Capítulo 74:

Yacía sobre mí, su respiración entrecortada por el deseo; sus labios presionaban los míos de nuevo.

Sus manos callosas exploraban mis curvas, haciendo que se me pusiera la piel de gallina.

Exhalaba un aroma como el que desprende la tierra después de la lluvia, mezclado con canela y humo, y cada vez que nuestros cuerpos entraban en contacto, parecían saltar chispas. Era como si quisiera arrancarme el camisón.

Esa vena plateada seguía latiendo en su brazo y, por momentos, veía cómo sus músculos se tensaban, como si la maldición todavía estuviera haciendo que fluyeran descargas de poder oscuro a través de él.

Pero silencié sus gruñidos de dolor con un beso, y el aura bestial que emanaba pareció perder intensidad.

Lo acaricié y lo consolé; sus rugidos se hicieron menos frecuentes.

Al parecer, mi presencia lo tranquilizaba.

Finalmente, dejó de agitarse convulsivamente y se entregó al placer que le producía nuestro abrazo.

Sus besos ya no eran desesperados, sino tiernos y delicados. Se tendió sobre su costado, reclinando su cabeza en mi pecho.

Pasé mis dedos por sus rizos castaños dorados, infundiéndole paz y tranquilidad.

Su respiración se hizo más lenta, y mi corazón volvió a latir con normalidad mientras se quedaba dormido.

Una vez que estuve segura de que dormía profundamente, traté de soltarme de sus brazos para volver a mi habitación, pero su cuerpo era tan grande y pesado que no logré zafarme.

Cuando me moví, me abrazó con más fuerza.

Mantuvo su cabeza en mi pecho, como si los latidos de mi corazón fueran las notas de una canción de cuna que lo hacían dormir pacíficamente.

Estaba tan aliviada de ver que por fin se había tranquilizado que no me atreví a despertarlo, así que simplemente me relajé bajo su peso, sintiendo su calor.

Antes de que tuviera tiempo para reflexionar sobre los extraños acontecimientos de aquella noche, sentí que los párpados me pesaban y que no conseguía pensar con claridad.

Me dormí abrazada a él.

Punto de vista de Tanya

La luz del sol entraba a raudales en la habitación, bañándola con una luz cálida.

Parpadeé unas cuantas veces para sacudirme la somnolencia mientras echaba un vistazo a mi alrededor.

Debía escabullirme para dirigirme a mi habitación, pero al moverme nuestras miradas se cruzaron.

Sus ojos estaban aturdidos de sueño, pero en su mirada ya no quedaban rastros del rojo carmesí con el que ardían la noche anterior.

Respiré profundamente, intimidada por la intensidad de su mirada.

Luego, observó nuestros cuerpos con el ceño fruncido.

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