sacudió la cabeza. A él le encantaba decirle cosas así para recordarle que quería que se casara y tuviera hijos pronto.
Entrecerró los ojos y se puso los guantes de boxeo. Su padre se colocó detrás de los sacos de boxeo y Ellie comenzó su rutina habitual de patadas y puñetazos. Era un gran ejercicio cardiovascular y también ayudaba a su desarrollo muscular.
Aunque su padre siempre la animaba y le daba consejos sobre su forma mientras se ejercitaba, a menudo aprovechaba esta oportunidad para ponerse al día con ella sobre cómo marchaba la manada.
Pasaban el tiempo en el gimnasio hablando de la política de la manada, de las manadas vecinas y de cualquier otra preocupación.
Ellie casi siempre iba del gimnasio a la ducha para reunirse con su Beta, que probablemente estaba entrenando en ese momento, así que era bueno ponerse en contacto con su padre antes de esa reunión. Excepto esta mañana, que no quería hablar de negocios. Quería hablar de lo personal.
“Sabes, Ellie, estaba pensando en…”.
“Oh, no. Conozco esa mirada”, g!mió ella.
“¿Qué? No sé de qué estás hablando”, preguntó su padre fingiendo ser inocente.
Ella negó con la cabeza.
“Claro que lo sabes. Vas a decir que estabas pensando que ya era hora de que empezara a buscar a mi pareja destinada”, dijo ella poniendo los ojos en blanco.
“Bueno, ¿Y qué? ¿No crees que también lo es? La mayoría de la gente encuentra a su pareja a los veintiún años. Tú eres prácticamente una anciana”, preguntó él, a la defensiva.
Ellie pateó el saco de boxeo rojo con más fuerza de la habitual, sacudiendo a su padre por su comentario. Ella sabía que él solo estaba tratando de sacarla de quicio. Había funcionado.
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