Capítulo 2:

No es que esto cambie mucho las cosas, ya que llevamos una década viviendo así.

Sin embargo, nunca estuvimos unidos bajo un solo Alfa. Luchamos como manadas separadas y eso casi nos destruye.

No había un liderazgo en conjunto y eso significó que manadas como la mía, conocidas por su vida pacífica y su agricultura, fueron prácticamente aniquiladas. Muchos de nuestros parientes nunca regresaron y los que lo hicieron, cambiaron para siempre.

Aquellos que, como yo, perdieron a todos sus seres queridos, como mis padres, abuelos, tíos y mi hermano… somos rechazados por los demás, quienes prefieren fingir que nunca sucedió. Mi familia se perdió para siempre, ninguno de ellos regresó y por lo tanto a los ojos de la jerarquía de la manada… mi linaje es débil.

Ya no quieren reclamarnos como miembros de su especie y seguro que no quieren que procreemos y transmitamos nuestros genes a futuros lobos. Los guerreros regresan a casa. Los débiles no, Nunca estuvimos preparados para la guerra.

Mis parientes eran agricultores, gente pacífica que nunca tuvo que luchar en su vida. No todos los lobos son máquinas de matar o bestias feroces, como dictan las leyendas e historias humanas.

Algunos son seres tranquilos, amantes de la tierra, que nunca desearon experimentar la emoción de una cacería o el calor de la sangre de otro ser en crudo salvajismo. En pocos meses, nos vimos envueltos en una batalla a muerte, y los niños quedaron al cuidado de los ancianos y los débiles, o de las mujeres embarazadas.

La espera para saber cuál de nuestros seres queridos volvería a casa con nosotros se hizo eterna.

Finalmente, en una noche solitaria, las personas que cuidaban de mí en ausencia de mis padres, los últimos de los Whyte, aquellos demasiado viejos o enfermos para luchar, fueron masacrados por los vampiros que invadieron nuestras propias casas, en el extremo más alejado de las tierras de cultivo, y yo fui la única superviviente.

Fue así como terminé en el orfanato. Los acontecimientos de aquella noche son tan borrosos y confusos que no los recuerdo en absoluto, ni tampoco por qué me perdonaron la vida. Solo era una niña en aquel tiempo.

Todavía recuerdo la agonía que sentí el día que vi a los demás regresar en masa, cuando la batalla acabó y los vampiros se retiraron, y nadie, ni un solo miembro de mi familia volvió a casa.

Toda una manada de más de cuarenta personas… aniquilada. Perdí a mis seres queridos, a todos los que conocía. Me quedé sola en el mundo. Ningún dolor se compara con el de una niña de ocho años que se entera de que todas las personas que amaba jamás volverán a estar junto a ella.

Mi estabilidad se hizo añicos y mi futuro murió, y todo lo que conocí a partir de entonces fue el aislamiento y la soledad, al igual que los demás huérfanos que dejaron en este terrible lugar.

Así que aquí estoy, en una casa llena de adolescentes que mantienen vivo el legado de sus seres queridos. Un grupo de parias con los que nadie de la manada quiere reproducirse por miedo a producir una descendencia débil.

En nuestro mundo lo único que importa es la supremacía, el poder, la posición y la habilidad. El ADN lo es todo. Nos llaman la Manada de los Rechazados, lo que resume perfectamente por qué nos pasan por alto.

Ya no pertenecemos a nadie, aunque por derecho deberíamos formar parte de la comunidad de lobos unidos, de esta nueva manada singular, pues al fin y al cabo nos une la misma ubicación.

Pero nos hicieron a un lado, nos ven como criaturas malditas y niegan nuestra mera existencia, arrojándonos al lado oscuro de la montaña para no tener que vernos.

Esta casa es el único hogar que conocemos actualmente, y las personas que nos cuidan lo hacen por obligación, pero no por amor. Tienen miedo de que les maldigamos por proximidad.

Está prohibido abandonar a un niño de la manada, aunque éste provenga de un linaje deshonroso. Tenemos normas y tradiciones que establecen que abandonar a los vulnerables es aborrecible.

Así que, por ley, deben proporcionarnos un hogar, un refugio, comida y educación. Lo básico para que lleguemos a la adultez y nos vayamos. Similar a cortar un miembro que está podrido.

Tenemos la posibilidad de salir al mundo, encontrar nuestro propio camino y valernos por nosotros mismos. Convertirnos nos da el poder y la capacidad de sobrevivir.

