Capítulo 54:

Se abrazó a su cuello atrayéndolo, haciendo que su cuerpo presionara el suyo contra la mesa. El aire se escapaba de sus pulmones y aun así seguían devorando sus bocas con necesidad, no querían separarse.

“No habrás pensado que esto sería tan fácil, ¿verdad?”, dijo Frida contra los labios de Román y los ojos aún cerrados.

“¿Creías que con un beso y un par de palabras dulces regresaría a ti? ¿Tan inútil y tonta me crees?”.

Román la vio confundido, aún estaba adormecido por su beso y no comprendía sus palabras. De pronto la rodilla de Frida se clavó en su entrepierna, haciéndolo retorcerse de dolor. Lo hizo a un lado y mientras Román se aferraba a la mesa para no caer, Frida recogió el acta de divorcio.

“Espero que tengas una vida dichosa… espero que le arrebates a mi padre su empresa… Supongo que si me hubieras dicho cuál era tu plan desde un principio, no me hubiera negado, lo odio tanto como ustedes o incluso más. Lástima, nuestra relación nunca relumbró por la sinceridad… ¿No crees?”.

“Frida… ¿Qué harás?”, dijo Román entre dientes, soportando el dolor de su entrepierna.

“Lo que mejor sé hacer… irme de aquí con mis hijas para que jamás me las puedas quitar. Esta vez no me busques… después de todo lo que hemos vivido, queda claro que no estamos destinados a estar juntos…”.

“Yo no creo en el destino, yo lo forjó a mi conveniencia…”.

“Pues forja tu destino lejos del mío”, respondió Frida con frialdad y se acercó a la puerta, dispuesta a dejarlo.

“Suerte, Román. Te deseo mucho éxito y espero que… el golpe no te deje impotente esta noche, no quiero que Celia se queje de tu desempeño”.

Le guiño un ojo antes de abrir la puerta y salir de la sala. Limpió sus lágrimas y anduvo con la frente en alto. Cuando pasó frente a Celia, se detuvo un momento y la vio profundamente.

“Suerte…”, dijo dedicándole una mirada cargada de lástima y siguió con su camino.

Las imágenes en los noticieros y redes sociales le pusieron una amplia sonrisa en la boca a Marco. Frida se veía como una diosa orgullosa y altiva. Era una mujer impresionante a sus ojos. Buscó a Tiziano en sus contactos y llamó.

“Tengo en mis manos el acta de divorcio firmada por ambos”.

Fue lo primero que dijo Tiziano antes de saludar.

“Lo logró, en verdad odia a Román…”, dijo Marco y su sonrisa se hizo más grande.

“Mi abogado viene en camino para recoger el acta, para mañana será oficial, su matrimonio estará anulado”.

“Bien, pasaré para que festejemos…”, agregó Marco gustoso, su pecho estallaba de felicidad.

Tiziano colgó y vio el acta con gusto ante la mirada fría de Hugo que había entrado a su despacho.

“Papá… ya llegó el abogado…”.

“Hazlo pasar”, dijo Tiziano con una sonrisa.

“Una cosa más… vigila que Frida siga en su cuarto. Aunque parece que odia a Román y no regresará con él, no significa que quiera quedarse aquí. Hay que evitar que huya”.

“Descuida, yo la vigilo”, agregó Hugo con media sonrisa y salió del despacho para dirigirse al cuarto de Frida.

Al abrir la puerta la encontró haciendo la maleta. Guardaba las joyas que Marco le había dejado, así como el vestido. Las niñas la ayudaban diligentemente. Cuando Frida volteó, pegó un brinco por la sorpresa mientras su hermano entraba al cuarto con una ceja levantada y una mirada cargada de desconfianza.

“¿Ya están listas?”, preguntó Hugo bajando la voz y cerrando la puerta detrás de él.

“Papá está con el abogado, posiblemente charlen por un rato, pero no durará mucho tiempo”.

“Ya estamos listas”, dijo Frida tomando el par de maletas y el violín que no había soltado desde que se lo dio Román.

