Capítulo 189:

Al menos, después de mi arreglo, ya podría tomar una ducha y no tendría que seguir allí, de pie, desnudo y cubierto de jabón.

Tras lograr mi cometido, guardé mis herramientas y me lavé las manos en el fregadero.

«Creo que mi arreglo bastará, pero será mejor que tomes una ducha rápida y mantengas baja la temperatura del agua», dije con una sonrisa tímida.

Él se limitó a asentir con la cabeza, pero advertí que mis habilidades manuales lo habían impresionado considerablemente.

Aunque seguía en silencio, ya no percibía tanta frialdad en su mirada.

Luego, Claire y yo nos dirigimos a casa para que él pudiera terminar de bañarse.

Ya era bastante tarde, así que ayudé a mi hija a ponerse el pijama y me dispuse a hacer algo que facilitaría que se quedara dormida: le leí uno de los cuentos para dormir que habíamos tomado prestados de la biblioteca. Una vez que se durmió, apagué las luces.

Froté su espalda con delicadeza; el tiempo transcurría lentamente.

Justo cuando empezaba a quedarme dormida, escuché su dulce y soñolienta voz en medio de la oscuridad.

“Mami, está lloviendo», dijo, y en ese momento el estruendo de un trueno hizo que la casa se estremeciera.

Me levanté y observé cómo la lluvia resbalaba por el cristal de la ventana.

Pero en ese preciso instante me di cuenta de que la casa que Marco había alquilado estaba llena de goteras.

¡Vaya mala suerte la suya!

De modo que me apresuré a regresar a su casa.

Al llegar allí, empujé la puerta y, una vez dentro, advertí que mis zapatos pisaban una alfombra mugrienta que ahora, además, estaba empapada.

Me dirigí rápidamente a su habitación al oír el ruido del agua corriendo, que se asemejaba al de un río o arroyo.

Empujé la puerta y me encontré con una escena que parecía sacada de una comedia: había baldes, ollas y sartenes esparcidos por toda la habitación para recoger el agua de lluvia.

Sin embargo, una fuga masiva de agua caía sobre la cama, formando un gran charco que inundaba el colchón.

A pesar de que no despegaba los labios, las venas de su frente sobresalían a través de los húmedos mechones de su cabello rubio y sus ojos estaban inyectados en sangre; su mirada reflejaba cansancio y abatimiento.

Su ropa estaba empapada, al igual que algunas de las pertenencias que había desempacado.

Frustrado por aquella deplorable situación, decidió no dirigirme la palabra.

A pesar de su furia y frustración, ofrecía un aspecto casi divertido.

No era frecuente verlo en una situación en la que no sabía cómo proceder.

Me resultaba extraño verlo inmerso en una situación que no podía controlar, pues por lo general era capaz de lidiar con cualquier problema que surgiera.

Pero esta vez, a pesar de que se negara a admitirlo, necesitaba ayuda.

Aunque todo aquello era muy gracioso, no era mi intención herir su orgullo aún más, así que me puse manos a la obra en silencio. Tomé una de las sillas y la coloqué debajo de las goteras del techo para tratar de determinar cuál era la causa de todas aquellas filtraciones.

De repente, el estruendo de un trueno me hizo sentir sobrecogida. Moví los pies en la silla, haciéndola tambalear. Perdí el equilibrio y, al no alcanzar a reaccionar, caí hacia atrás debido a la fuerza de la gravedad.

Por fortuna, no caí al suelo, sino en los brazos de Marco, que permanecía de pie detrás de mí.

Los latidos de mi corazón se aceleraron de manera inevitable al sentir sus brazos fuertes y firmes debajo de mí.

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