La divina obsesión del CEO -
Capítulo 19
Capítulo 19:
“July, ese es el asiento de mi mujer. Quiero que esté a mi lado”.
Román quería tener cerca a Frida y a sus hijas y de esa forma le rompió el corazón a su amiga.
“¡Claro! De hecho, creo que me iré a preparar la clase…”, dijo ocultando su molestia y dedicándole una sonrisa mustia a Frida.
“Con permiso”.
Con la misma mano que lucía el costoso anillo de compromiso, Frida tomó el acta de matrimonio, solo faltaba su firma. Román sacó un bolígrafo y se lo acercó en silencio.
“No voy a firmar…”.
“No tienes opción…”.
“¡Román! ¡Estás obsesionado! ¡Me tienes presa y…!”
“¡Firmaste un contrato y Carina es mi hija! Tengo la prueba de ADN y si me lo propongo me meteré en la cárcel por robo y abuso de confianza, así como por el incumplimiento del contrato. No solo perderás tu libertad, sino que perderás a tus hijas. Podré cuidar de Carina, pero Emma terminará en un orfanato o peor, con su padre. ¿Eso quieres?”.
De nuevo las amenazas causaban estragos en Frida, llenándola de miedo. Román tenía una belleza y atracción abominable, podías amarlo y detestarlo al mismo tiempo.
“Firma, Frida, dame la familia que necesito y todo quedará saldado”.
“¿Seré libre de ti algún día?”.
“Cuando mi abuelo me entregue la empresa…”.
“¿Qué ocurrirá con Carina?”.
“¿Solo te preocupas de Carina? Te recuerdo que Emma pronto será mi hija”.
“No puedes quitármelas… a ninguna de las dos…”.
“El contrato dice…”.
“¡Sé lo que dice el contrato!”, exclamó frustrada y cubrió su rostro con ambas manos.
“Te vi con las niñas… eras un hombre dulce y protector… ¿Por qué conmigo eres un hijo de p%ta? ¡Me tratas como tu maldita marioneta!”
“Firma de una maldita vez si no quieres que proceda legalmente…”, dijo molesto, era como un témpano cruel y orgulloso.
“¡Bien! ¡¿Quieres tratarme como basura y usarme?! ¡Perfecto! ¡Al diablo mi dignidad y mi orgullo!”.
Firmó llena de odio y sus ojos se empañaron de lágrimas mientras la tinta corría.
“Solo te diré algo. Podrás obligarme a responder como tú esposa… pero nunca podrás someter mi espíritu, no te entregaré ese último suspiro de rebeldía, ni te amaré con la devoción que otras mujeres te han tenido. Se consciente de que no tendrás jamás el poder que crees tener sobre mí”, dijo retadora, deslizando el acta de matrimonio, por la mesa, hacia él.
Sus palabras lo habían impactado, pero su gesto serio no cambió, por el contrario, formó una sonrisa soberbia de satisfacción. Legalmente, la mujer delante de él era suya.
“No esperaba menos de ti, Frida”, respondió Román sacando de su saco una caja de terciopelo dónde venían las alianzas. Se puso la más grande y después, tomó la mano de Frida, quien se mantenía rígida, y deslizó el anillo hasta que embonó con el de compromiso.
“Ahora eres una mujer casada, compórtate como tal”.
Frida frunció el ceño, el anillo de matrimonio se sentía diferente, unas puntas internas se encajaban suavemente sin generarle dolor. Cuando quiso sacárselo para inspeccionarlo, estas se encajaron en su carne como advertencia.
“Yo que tú no haría eso”, dijo Román.
“El anillo fue diseñado especialmente para ti. Sabía que querrías quitártelo, así que tiene unos ganchos que se clavarán en tu carne si lo intentas”.
“¡Estás loco!”, exclamó Frida horrorizada.
“Solo tomo precauciones”, respondió Román sin borrar su sonrisa soberbia.
“¿En verdad el dinero que te robé te dolió tanto que ahora quieres torturarme?”.
“No me dolió que te llevaras el dinero. Siempre puedo conseguir más, pero eso no fue lo único que te llevaste ese día”.
Román había sentido que Frida le había arrancado el corazón y se lo había llevado consigo. No le importaba el dinero, le importaba recuperar su cordura, pero al tenerla frente a él, dudaba que algún día lo lograra.
“Recuerda bien mis palabras. Podrás lucirme como tu esposa, podrás tener mi cuerpo, pero nunca mi amor.
“¿Terminaste?”, preguntó Román divertido.
…
El abogado había ido por el acta de matrimonio, pero también para informar a Román la condición de Jake.
“Se complicó. Está muerto…”, dijo esperando que Román se lamentara, pero ni siquiera levantó la mirada de sus papeles.
“Que triste, pero entró a mi casa y atacó a mi esposa, supongo que es justicia divina… haz lo que tengas que hacer”.
“Sí, Señor”, contestó apenado.
“¿Se le informó a mi abuelo de mi matrimonio con Frida?”.
“Sí, Señor”.
“¿Qué dijo? Aún no se ha comunicado conmigo”.
“Mandó esto…”.
Sacó de su maletín una invitación elaborada.
“Con su permiso, me retiro”.
El abogado salió cabizbajo del despacho mientras Román revisaba la invitación.
El Señor Gibrand estaba tan gustoso de la noticia, que había organizado una fiesta, lo cual no fue del agrado de Román, pues seguía sin sentirse cómodo con el resto de su familia.
Un par de golpes sonaron en la puerta antes de que Román invitara a pasar a July. Esta entró con una sonrisa amplia y agitando un dibujo hecho por Carina en el que figuraban Emma, Carina y ella, habiendo tirado a la basura el dibujo familiar que incluía a Frida.
“Carina es toda una artista y creo que me he ganado su cariño”, dijo con orgullo mientras Román veía la obra maestra.
“Mañana y pasado no requeriré tus servicios, aun así, pagaré tus días…”.
“¿Por qué? Si se puede saber…”.
Estaba consciente que a Román no le gustaba dar explicaciones.
“Hay una reunión familiar y…”.
“Yo puedo quedarme con las niñas…”, lo interrumpió.
“Las niñas irán con nosotros, las quiere conocer mi abuelo”.
“¿También irá Frida?”.
Román adoptó la actitud fastidiada de quien habla con alguien que se hace el tonto.
“Es mi esposa, la reunión es para formalizar ante la familia mi unión”.
“Es que yo creí que… al estar lastimada, lo mejor sería que se quedara en casa. ¿Crees que aguante un viaje tan largo?”.
“Tengo que hablar con ella… pero lo más seguro es que sí, el doctor dijo que está prácticamente curada”.
“Creo que debería ir con ustedes. Frida aún necesita reposo y no podrás solo con las niñas”.
“Son mis hijas, podré hacerlo”.
“Pero si pierden dos clases nos retrasaremos más de lo que ya lo están”.
La insistencia de July había dado frutos y Román terminó aceptando.
Esa mañana la mansión era un desastre, empleados bajando maletas y calentando motores mientras Frida bajaba las escaleras de la mano de sus hijas. Parecía una reina con su par de princesas.
Román vio la hermosa escena y sus latidos se alteraron, Frida parecía salida de un cuento de hadas y las pequeñas había heredado su mágica belleza.
En cuanto esos tres pares de ojos azules se posaron en él, su estómago se hizo pequeño, hacía mucho tiempo que no se sentía nervioso o emocionado.
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