La novia más afortunada
Capítulo 2095

Capítulo 2095:

En un abrir y cerrar de ojos, Brandon bajó furioso las escaleras. La puerta, apenas entreabierta, se abrió de golpe con un estruendo ensordecedor, como pateada por una tormenta.

Sus ojos se movieron frenéticamente, buscando a Janet. Cuando por fin la vio desplomada contra el sofá, pálida como un fantasma, se le cayó el corazón a la boca del estómago.

«¡Janet!» gritó Brandon, corriendo a su lado y cogiéndola en brazos. Su voz temblaba de preocupación. «¿Cómo te encuentras?»

Janet intentó hablar, pero las lágrimas corrían por su rostro mientras un fuerte dolor de cabeza la abrumaba. Le costaba respirar, incapaz de formar una frase coherente.

Brandon le frotó suavemente la espalda, con los ojos llenos de preocupación y culpabilidad.

Al cabo de un momento, se volvió hacia la doncella, que permanecía inmóvil. Su voz, fría e imperiosa, le preguntó: «¿Qué ha pasado? Esta mañana estaba perfectamente. ¿Cómo ha acabado así tan rápido?».

«Yo… no lo sé. Ya estaba así cuando entré», tartamudeó la criada, temblando ante la expresión adusta de Brandon, aterrorizada de que la culparan.

«No la culpes. No es culpa suya. Ya me encuentro mejor», consiguió susurrar Janet entre jadeos, intentando proteger a la criada de la ira de Brandon a pesar de su propio sufrimiento.

Comprendiendo la intención de Janet, Brandon se abstuvo de seguir interrogando a la criada. En su lugar, preguntó: «¿Comió algo fuera de lo común?».

«No, Sr. Larson. Sus comidas han sido las mismas que ayer», contestó la criada, con voz respetuosa. Un pensamiento repentino cruzó su mente y añadió rápidamente: «Pero Lexi trajo algo de comida para la señora Larson».

Los ojos de Brandon se entrecerraron y se volvieron hacia Lexi.

«¡Eso es una tontería! Yo no he tenido nada que ver». protestó Lexi, con voz aguda y desesperada. «Señor Larson, no he sido yo. La comida que he traído sigue intacta. Janet no se ha comido nada».

El silencio de Brandon fue ensordecedor. Desabrochó con calma los dos botones superiores de la camisa de Janet e indicó a la criada que abriera las ventanas, dejando que el aire fresco inundara la habitación.

Cuando la respiración de Janet empezó a calmarse, Brandon se irguió y su figura proyectó una sombra sobre Lexi.

«¿Sólo vosotros dos estabais aquí hace un momento?» Su voz era aguda y amenazadora.

Un escalofrío, frío como una noche de invierno, recorrió la espina dorsal de Lexi. «Sí», chilló, con voz apenas audible.

«¿Comió o consumió algo Janet mientras estuvo aquí? ¿Había algo inusual en la habitación?» Brandon disparó sus preguntas, su voz se volvía más fría con cada palabra.

Al borde de las lágrimas, Lexi sabía que no era el momento de llorar. Tenía que defenderse o arriesgarse a ser el chivo expiatorio una vez más.

«No. Sólo hablamos del diseño después de saludarla», explicó Lexi, con voz temblorosa. «No comimos ni bebimos nada, ni siquiera un sorbo de agua».

Después de explicárselo, Lexi se atrevió a mirar a Brandon a la cara, esperando un atisbo de fe. Inmediatamente se arrepintió. Su expresión era tan amenazadora que deseó que el suelo se la tragara entera.

Estaba claro que no la creía y que ya había decidido que era culpable.

Pero ella era inocente. No había hecho nada malo. Por dentro, Lexi se lamentaba de su destino. ¿Por qué siempre era el chivo expiatorio?

Cuando Janet empezó a recuperarse, estrechó la mano de Brandon. Su expresión severa se suavizó y la tormenta de sus ojos se calmó.

«No asustes a Lexi. Ella no ha hecho nada», dijo Janet con suavidad, su voz era un bálsamo para la tensión de la habitación. «En lugar de interrogarla, ¿por qué no me llevas al hospital para que me hagan un chequeo?».

«De acuerdo», aceptó Brandon, cogiendo a Janet en brazos.

Lexi los vio marcharse, con los nervios a flor de piel. Recogió rápidamente sus bocetos y se dirigió a la puerta, consciente de la mirada hostil del mayordomo.

«Un momento», gritó de pronto el mayordomo.

Cuando Lexi hizo una pausa, el mayordomo le puso en los brazos las dos bolsas de fruta y aperitivos.

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