Capítulo 3:

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Cinco años más tarde, en el Primer Aeropuerto de Ciudad N, un joven salía del canal de recogida destacando entre la multitud. Vestía camisa y pantalones negros, tenía los labios fruncidos bajo los lentes de sol marrones y un aspecto excepcionalmente antipático e inaccesible.

Al verle salir, su ayudante, que había estado esperando fuera, se dirigió rápidamente hacia él y tomo su equipaje mientras le preguntaba con cuidado: «Señor, el pequeño Noah no ha comido nada en todo el día, ¿Volvemos a la mansión?».

«¿Por qué me lo dices ahora?». La voz frígida del hombre sonaba como si fuera a perder los estribos más tarde y a su asistente le temblaron las piernas.

Todos en la casa Beckham sabían que el pequeño Noah era el tesoro más querido del Señor Beckham y lo había protegido de todas las maneras para evitar que le hicieran daño. Ni siquiera el Señor Beckham se atrevía a hablar en voz muy alta cuando estaba con él, era innegable lo mucho que el Señor Beckham le quería. Sin embargo…

Su ayudante se sintió intimidado, pero aun así se armó de valor y le explicó: «Como esta vez iba al extranjero por un asunto importante, temía distraerlo, por eso no me puse en contacto por teléfono. Peo no esperaba que el pequeño Noah se pusiera en huelga de hambre durante todo el día…».

El hombre se detuvo. Se quitó los lentes de sol y miró a su ayudante. Sus ojos eran negros como el carbón, pero poco a poco se iban tornando verdes a simple vista, incluso la atmósfera del alrededor se iba tensando poco a poco. Al ver eso, el asistente casi no podía sentir sus piernas y se desplomó.

Siempre que el Señor Beckham se enfadaba, sus ojos se volvían verdes. Y mostraba que ahora estaba enfadado… ¡Oh rayos, iba a perder su trabajo!

«¿Cuándo te he dado permiso para tomar decisiones en mi nombre? ¿Hm?». Habló con una voz más áspera.

«Yo, lo siento…». El ayudante bajó la cabeza y se dispuso a aceptar su destino.

Justo entonces, una pequeña bola de chocolate rodó entre la multitud y se detuvo junto al zapato de cuero de Joseph Beckham. El envoltorio de la bola de chocolate le hizo arrugar las cejas y se agachó, recogiéndola.

«¡Señor, ése es mi chocolate!». Una niña corrió hacia él mientras le llamaba con voz suave. La niña tenía unos cuatro o cinco años, no era alta y aún tenía que levantar la cabeza cuando Joseph se agachaba.

Tenía un par de ojos grandes, sus ojos negros eran tan brillantes como el ágata y cristalinos típicos de una niña. Su mirada ingenua hizo que el corazón de Joseph diera un brinco y fijó sus ojos en ella.

Se sintió extraño, era la primera vez que veía a esta niña, pero ¿Por qué le producía una sensación tan fuerte? Como si se conocieran de antes.

Stella Downey sacudió la cabeza y le tendió una mano tierna. «Señor, si quiere comer chocolate, tiene que comprarlo usted mismo. Sólo tengo tres bolas de chocolate; por lo tanto, no me sobran para darle». A juzgar por su expresión relajada, sus palabras infantiles parecieron derretir el corazón de Joseph.

«¿Te gusta esta marca de chocolate?». Se agacho y le devolvió la bola de chocolate.

Su ayudante, que estaba a un lado, se sobresaltó. Eso era muy inusual, porque al Señor Beckham nunca le había gustado ningún otro niño aparte del pequeño Noah. Pero, ¿Por qué estaba agachado mientras hablaba con la niña, incluso le hablaba suavemente como lo hacía con el pequeño Noah? ¡Eso era absurdo!

Stella asintió con fuerza y sonrió, mostrando sus dos pequeños dientes de tigre blanco que la hacían parecer extremadamente adorable. «¿A ti también te gusta esta marca de chocolate?».

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