La novia más afortunada
Capítulo 1714

Capítulo 1714:

La anciana y las dos mujeres que la acompañaban se quedaron sorprendidas. No habían esperado que Janet fuera tan espabilada. Aunque sus palabras sonaban neutras, había un trasfondo de sarcasmo en ellas.

Al darse cuenta de que Janet no era fácil de convencer, la anciana centró su atención en Johanna.

Levantó la lista de la compra que acababa de entregarle el mayordomo y la lanzó en dirección a Johanna, con el rostro demudado por la rabia.

«Mi nieto quiere comprarse un coche deportivo y tú siempre dices que no tienes dinero. Mira esto. Janet acaba de volver y ya has dado instrucciones para que compren tantas cosas. ¡Es un despilfarro! No tienes derecho a comprar nada», exclamó furiosa la anciana.

Johanna se quedó sin palabras. No tenía ningún interés en entablar conversación con la anciana; simplemente quería llamar a Beal y pedirle que volviera y se ocupara de la situación.

La anciana se dio cuenta de que Johanna no respondía y supuso que se estaba conteniendo por la presencia de Janet, no queriendo ser irrespetuosa delante de ella. Como resultado, la anciana se volvió cada vez más arrogante.

Apretó la mandíbula y exigió con dureza: «Johanna, dame el dinero que ibas a gastar en Janet. Voy a comprarle un coche deportivo a mi nieto».

Johanna suspiró resignada. «Estos artículos no son caros. El dinero no alcanzará ni para comprar un coche deportivo».

La anciana, al notar la reticencia de Johanna, se dejó caer al suelo y empezó a llorar, montando una escena.

«¡Es tan injusto! Soy tu suegra y deberías mantenerme económicamente. Johanna, ¡tienes un corazón tan rencoroso!». La anciana lloraba lastimosamente. «¿Cómo pudiste ser tan cruel? Cogiste el dinero de Beal y abusaste de mí. Debería denunciarte ante los medios de comunicación».

La anciana siguió sollozando, sentada en el suelo. Johanna le lanzó una mirada, pero no quiso complacerla. Se limitó a dejarla llorar, sin molestarse en intervenir.

Johanna hizo una seña discreta a la sirvienta cercana, indicándole que llamara rápidamente a Beal y le pidiera que volviera para ocuparse de este fiasco.

Mientras la anciana se dedicaba a llorar en el suelo, las dos mujeres que estaban detrás de ella también empezaron a armar jaleo.

Una de ellas, que llevaba un chal con el logotipo de un diseñador, se adelantó y le dijo a Johanna: «Ya que no puedes tener un hijo, ¿para qué ahorras tanto dinero? Si te niegas a complacer a tu sobrino, nadie llorará a Beal ni a ti cuando ambos muráis».

La otra mujer, cuyos gruesos labios estaban pintados de un rojo intenso, intervino con sarcasmo: «Johanna, ya estás en la cincuentena. Por muchos especialistas que visites o medicinas que tomes, no podrás tener un hijo. ¿De qué te sirve todo ese dinero? En vez de malgastarlo en Janet y dejar que se beneficien los de fuera, ¿por qué no se lo das a mi hijo?».

Johanna se burló y puso los ojos en blanco ante las dos mujeres. Si muero, le diré a alguien que esparza mis cenizas en el mar. No necesito que nadie me llore ni me presente sus respetos».

La mujer del chal estalló de rabia.

Pero antes de que pudiera reñir a Johanna, ésta la cortó.

«Después de todo, no has vivido precisamente una buena vida. Al menos, cuando mueras, tu hijo podrá llorarte», comentó con una sonrisa burlona.

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