La exesposa del CEO es una cirujana -
Capítulo 43
Capítulo 43:
“Lo siento, Tío Keith. Puedes quedarte con mi tableta”.
Al pobre Lucas se le llenaron los ojos de lágrimas, sintiéndose culpable.
“Oye, tranquilo amigo. Solo es un teléfono”.
Mientras le acariciaba la espalda a Lucas, Keith le dijo:
“Puedo comprar un teléfono nuevo”.
Por supuesto, Keith estaba ocultando el hecho de que su teléfono tenía información de contacto vital, de la que ahora no podía disponer inmediatamente, ya que al día siguiente viajaba a Europa.
“¿De verdad? ¿Tan fácil es?”, preguntó Lucas.
“SÍ, es así de fácil”, le aseguró Keith.
Alborotó el cabello de Lucas y dijo:
“Así que no te sientas triste. Conseguiré un teléfono nuevo, pero puede que no te puedas poner en contacto con tu Tío Keith hasta que lo tenga”.
Entonces, Shantelle le pidió a Lucas que la esperara en su habitación.
Primero acompañó a Keith fuera de la casa y dijo:
“Te lo dije, deberías tener dos teléfonos”.
“Ya es bastante difícil atender un solo teléfono cuando viajo por todo el país”, explicó Keith.
“Pero después de lo que pasó hoy, probablemente siga tu consejo. Llamaré a mi asistente para pedirle un nuevo teléfono de trabajo y conseguiré uno temporal en el hotel. No hay problema”.
“Lo siento, Keith”, dijo Shantelle con pesar.
“No te preocupes. Lo bueno es que esta noche no me molestarán las llamadas. Tengo que agradecérselo a Lucas. Bueno, me voy. Descansa”.
Le guiñó el ojo a Shantelle y le dijo:
“Buenas noches, Shanty. Nos vemos en uno o dos meses”.
…
Mientras tanto, en Rose Hills, Evan Thompson seguía en su oficina a las nueve de la noche.
Le había pedido a algunos de sus ejecutivos que trabajaran algunas horas extras.
No estaba de humor para irse a Casa temprano.
Quería trabajar y trabajar hasta que su cuerpo quedara agotado.
Su asistente James entró en su oficina e informó:
“Señor, su último compromiso es con la Señorita Dones, la nueva jefa de finanzas de la naviera”.
Evan gruñó.
Gritó: “¡¿No le dijiste que mandara a su asistente en vez de venir ella misma?! ¿No conoce la regla número uno?”.
No era propio de Evan enfadarse, pero cuando se trataba de romper su regla número uno, su humor siempre se volvía terrible.
“Señor, le juro que se lo dije a la Señorita Dones cientos de veces, pero ella insistió en que quería claridad en su informe y, por lo tanto, prefería hacerlo ella misma”, respondió James nervioso.
A Evan se le ensanchó la nariz de irritación.
“Bien. Dile que me informe desde la puerta”.
Cuando la Señorita Dones entró en la oficina, le sonrió a Evan.
Sus ojos brillaban de emoción al ver a Evan por primera vez desde que se incorporó a la empresa.
Se acercó a Evan, pero él la detuvo y le dijo:
“Quédate en la puerta. Habla desde ahí”.
La puerta estaba a unos doce metros del escritorio de Evan.
La Señorita Dones tenía que levantar la voz para hacerse escuchar.
Aun así, esbozó una sonrisa y empezó:
“¡Señor Thompson! Me complace informarle de que los gastos han disminuido desde que me hice cargo del departamento de finanzas”.
La ejecutiva tardó diez minutos en terminar su informe.
Cuando terminó, sintió que se había quedado sin voz.
“Dale los documentos a James y yo lo revisaré más tarde”, le ordenó Evan.
“Oh..”.
De repente, la Señorita Dones se echó el abrigo hacia atrás, mostrando su escote.
Dijo: “Bueno, puedo entregárselo yo misma”.
Caminó tan rápido que Evan no tuvo tiempo de llamar a James.
“Quédese ahí, Señorita Dones. ¡Quédese ahí!”.
A pesar de la advertencia de Evan, la mujer no retrocedió.
Peor aún, al llegar al escritorio de Evan, pareció tropezar, cayendo al suelo y gritando.
“¡Ay, me lastimé la pierna!”.
Evan llamó a James para que entrara.
Se levantó de su asiento y caminó hasta al frente de la Señorita Dones.
La mujer lo miró con ojos de cachorro y extendió la mano.
Siguió mostrando su pecho y fingió estar indefensa.
“¿Puede ayudarme, Señor Thompson? ¿Por favor?”.
James entró y Evan fulminó con la mirada a su asistente.
Le ordenó:
“James, ¿Qué te he dicho? Esta mujer rompió la regla número uno. Despídela. Ahora”
Seis años atrás, Evan Thompson implantó su regla número uno.
Le advirtió a todos sus empleados e hizo que firmaran un acuerdo.
…
Evan partió hacia la Ciudad de Hamlin al día siguiente.
Su negocio se había expandido por todo el país, abriendo poco a poco filiales en varias ciudades.
Ese día era la ceremonia de inauguración de las obras de construcción de una nueva filial, y Evan tenía que estar allí y fingir que sacaba la primera pala de tierra.
“Señor, ¿Durmió algo?”, preguntó James mientras lo observaba desde el interior del coche.
En ese momento estaban conduciendo hacia el lugar de la obra.
“Debió tomarse las pastillas para dormir”.
“Dos horas. Dormí dos horas. Intento no depender de las pastillas”, dijo Evan sin rodeos.
“¿Te ocupaste de la Señorita Dones?”.
“SI, Señor. El Departamento de Recursos Humanos ya la despidió”, dijo James.
“Ella rompió la regla número uno, James. No quiero impedir que las mujeres trabajen en mi empresa, pero tienes que asegurarte de que todo el mundo entienda las consecuencias de romper mi regla número uno”, señaló Evan.
“Si, Señor. Mis disculpas”, reconoció James. “
Contrata más guardaespaldas si es necesario”, le ordenó Evan.
“No quiero que vuelva a ocurrir”.
“Si, Señor”, repitió James.
“¿Cómo está tu madre?”, preguntó Evan de repente.
“Ah, el jefe sigue siendo considerado, pero no con las mujeres que quieren romper su regla número uno”, concluyó James en silencio.
Sonrió y contestó:
“Está mejor, señor, gracias al suplemento que le dio. Estaba muy agradecida”.
“Qué bueno”, respondió Evan.
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