Podemos encontrar una manada que nos acoja, si tal cosa es posible. Este argumento resuelve cualquier problema y los libera de toda responsabilidad. Lo lamentable es cuando uno de nosotros se convierte a una edad temprana.

Así que esa es mi situación. Solo faltan cuatro horas para que suba a la Roca de la Sombra y me transforme bajo la luz de la luna llena. Se me considerará una mujer y se manifestarán mis dones, transformándome por primera vez en un lobo, sea cual sea su aspecto. No estoy segura de qué habilidades tendré.

No todos tienen un don especial y es poco probable que yo lo tenga. Mis padres nunca hablaron de los suyos.

He visto esta ceremonia una vez al mes durante muchos años, pero todavía me aterra saber que también pasaré por ella. Los chicos se paran en medio de la roca, asustados por cómo los afectará la luz de la luna.

Esta noche habrá una luna de sangre, que supuestamente simboliza el final de los tiempos según la biblia, o alguna tontería como esa. Nunca presté atención a nuestros estudios lunares, ya que tienen poca importancia para mí.

La primera transformación es increíblemente dolorosa. Se oye el crujido de los huesos, el desgarro de la carne y los aullidos de los que pasan por ella. Es un recuerdo que te persigue toda la vida, inevitable y aterrador.

De hecho, cuando lo presencié por primera vez, quedé traumatizada, ya que era muy joven. Sin embargo, nos dijeron que solo duele así la primera vez y que luego habremos cambiado, pudiendo sanar más rápido y resistir mucho más.

Lo he visto con mis propios ojos. Lo llaman mejora física. Tus rasgos infantiles desaparecen y desarrollas músculos junto con una fuerza sobrehumana.

Todos los que se convierten se vuelven superiores en todos los sentidos, incluso en términos de atractivo, lo que explicaría por qué Colton es considerado un dios entre las simples mortales. Sus genes son fuertes.

No es que tenga deseos de cambiar. Soy alta, delgada, atlética y tampoco diría que soy fea. Mi belleza es sencilla, tengo labios carnosos, pelo castaño y ojos verde esmeralda.

Me parezco a mi madre, y cuando me miro en el espejo, me persigue su recuerdo de la manera más agridulce. Estoy orgullosa de tener sus rasgos, pero también me recuerdan lo que he perdido.

Soy una chica como cualquier otra, pero es un defecto más de mi genética.

Los alfas son hermosos y físicamente perfectos. No se pueden negar los buenos genes cuando se manifiestan en todos los aspectos. Si los comparamos con los humanos, son como dioses entre los hombres. Todo lo que puedo hacer ahora es esperar.

Me ducho, me visto, me cepillo el pelo y camino como una maniática mientras miro el reloj y cuento los minutos para la primera luna de mi nuevo futuro. Este podría ser el primer paso para cambiarlo todo.

Después de esta noche podré irme; podré alejarme de esta montaña y de la gente que nos trata como si fuéramos insignificantes. Seré libre de huir de aquí, sin ataduras a nadie ni a nada. Sin que a nadie le importe si nunca regreso. Solo necesito superarlo y será el comienzo de una nueva vida para mí.

La sangre corría con tanta fuerza por mis venas que me dolía la cabeza, me sudaban las palmas de las manos y podía sentir la adrenalina invadiendo mi cuerpo mientras continuaba mi camino hacia la cima del acantilado con piernas temblorosas.

Seguí caminando detrás de las otras chicas que, como yo, formarían parte de la ceremonia en el punto más alto de la luna llena.

Me quedé sin aliento, soportando las náuseas y la sensación de pánico, luchando por caminar, y cuando miré hacia dónde iba, casi colisioné con la chica que iba delante de mí. Me tambaleé hacia un lado y pateé accidentalmente algunas piedras, todo para evitar a mi compañera.

“¡Mira por dónde vas, rechazada!”, me gruñó uno de los mentores que nos acompañaban, luego me dio una bofetada y me empujó con brusquedad de vuelta a la fila.

Lo hizo con tanta fuerza que me estampé contra el muro de piedra que nos rodeaba y por poco no caí al suelo, soltando un g$mido de dolor.

Me recompuse y enderecé mi cuerpo rápidamente, ignorando el dolor de las heridas en mi piel, y di dos largos pasos para unirme a la fila, acariciando mi hombro magullado.

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