Capítulo 50:

Punto de vista de Tanya

Me enjugué las lágrimas apresuradamente mientras abandonaba el salón vacío y salía a la calle.

Cuando dije que quería ver la capital, no se trataba simplemente de una excusa; en realidad, quería conocer aquella ciudad.

Llevaba ya un par de días en la ciudad, pero aún no había salido del lugar donde me alojaba.

La ciudad bullía de actividad, así que me resultaba imposible fijar mi atención en solo una de las cosas que sucedían a mi alrededor.

Sin embargo, a pesar de que la capital ofrecía diversas oportunidades de entretenimiento, a decir verdad, no me apetecía divertirme.

Me apenaba mucho hallarme en ese apuro, y además me disgustaba el hecho de que la tristeza me embargara.

Salvada de Rick, Marco me había protegido de mi familia y se había preocupado por mi bienestar. Habría sido realmente maravilloso que me amara, pero no tenía derecho a exigirle que lo hiciera.

Era deprimente que hubiera comenzado a sentir por él un afecto no correspondido.

Deambulaba sin rumbo por la ciudad; nada llamaba mi atención.

De repente, me encontré ante una imponente edificación, cuya arquitectura estaba a caballo entre lo antiguo y lo moderno.

Estaba construida con ladrillos blancos y dos altas torres la flanqueaban. En lugar de ventanas, su fachada estaba cubierta de coloridos vitrales.

En cada uno de ellos se apreciaba una imagen distinta de la Diosa de la Luna, la más poderosa de las deidades a las que los lobos habían adorado a lo largo de toda su historia.

Había escuchado relatos acerca de la magnificencia del Templo de la Diosa de la Luna, y acababa de comprobar que, en efecto, ofrecía un aspecto imponente.

Despojándome de las preocupaciones que me agobiaban, entré en él.

El sol penetraba a raudales a través de las coloridas vidrieras, iluminando el lugar.

Comprobé que el templo se ajustaba a la descripción que ofrecían los relatos sobre él que había escuchado. Una estatua enorme y magnífica de la Diosa de la Luna, situada en el altar, presidía aquel recinto exquisitamente decorado.

Las únicas personas allí presentes eran los acólitos que cuidaban del altar.

Durante algunos minutos permanecí sentada, reflexionando sobre la difícil situación en la que me encontraba atrapada, al tiempo que…

Rogaba a la Diosa de la Luna que me concediera fortaleza e iluminara mi mente.

Cuando me disponía a salir del templo, observé una estructura diminuta en el extremo opuesto del mismo e instantáneamente la identifiqué. Solía escuchar historias sobre las respuestas que la Pitonisa daba en nombre de la Diosa de la Luna a las consultas que los fieles confundidos le formulaban.

Agradecida por aquella oportunidad que se me presentaba, me dirigí hacia dicha estructura y, al llegar allí, me recosté sobre la barandilla acolchada y me volví hacia una ventanita cubierta por un oscuro velo, detrás del cual distinguí una figura, pero me resultaba imposible determinar de qué o de quién se trataba.

«Mola», exclamé.

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