“Bien, la servidumbre no está vagando por la casa y el carro nos espera afuera… entre más silenciosos seamos, mejor…”.

“¿Estás seguro de que quieres venir con nosotras?”, preguntó Frida preocupada.

“Frida, llevas a mis sobrinas contigo, son tres mujeres solas contra el mundo, no puedo volver a dejarte sola. Cuando te fuiste la primera vez, era un adolescente tonto y con miedo, ahora soy un hombre que se preocupa por su hermana. Frida se lanzó a sus brazos y lo estrechó con fuerza. No se sentía sola y junto a Hugo se creía capaz de salir de la ciudad y poder empezar de cero en otro lugar”, explicó.

Sorteando la poca seguridad de la mansión, salieron hasta el auto sin que Tiziano se diera cuenta. Sobre el regazo de Frida descansaba ese pesado folder con toda la información de la muerte de Jake.

Aunque era una alarma que le avisaba que Román era peligroso, no podía verlo de esa forma. Era un perro traicionero orgulloso, pero… solo lo consideraba capaz de romper su corazón.

“Tenemos que encontrar a Lorena…”, dijo Frida en voz baja.

“¿Lorena? ¿Quién es Lorena?”, preguntó Hugo quien conducía como si los estuvieran siguiendo.

“¿Regresaremos con papá?”, intervino Emma desde el asiento de atrás, viendo a Frida con ilusión.

“Dirígete hacia la residencia de Román…”

“¿Estás loca?!”, exclamó Hugo.

“¡Por favor, tío! ¡Vamos con mi papá!”, expresó Emma con ilusión.

“No puede ser cierto…”, reclamó Hugo sintiendo que todos sus esfuerzos habían sido en vano.

“Por favor, confía en mí”, dijo Frida posando su mano sobre el hombro de su hermano.

Se estacionaron a unas calles de la residencia, Frida respiraba profundamente, llena de temor por encontrarse con Román antes que con Lorena.

Cuando estaba decidida a salir del auto, vio a Lorena caminando por la calle con un enorme ramo de girasoles. ¿Eran para Celia? Su estómago se retorció de manera dolorosa. Inhaló con fuerza y salió del auto.

Corrió hacia Lorena y cuando estaba lo suficientemente cerca, la llamó para detenerla. Lorena volteó sorprendida y la recibió con una enorme sonrisa.

“¡Señora Frida!”, exclamó y Frida le cubrió la boca.

“¡Qué bueno verte fuera de la residencia! Creí que tendría que tocar el timbre”, dijo más tranquila”

“Lindas flores”.

Frida se debatía entre preguntar directamente si eran para Celia o esperar a que Lorena lo dijera.

“Sí… son bonitas”, dijo Lorena apenada.

No quería herir el corazón de Frida con algo que no quisiera escuchar.

“¿Son para la casa?”.

“Eh… pues… sí…”, dijo frunciendo el ceño.

Era cierto, eran para la casa, pero no quería especificar para qué parte de la casa.

“Son para Celia, ¿me equivoco? Para adornar el cuarto de Román ahora que lo comparta con ella”, dijo Frida y apretó los labios. Aún dolía.

“¡No! ¡Son para… otra cosa! Para… el recibidor”, mintió con apuro.

“Lorena… no tienes que hacerme sentir mejor. Las cosas entre el Señor Gibrand y yo se han acabado rotundamente. No hay vuelta atrás”.

“Señora Frida…”, dijo Lorena con dolor.

“Ya no soy la Señora Frida, mucho menos la Señora Gibrand… Solo dime Frida… ¿quieres?…”.

Lorena asintió con tristeza

“¿Podrías hacerme un último favor?”, preguntó Frida.

“¡Claro! El que usted guste…”, respondió Lorena.

“Entrégale esto a Román”.

Le entregó el folder y suspiró.

“Dile que Marco está planeando usar la muerte de Jake en su contra. Todo lo que hay en ese folder es lo que piensa usar para meterlo a la cárcel… me da miedo que pueda obtener la pena de muerte”, dijo Frida aterrada. Odiaba a Román, pero no al punto de quererlo muerto.

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