Capítulo 62:

POV Gael.

“¿En dónde quieres estar? ¿En la caída de mi padre, o quieres ver el rostro de Slim cuando quiera ejecutar a su inversor?”.

Cristian soltó el aire.

“Estoy indeciso… pero quiero ver la cara de Slim, así podré narrarte”.

“Bien… bájate y ve en otro auto, se me hace tarde”.

Hicimos las maniobras y luego entré a la cámara donde se llevaría a cabo la reunión de todos los aspirantes al puesto y los actuales senadores.

Me senté en el palco, y mantuve mi perfil bajo, mientras veía cómo todo se acomodaban. Por supuesto, noté a mi padre, toda la gente iba detrás de él buscándole un mejor puesto y saludaba como si fuera el presidente.

No pasó media hora cuando todo comenzó y dieron un discurso de bienvenida, sin embargo, yo solo quería que llegáramos a la mejor parte, y cuando el orador llamó a mi padre y todos aplaudieron, sentí cómo el corazón golpeó mi pecho duramente.

“Gracias”.

Pronunció él con una sonrisa, y desvié la mirada para observar a la mujer que lo acompañaba ahora, y la que él decía se había casado porque la amaba.

“Es un honor, y más cuando he dado parte de mi vida a esto… hoy… hoy quiero”.

Su discurso se interrumpió rápido, y la pantalla detrás de él se encendió.

Entonces me levanté.

“¿Usted quiere saber quién es realmente Rafael Bailléres? ¡Atento a estos cinco minutos!”.

Todos se pusieron expectantes, incluso mi padre se quedó anonadado con la interrupción.

“¿Qué es esto?”.

Sin embargo, esta vez la influencia que él tenía, no servía para nada, el video siguió reproduciéndose básicamente en un resumen, como había dado él la caza a la familia Koch, como se mantuvo en el negocio de drogas, trata de blancas, y la corrupción de la policía.

El lavado de dinero, y parte de una política sucia que arrastraba a unos cuantos.

Y para finalizar, su actual esposa, a quien había comprado a la red de rosa negra.

La gente se escandalizó, todo se volvió un caos en la reunión, y metí mis manos en los bolsillos, mirándolo directamente.

El hombre observaba a todas partes como un niño perdido cuando la gente comenzó a mirarse unos a otros, y luego el video comenzó a reproducirse una y otra vez en cadena nacional.

El orador suspendió la reunión en definitiva y antes de que los guardias de Rafael lo sacaran afuera por la turba que se estaba acumulando, él miró hacia mi sitio, y noté como su rostro pálido, solo negaba.

Caminé, caminé entre la gente, hasta que llegué a él, e incluso colaboré con los empujones que le daban.

Rafael salió a la calle en medio de los abucheos y yo tomé mi teléfono para ordenar.

“Transmítanlo también en internet, todos y cada uno de los videos planificados, con documentos y lo que se concretó”.

Cerré la llamada, el caos gobernaba en el momento, y varias patrullas comenzaron a sonar en el lugar.

Debía darme prisa en llegar a él, así que tomé la soga que había en el auto, y pasé por la gente, ayudado de los hombres que me acompañaba, y cuando Rafael estaba a punto de ingresar a un auto, lo tomé del brazo con fuerza, y luego le ofrecí la soga.

“Deberías… porque lo que te viene… un hombre tan bajo como tú, no lo va a soportar”.

Le di dos palmadas en la mejilla y luego le besé la frente.

“Que te reciban muy mal en el infierno, maldito”.

Caminé yéndome del lugar, incluso noté que al auto le lanzaron algunas piedras, y me detuve pasando un trago.

Estaba seguro de que era cuestión de días, cuando Rafael viera que estaba siendo despojado de todas sus riquezas, que el banco se consumiría su fortuna, y que la policía nacional, ya no tuviera más que ir tras de él, él mismo se pondría una X encima, y yo estaría allí para verlo ahogarse en su propio aire.

Los días posteriores al escándalo en el senado fueron caóticos.

La noticia de las acusaciones contra mi padre se extendió como un incendio forestal, y la prensa se alimentó vorazmente de cada detalle siniestro que salía a la luz. Rafael Bailléres, el hombre que alguna vez fue una figura poderosa y respetada, ahora se encontraba en el ojo de la tormenta.

Mientras tanto, yo estaba ocupado manejando todos los hilos de esta operación. Había planeado meticulosamente cada paso, y cada movimiento estaba calculado para asegurarme de que Rafael perdiera todo.

Era una venganza largamente esperada por todas las atrocidades que había cometido contra mi familia y contra mí.

Sus inversiones se estaban derrumbando, sus cuentas bancarias estaban siendo investigadas y congeladas, y sus antiguos aliados lo abandonaban como ratas de un barco naufragado.

“¿Cómo estás? He visto las noticias… por favor, ten cuidado”.

Llevaba tres días sin ir a casa, y me ardía el alma por abrazar a mi hijo y a Sofí, pero sabía que entre menos frecuentara el lugar, sería mejor para ellos.

“Estoy bien, nos estamos quedando en un hotel”.

“El panorama es aterrado”.

Entró otra llamada, una que estaba esperando y me agité por cortar a Sofí.

“Mi amor”.

“¿Tienes que irte?”.

“Si… es urgente”.

“De acuerdo, te amo un montón”.

“Te amo más”.

Finalicé la llamada con una sonrisa, pero cuando contesté la otra, esta misma se me borró.

“El juicio será en una semana… todas tienen cargos diferentes, lo más pesados van para Camila y Laura”.

Apreté mis dientes.

“¿Me dejarán entrar?”.

“Estarás en primera fila, todo será rápido”.

“¿Irán a la cárcel estipulada?”.

“A la peor de Ciudad de México, señor Koch, cuente con eso”, asentí sin ningún sentimiento de por medio y luego finalicé la llamada.

Era perfecto para mí.

Estaba desde las sombras esperando la estocada de mi padre, y tres días después, recibí la llamada esperada.

“Está al borde de la locura… creo que es el momento”.

Me levanté haciéndole una seña a Cristian, pero él negó.

“No quiero… ve tú solo… estaré ocupado en el asunto de Slim”.

Entendí su punto y me moví rápidamente para tomar el auto y que los demás me siguieran.

Llegué a la mansión de Rafael, pero no había seguridad en el momento, y el portón de su emblemática mansión, estaba medio abierto.

Les pedí a los demás autos que entraran, y cuando me bajé, noté aquella chica, que se había casado con mi padre, sollozando en el suelo, y con varios moretones en la cara.

Al verme se echó para atrás, pero alcé la palma.

“¿Dónde está?”.

“En su biblioteca”.

Caminé tomando el arma, y nadie lo impidió.

La casa parecía abandonada, y comencé a caminar lentamente cuando una lámpara, a media luz, iluminaba de forma muy pobre.

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