El amor predestinado del príncipe licántropo maldito
Capítulo 878

Capítulo 878:

El punto de vista de Flora

Cuando volví de mi paseo al mediodía, recibí la noticia de que Sylvia había fallecido.

Al principio no me lo podía creer. Encendí mi teléfono para buscar las últimas noticias, pero no había ninguna noticia sobre su muerte en la capital, ni tampoco había ninguna noticia relevante en Internet.

Leí varias veces el informe confidencial y pensé que era falso. Sin embargo, Warren me dijo que no podía ser así, ya que tenía el sello de Laura.

Warren me cogió del brazo preocupado mientras me lo explicaba. Probablemente temía que yo no fuera capaz de soportar la repentina muerte de Sylvia.

Mi cuerpo temblaba incontrolablemente mientras mi mirada volvía a vagar por la frase concreta del informe. Decía: «Sylvia Todd murió en el incendio. Murió quemada, y su bebé…».

Sacudí sutilmente la cabeza. Ya no podía leerlo, y no podía imaginar lo que le había pasado a Sylvia. La tristeza me embargó y, sin darme cuenta, empecé a sollozar.

Me agarré al brazo de Warren y grité con fuerza. «¡Es imposible que Sylvia haya muerto! Me dijo que vendría a nuestra boda. Acabamos de hablar ayer».

Warren se quedó callado. No dijo nada, pero la expresión de su cara era sombría. A pesar de ello, me abrazó y me consoló en silencio.

«Tengo que volver a la capital y verificarlo yo mismo. No creo que Sylvia haya muerto realmente. ¿Dónde estaba el príncipe Rufus? Es imposible que se quedara de brazos cruzados y viera cómo moría quemada». Exclamé mientras un sinfín de lágrimas corrían por mis mejillas. Aparté a Warren, queriendo salir corriendo. Quería volver a la capital cuanto antes.

Warren se apresuró a abrazarme. Me di cuenta de que no quería dejarme marchar. «El príncipe Rufus estaba en coma en ese momento. No sabía lo que había pasado. Oí el rumor de que Sylvia fue quien hizo daño al príncipe Rufus y al rey».

«¡Eso es mentira! Sylvia nunca haría algo así. Definitivamente le tendieron una trampa». Grité con todas mis fuerzas. Mi ira ya bullía y me moría por encontrar a la persona que difundió el rumor.

«Nadie sabe exactamente lo que está pasando ahora mismo, Flora. Si vuelves, sólo conseguirás que las cosas se compliquen aún más», me aconsejó Warren.

«¿Qué se supone que significa eso? ¿No crees en Sylvia? Sabes que es imposible que haga algo así». Le fulminé con la mirada. Si se atrevía a decir que no, decidiría inmediatamente marcharme con el bebé.

Pero cuando me dijo que creía en Sylvia sin dudarlo, mi expresión se suavizó.

«De todos modos, voy a volver a la capital imperial. Si Sylvia está realmente muerta, la traeré de vuelta a casa. No quiero que nadie entierre su cuerpo en la ciudad imperial». Me ahogué en mis sollozos mientras hablaba. «Leonard no descansará en paz hasta que la lleve de vuelta a casa».

Los ojos de Warren se llenaron de lágrimas. Su voz era ronca cuando dijo: «No te preocupes; lo arreglaré todo y volveré contigo enseguida».

«No tienes que volver», dijo de repente Owen, su voz venía de fuera. Llevaba dos sobres en la mano y los agitaba. «Acabo de recibirlos. Al parecer, son cartas de Sylvia. Échales un vistazo».

«¿Sylvia las escribió? ¿A nosotros?» pregunté, con los ojos abiertos de sorpresa. Inmediatamente me acerqué a Owen y cogí los sobres.

Había cartas dentro de los sobres, y de allí, Sylvia explicó todo, incluyendo su identidad como bruja negra y la maldición incurable sobre el príncipe Rufus. También nos pidió que mantuviéramos esto en secreto y que no intentáramos encontrarla.

Al final de la carta, me pidió disculpas. Dijo que no tenía otra opción que romper su promesa de ser mi dama de honor. Fue una pena que el destino le jugara una mala pasada.

«Puedes llorar en mi hombro, Flora», me dijo Warren mientras me cogía las manos temblorosas, intentando darme fuerzas.

En cuanto sentí que las lágrimas corrían por mis mejillas, cedí. Agarrando la carta con fuerza, me di la vuelta y enterré la cara en los brazos de Warren antes de romper a llorar.

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