La divina obsesión del CEO -
Capítulo 52
Capítulo 52:
“Seda del loto… una de las telas más finas y caras del mundo”, dijo Marco viendo con admiración y deseo a la mujer delante de él.
“Te lo regresaré cuando lo termine de usar”, respondió Frida queriendo evitar que las mujeres lo ajustaran a su cuerpo.
“Es un regalo. Consérvalo”.
“No lo quiero”, agregó con arrogancia y levantó una ceja.
Su actitud había hecho sonreír a Marco.
“Pues no lo quiero de regreso… si deseas venderlo o regalarlo, es tu responsabilidad”.
“Que seas dadivoso no cambiará nada entre nosotros”.
“Lo sé… corrijo mis palabras, tienes alma de perro cuando alguien te trata bien, pero eres tan orgullosa como un gato y me alegra que ahora le toque a Román pagar por lo que te hizo”, agregó Marco, acariciando con el dorso de la mano la suave piel del brazo desnudo de Frida.
“Chicas, arreglen su cabello, maquíllenla. Quiero que la Señorita Frida sea la más hermosa de la cena”.
“Espero que no pienses acompañarme…”.
Las mujeres comenzaron a trabajar con su cabello y rostro, parecían robots precisos y con rostros fríos.
“No podría… aún eres la esposa de Román, aunque eso se acabe hoy, mi presencia le restaría fuerza a tu actuación, pero ten por seguro que en el futuro iremos juntos a esas fiestas como pareja”.
“Jamás”, respondió Frida con voz neutra mientras se admiraba de la habilidad de todas esas manos en ella.
“Si crees que me sentiré en deuda por lo que estás haciendo por mí, te equivocas”.
“No esperaba menos de ti”, respondió Marco.
Parecía que su indiferencia y altanería le hacía hervir la sangre, pero no de esa forma desagradable que le generaba repudio, por el contrario, su corazón latía con más fuerza.
Una vez que Frida estaba lista, Marco se acercó a ella antes de que se levantara. Sus ayudantes tomaron unas cajas de terciopelo de diferentes tamaños y las abrieron para él. Tomó una gargantilla de diamantes y la colocó con delicadeza alrededor del cuello de Frida que no dejó de verlo con desconfianza a través del espejo.
“Debes verte altiva… imponente… Como la mujer que eres”, dijo Marco fascinado.
“Tú no necesitas a un hombre, los hombres que te conocen son los que descubren que te necesitan”.
“¿Lo dices por experiencia?”, preguntó con media sonrisa y Marco le devolvió el gesto.
“Román es arrogante y tiene una presencia que atemoriza… te esperas que en cualquier momento te dé un golpe, pero tú, Frida, hoy te ves como la clase de mujer que te arrancaría el corazón y lo atravesaría con su tacón al pisarlo… así que, hazlo. No le tengas piedad, no dejes que te intimide, no dejes que vea tu dolor”.
Tomó una pulsera de diamantes que hacía juego con la gargantilla y la acomodó en la fina muñeca de Frida”
“De seguro estará con Celia, ella no te llega ni a los talones. Si ella te ve con arrogancia, tú responde con soberbia… estás vestida como una reina, compórtate como tal”.
Cada palabra que decía Marco llenaba de orgullo el pecho de Frida, se sentía fuerte y capaz de caminar entre todos esos carroñeros como una verdadera leona. Estaba lista.
Cuando Frida bajó las escaleras, Hugo se quedó sorprendido, su hermana se veía como una verdadera reina de hielo, mirada fría y llena de rencor adornada con maquillaje sutil y un peinado natural y elegante. Los diamantes en su cuello y muñeca destellaban como pequeñas estrellas.
Marco había gastado mucho dinero sin esperar nada a cambio, solo el dolor de Román, que aparentemente era suficiente.
“¿Estás lista?”, preguntó Hugo no muy seguro de continuar con el plan.
“Más que lista”, respondió decidida.
Bajó las escaleras y se plantó frente a su hermano con la frente en alto.
De pronto Tiziano se acercó sorprendido de esa vibra tan imponente que desprendía Frida, sintiéndose admirado. Le extendió el acta de divorcio y Frida recordó cómo lloró al firmarla, pasó sus dedos por las lágrimas ya secas que habían arrugado el papel.
