El bebe del millonario -
Capítulo 3
Capítulo 3:
La bebé se removió en sus brazos y él la miró asustado, Quizás le había apretado demasiado y le estaba haciendo daño.
“Justo a tiempo”, comentó su madre y se acercó para entregarle el biberón.
Entonces entendió que era hora de comer, Piero miró de la bebé al biberón sin tener idea de que hacer a continuación. Sus dos manos estaban ocupadas en la pequeña, quién comenzaba a inquietarse. Un tierno puchero se formó en su rostro y abrió los ojos que estaban llenos de lágrimas. No fue hasta el instante que sus miradas se encontraron, que reparó en el hecho de que aquello no era un sueño del que iba a despertar en cualquier momento.
Todo era real. Estaba despierto y cargaba un bebé… No, no era cualquier bebé, era el suyo. Una mirada a aquellos ojos oscuros llenos de lágrimas y su corazón se detuvo durante un instante. Todavía no tenía idea de cómo iba a ser su vida de allí en adelante, pero seguro como el infierno que no iba a dejar que nada malo le pasará a la bebé en sus brazos.
Su madre se apiadó de él y le enseñó como sujetarla en un solo brazo y luego le entregó el biberón.
“Siempre mantén su cabeza por encima de la línea de su cuerpo, no queremos que se atragante”
Piero miró a su madre alarmado al escuchar la posibilidad.
“Tranquilo, eso no va a pasar si lo haces como es debido”.
Piero se tomó en serio su trabajo. Al principio ella rechazó el biberón, pero luego empezó a succionar con una habilidad sorprendente.
Sonrió con orgullo.
“Esa es mi chica”
“Fue una suerte que la dejaran aquí”, comentó su madre.
“Me preocupa que habría sido de ella si la hubieran dejado frente a tu casa”.
Piero nunca había llevado a ninguna de sus conquistas a su casa y la mayoría no sabía que lo tenía. Ese lugar era solo suyo y prefería que se mantuviera así. Había sido algo bueno al final, porque ese era el motivo por el que la bebé había terminado en la casa de sus padres.
Piero retiró el biberón en cuanto la pequeña terminó de comer. No estaba seguro si sería suficiente para saciarla, según su perspectiva era muy poco, pero con su tamaño tal vez era más que suficiente. Tenía tanto que aprender y nada de tiempo.
“Permíteme”, dijo su madre tomando a la bebé de inmediato, ella se había colocado una tela sobre uno de los hombros y acomodó a la bebé con el rostro apoyado en él.
La pequeña empezó a llorar y él estuvo a punto de arrebatársela. Sí, tenía la certeza que nada en su vida iba a ser igual a partir de ahora.
Su madre mantuvo la calma y le frotó la espalda a su bebé, quién se calmó.
“¿Qué harás ahora?”, preguntó su padre.
“Quedármela”, respondió sin dudar. Estaba sorprendido de que su padre le preguntara algo como eso.
Su padre sonrió.
“Eso lo sé, te conozco muy bien. Me refería a cómo harás para cuidar de ella. Tienes tu trabajo”.
Soltó un suspiro.
“Lo solucionaré”.
“Estoy segura que sí”, intervino su mamá.
“Pero ya es muy tarde para pensar en ello ahora y alguien ya se quedó dormida otra vez”.
Piero se levantó y fue a recibir a la bebé. Se dio cuenta de que debía pensar en un nombre, no podía seguir llamándola así.
“Puedes acomodarla en la guardería”, sugirió su padre.
“Si se despierta todos la escucharemos a través de los monitores”.
“Creo que la llevaré conmigo esta noche”
Su madre asintió dirigió el camino hasta la habitación, ella pasó primero y dejó las cosas de la bebé a un lado.
“Buenas noches, hijo”
“Buenas noches, mamá”
Su padre asintió y se marchó junto a su madre.
“Somos solos tú y yo ahora”.
Avanzó hasta la cama y recostó a la pequeña en la mitad que él no ocupaba. Miró el espacio detrás de ella y colocó algunas almohadas para que hicieran de barrera para que no se fuera a caer.
Se recostó a su lado, pero no se atrevió a apagar la lámpara. Durante lo que restaba de la madrugada, apenas durmió un poco. No podía dejar de despertarse cada vez que la pequeña se removía a su lado y fue así como lo encontró el amanecer.
Despierto y con los ojos fijos en su hija.
Su hija.
No tuvo tiempo de procesar las palabras porque en ese momento su bebé se despertó y no parecía nada contenta.
“¿Qué es? ¿Qué sucede?”, preguntó como si ella fuera capaz de darle alguna respuesta.
La levantó antes de que comenzara a llorar y un aroma nada agradable llegó hasta sus fosas nasales.
Entonces entendió el motivo de su molestia.
Corrió hasta las bolsas y buscó entre ellas un pañal. También agarró el frasco de paños húmedos que había visto a su hermano utilizar y regresó a la cama haciendo malabares para no dejar caer nada y colocó a su bebé en la cama.
“Bueno, no debería ser tan difícil ¿Verdad?”
Retiró el mameluco que traía la bebé y abrió el pañal.
“Esta sí que es gran manera de decir buenos días”, comentó al ver el pañal sucio.
No solo era difícil, era casi imposible. Cambiar un pañal cuando su bebé parecía tan empeñada en hacerle el trabajo difícil. Ella no se dejó de mover y tampoco dejo de llorar en todo momento.
Requirió mucha paciencia no rendirse.
Piero casi lanzó un grito al aire cuando por fin terminó, pero eso tal vez hubiera asustado a su bebé.
“Dame esos cinco”, dijo y tomando la mano de su pequeña la estrelló con la suya.
“Verás que seré el mejor”.
Tal vez estaba hablando demasiado pronto.
Piero se sentía un completo inútil y era muy probable que lo fuera en lo que respectaba a cuidar de Alba, como había decidido llamar a su hija. Sin embargo, no era alguien derrotista, por el contrario, todos lo conocían por ser demasiado persistente y esta vez no iba a ser diferente.
Alba había llorado constantemente desde que llegaron a su casa, esa misma mañana. Después de estar en casa de sus padres durante tres días, había decidido que era hora de enfrentarse a la situación por sí solo. Era un hombre adulto y sus padres no iban a estar todo el tiempo para ayudarlo. Mientras más pronto aprendiera a cuidar de Alba por su cuenta, mejor.
Su decisión comenzaba a flaquear al ver a su hija llorar. Había revisado su pañal y había intentado alimentarla sin ningún resultado. Era claro que ninguna de esas cosas eran el motivo de su molestia. Si tan solo pudiera comunicarse con ella, las cosas serían un poco más fáciles.
El único momento en el que ella se calmaba, era cuando se acomodaba en el sofá con ella sobre su pecho y hablaba sin parar. Se había retirado la camiseta porque su hermano le había recomendado que el contacto piel a piel siempre ayudaba.
Tan pronto se quedaba en silencio, ella empezaba a quejarse y empeoraba si él intentaba moverse.
“Sabes cómo salirte con la tuya”, musitó.
“Eso es seguro. Típico de un De Luca”
Piero no tenía ningún problema en quedarse así, si eso la hacía feliz. Al menos no mientras no tuviera hambre o quisiera ir al baño, lo cual sucedería más tarde que temprano. Era casi la hora del almuerzo.
“Soy un desastre en esto. Fabrizio lo hacía ver tan fácil. Deberías verlo, siempre sabe qué hacer. Aunque en mi defensa, él tuvo nueve meses para prepararse”, Se calló y esperó unos segundos. Alba se removió en sus brazos tal y como esperaba.
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