Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 48
Capítulo 48:
Punto de vista de Tanya
Miré el contrato que tenía entre mis manos temblorosas, incapaz de creer lo que veía.
Desde que era niña, había esperado con ansias el día de mi matrimonio. Sin embargo, a diferencia de otras chicas que sueñan con lucir un hermoso vestido y un brillante collar el día de su boda, mi imaginación siempre se centraba en el apuesto hombre que debía convertirse en mi esposo.
Solía imaginar que sería muy guapo, que lo amaría profundamente y, lo más importante, que él me profesaría tanto amor como yo a él.
Sin embargo, el papel que sostenía en mis manos representaba la destrucción de esas visiones idílicas, pues lamentablemente no se trataba de un matrimonio basado en el amor, sino en una decisión tomada por otras razones.
Aunque Marco era bastante atractivo y uno de los miembros de la realeza, el hecho de que no me amara me sumía en una tristeza profunda.
Recordé a mi madre, quien había muerto antes de que yo tuviera la oportunidad de conocerla. También vinieron a mi mente los recuerdos de la traición de Brandon.
Pensé que Marco solo me había salvado para casarse conmigo porque su sentido del deber y su caballerosidad lo obligaban a hacerlo.
Había amado a tantas personas, pero ese amor nunca había sido correspondido. Parecía que nunca encontraría el amor verdadero.
De repente, la puerta se abrió y Marco volvió a entrar en la estancia.
«Es un contrato de matrimonio con vigencia de tres años», explicó al ver que sostenía en mis manos la carpeta que contenía dicho documento.
«Eso significa que estaremos casados y viviremos juntos durante ese tiempo. Mientras dure nuestro matrimonio, deberemos comportarnos delante de la gente como si fuéramos una pareja, para que crean que lo somos, pero cuando estemos a solas…»
«…seremos solo dos personas que viven bajo el mismo techo, pero entre las cuales no existe vínculo alguno», sentenció.
Forcé una sonrisa, fingiendo que aceptaba de buen grado las estipulaciones del contrato.
«No habrá atracción entre nosotros», señalé.
Hizo una pausa y luego continuó:
«Te pagaré tres millones de dólares al término de nuestro contrato».
Debería haberme sentido feliz por recibir aquella ingente suma de dinero, pero mi ánimo era sombrío, pues anhelaba un matrimonio por amor, no uno motivado por el dinero.
Mi actitud era inusual, pues muchas mujeres estarían dispuestas a hacer lo que fuera por tener una oportunidad semejante, sobre todo aquellas provenientes de hogares humildes, pero a mí no me entusiasmaba aquel arreglo.
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