Capítulo 840:

Un largo chorro de humo salió de sus labios mientras respondía con escalofriante calma: «No me importa lo que sientas. Si sientes que estar conmigo ha sido una pérdida, puedo compensarte».

Dio una calada al cigarrillo y sacó la chequera.

Lo apoyó en la pared y la miró de reojo. «¿Bastarían diez millones? Si no, digamos treinta millones, o cincuenta».

Finalmente garabateó ochenta millones, rompió el cheque y se lo arrojó.

Melissa se quedó paralizada, con los ojos parpadeando de incredulidad. «Así que, diga lo que diga, ¿ya no me quieres de vuelta?

«Sí», confirmó Marcus inflexible. «Así que deja de molestarme. Puede que pronto tenga una esposa. Tu insistencia podría complicarme las cosas».

Sus palabras eran duras, reflejaban el deseo de cortar todos los lazos con ella.

La expresión de Melissa delataba dolor, pero a Marcus le produjo una sensación de satisfacción.

¿Su dolor era profundo o se trataba sólo de una fachada? Tal vez pronto declararía su afecto por otra persona, como Ryan.

Con una nueva indiferencia, Marcus dijo: «Ya estamos en paz».

Cuando se dispuso a entrar, Melissa le agarró de la mano, encajando la suya en el hueco de la puerta, sacrificando su dignidad en una súplica por otra oportunidad.

«Marcus, no volveré a marcharme», sollozó, y sus palabras se convirtieron en lágrimas.

En el fondo, intuía que era inútil; estaba claro que él había terminado con ella, como ponía de manifiesto el hecho de que tirara la cuenta.

Sin embargo, la esperanza la impulsaba a suplicar. ¿Podría ablandarse y reconsiderarlo?

Pero Marcus estalló. «¿Qué quieres decir con que no te vas? Melissa, hemos terminado. ¿Entiendes lo que es una ruptura? Significa no más ‘nosotros’.

Tu vida, tus preocupaciones, ahora son irrelevantes para mí. Y las mías para ti. Esto es una ruptura. No es un juego de niños jugando a las casitas».

Después de su arrebato, la ira de Marcus se calmó, dejando una calma a su paso.

Su tono se suavizó al añadir: «No somos el uno para el otro. Tenías razón. Estamos en mundos diferentes. No debería haber llegado tan lejos. Yo lo empujé. Así que toma estos ocho millones como compensación. Por favor, Melissa, no vuelvas. No me causes problemas, y no te hagas pasar por esto otra vez».

Suavemente, puso el cheque en su mano.

«Esto es un adiós.»

Después le apartó la mano, abrió la puerta y desapareció en el interior.

Melissa permaneció junto a la puerta, inmóvil, hasta que se le entumecieron las piernas.

Lentamente, se puso en cuclillas, agarrándose el estómago dolorido, pero negándose a buscar ayuda médica.

Le dolía más el corazón que el cuerpo.

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