La segunda oportunidad en el amor -
Capítulo 1802
Capítulo 1802:
Dylan salió de su estudio, mirando los restos de un bocadillo secreto. «¿Otra vez dándote el gusto?», bromeó.
En un arrebato, Olivia reunió las pruebas. «Son mi capricho de cada dos semanas. Ni se te ocurra tirarlos», reprendió, medio en serio.
Su sonrisa era amable. «Recuerda el consejo del dentista: no te pases con ellos». No estaba severo, sólo preocupado. Se dirigió al dormitorio, cogió el albornoz para ducharse y, con una mirada retrospectiva, le recordó: «Lávate los dientes después, a menos que te apetezca un dolor de muelas».
Ella le sacó la lengua en respuesta, el momento fue ligero y burlón. Recién salido de la ducha, Dylan fue recibido por su abrazo, su beso. «Pasta de dientes nueva», susurró contra sus labios. «¿Se nota?
Vestido sólo con el albornoz, su presencia era innegable. La envolvió con cuidado, como si fuera de porcelana. Su esbelta figura parecía tan delicada en su abrazo. Bajó la cabeza y volvió a acercarse a sus labios, profundizando el beso antes de murmurar: «Ahora noto la diferencia».
Un tímido calor coloreó sus mejillas. En aquellos días, su convivencia era tierna, marcada por los besos y nada más. Una inocencia preservada, su tacto nunca se aventuró más allá.
Una vez, tras una noche de juerga social, Dylan regresó un poco desmejorado. Olivia, a solas con el resplandor del televisor, había dejado que las horas se deslizaran hacia la mañana. En la penumbra, el regreso de Dylan fue una serie de susurros urgentes y besos fervientes.
Sus manos vagaban, un calor desesperado en la oscuridad, pero se aferraban a una promesa hecha.
«Esperaremos», había dicho, una promesa para su noche de bodas. Olivia meditó sobre su contención, fingiendo una pureza que sabía tierna pero tensa.
Aun así, no quiso presionarle. Ya llegaría su momento. Atesoraba lo que compartían, su silenciosa profundidad. Pronto viajarían para conocer a los padres de él, y su futuro sería un lienzo por llenar. En otoño, se llamarían mutuamente a casa.
Su tacto se detuvo en el cuello de él, trazando las líneas de fuerza que ella tanto apreciaba. Su risa era suave en la habitación en penumbra.
«Eres atrevido», bromeó, con afecto en la voz. Olivia soltó una risita suave, y su abrazo alrededor de Dylan dejó entrever una pizca de timidez.
Él la deseó con más intensidad, subiéndola por encima del brazo del sofá para acortar la distancia entre sus labios.
Cada beso tenía la dulzura de la paciencia, un testimonio de su promesa de esperar. Él la provocó con un gesto, una mímica que la dejó sonrojada y sin aliento. Sin embargo, ella lo miró y sus ojos se encendieron con aquel anhelo compartido y tácito.
Los besos se prolongaron, profundos y deliberados. En el calor del momento, la determinación de Dylan vaciló. Se avecinaba una pausa, pero el estruendo del teléfono perforó el silencio. Una voz del pasado hablaba de reencuentros y de historias inacabadas.
«Olivia, te fuiste antes de tiempo. Te has perdido muchas cosas». Siguieron insinuaciones de viejos cotilleos. «Sharon aparentemente encontró consuelo con Raphael.»
«Apostaron a que no aparecerías».
Su sonrisa era débil. «Bueno, su dinero está a salvo. Me quedo aquí».
Con un chasquido, la conversación terminó, dejando la pregunta suspendida en el aire de los labios de Dylan. «¿Una reunión? ¿Por qué no ir y disfrutar?»
Una punzada de tristeza pesó sobre Olivia, pero mantuvo su voz ligera, juguetona. «Preferiría que no. Es el día antes de nuestro vuelo y, sinceramente, ya no estoy en contacto con muchos de ellos.»
Dylan respetó su deseo, acercándola con un pellizco juguetón y un beso que lo decía todo. «Hora de dormir», dijo, con un suave recordatorio en su voz. «La fecha límite es mañana, ¿no?
No pasó desapercibida la inversión que él había hecho en sus sueños, una suma asombrosa que insufló vida a la revista en apuros para la que trabajaba.
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