“¡Qué estúpida fui!”, se maldijo.
Román fue recibido con alegría por todos en la celebración, era admirado y temido.
De su brazo iba Celia, sonriendo ampliamente mientras le tomaban fotos; se sentía idealizada, por fin iba con Román como su compañera y no como su colega, aunque no podía ignorar que cuando estaban solos toda la caballerosidad se esfumaba y la ignoraba en absoluto, quería creer que eso mejoraría con el tiempo, pues ella estaba segura de que había llegado para quedarse.
Grandes empresarios y miembros del banco y la bolsa de valores se acercaron a ellos para enaltecer el ego de Román, quien inflaba el pecho y se sentía halagado por tantos comentarios positivos sobre su empresa y su riqueza.
Entre más se inflaba su vanidad, era más posesivo con Celia, la tomaba con fuerza de la cintura y la pegaba a su cuerpo, acción que a ella no le molestaba en absoluto.
Como buen macho dominante, algunas hembras se le acercaron con curiosidad, manteniendo la distancia pertinente para que Celia no atacara, pero fueran notadas por Román. Todos se preguntaban dónde estaba la Señora Gibrand y por qué Román llevaba a Celia, pero ninguno se animaba a tocar el tema de frente con él.
De pronto el bullicio de la fiesta se aplacó, un silencio provocado por asombro se apoderó del salón. Román se dio cuenta que muchos volteaban hacia la entrada, tanto mujeres como hombres estaban asombrados. Cuando dirigió su oscura mirada hacia el foco de atención, su corazón dio un vuelco y su estómago se encogió.
Frida estaba delante de todos, con la frente en alto y el ceño fruncido, su mirada paseaba en cada rostro, estaba buscando a Román. Su andar fue cadencioso, su taconeo se hizo oír y retumbó, su aroma hipnotizó a los más cercanos, pero su imagen dominó a todos.
Cada par de ojos seguía el movimiento de sus caderas que se contoneaban de manera armónica y natural.
“¿Qué hace ella aquí?”, Celia susurró angustiada y como si el oído de Frida se hubiera agudizado, en ese momento volteó hacia ellos, encontrándolos por fin.
Sus manos sudaban, su corazón se escondía entre sus pulmones, nervioso y agónico, pero por fuera se veía altiva y arrogante. Recordó las palabras de Marco y se concentró en ellas, pero los fríos ojos de Román la querían doblegar.
“¿Frida?”.
Oírlo pronunciar su nombre fue como ser atravesada por un relámpago, sus piernas querían temblar, pero se mantuvieron firmes y la abertura de su vestido mostró su blanco y suave muslo de manera coqueta.
“Te encontré”, dijo Frida, aclarando quién era el cazador y quién la presa.
Volteó a ver a Celia y le ofreció una sonrisa soberbia mientras la barría con la mirada.
“¿Tienes algún problema?”, preguntó Celia molesta por esa actitud tan dominante.
“De hecho, vine a arreglar ‘su’ problema”, dijo aparentando alegría, pero se moría de odio.
“¿Nuestro problema?”, preguntó Román con el ceño fruncido.
“Qué triste que no le des su lugar a la Señorita Celia, me parece de mal gusto que la uses de amante mientras aún tienes esposa, eso es… muy ruin, ¿no crees, Román?”, preguntó Frida inocentemente mientras todos escuchaban con asombro.
“Sé que no te importa que esta chica sea la segunda, de todas formas… la cambiarás cuando te aburras…”, continuó diciendo antes que Román pudiera responder.
Levantó los hombros y resopló con decepción ante la mirada iracunda de Celia, su rostro se había enrojecido.
“Pero a ella si le importa que le des su lugar y como entre mujeres nos debemos de apoyar, entonces te invitó a que firmes el divorcio”.
Mostró el acta y se la ofreció, dejando que Román viera su firma.
“¿Eso es lo que quieres? ¿Por eso viniste tan arreglada y elegante? ¿Para pedirme el divorcio?”, preguntó iracundo con una sonrisa retorcida.
“¡Claro! Un evento así se merece vestirse de fiesta. Aprendí a disfrutar de los divorcios, son liberadores”, dijo entre risas y una sonrisa coqueta.
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