Destino incierto -
Capítulo 41
Capítulo 41:
“Dígame, ¿Cómo se siente? ¿Han disminuido los mareos?”
“Me siento mucho mejor, doctor, estoy de mejor ánimo… ya no me siento tan cansada y sí, los mareos desaparecieron”.
“¿Está siguiendo el tratamiento?”
“¡Sí, doctor, al pie de la letra!”
Alejandro, mirando al médico, preguntó:
“¿Es necesario algún otro examen doctor?”
“No, no es necesario, la encuentro bien, la recomendación es que continúe con el tratamiento y que siga las instrucciones que le di en la consulta pasada. Cualquier otra cosa que se presente, me llama por teléfono o la vuelve a traer”.
Alejandro un poco titubeante dijo:
“Quería insistirle, doctor, sobre la inquietud que
le presenté en la primera consulta, acerca del motivo por el cual mi esposa, no ha salido todavía embarazada, ¿Será necesario hacerle algún otro tipo de valoración?”
“¿Cuánto tiempo me dijo que tenían de casados?”
“Vamos para un año, doctor”
“¿Qué tipo de anticonceptivo han estado usando?”
“No doctor, no nos hemos cuidado, ese es el motivo de mi extrañeza”
“No, no tiene nada de extraño, hay mujeres que quedan en embarazo en el primer mes de casadas; pero hay otras que se demoran. Cada una tiene su propio ritmo”, explicó. .
“Lo que pienso, es que ella, ha sido sometida a mucho estrés, y esto puede estar causando esa dificultad para embarazarse. Recomiendo esperar un tiempo prudencial y si no hay resultados positivos; la remitiremos a un ginecólogo”.
“A… está muy bien, doctor, entonces esperaremos a ver si tenemos mejor suerte”.
“Gracias doctor, hasta luego”, dijo Alejandro, extendiéndole su mano.
“Hasta luego, que estén muy bien”.
Mientras toda esta conversación sucedía, Fabiana quería gritar:
‘¡No quiero salir encinta, lo que necesito son unos anticonceptivos!’
Pero el grito se ahogaba en su garganta.
La desesperaba la impotencia de no poder decidir sobre su propio cuerpo, y, en cambio, seguir sometida a los caprichos de un hombre que se había convertido en su dueño.
…
Una semana después, Alejandro y su hermano se dirigieron a la oficina de su padre, para notificarle que la preparación de sus hombres había sido un éxito y que ya estaban listos para la misión que tenían en mente realizar.
“Me alegra esa noticia, hijos, ya me estaba inquietando la demora. Porque tengo escasez de materia prima para la joyería, pero esta vez, tenemos que asegurarnos de no perder la negociación y que se nos vaya de las manos la compra de la mercancía”, dijo Uriel con preocupación.
“Hablemos con Odín, para concretar una reunión, y establecer las reglas del juego. Mientras tanto, distribuye los hombres en las otras propiedades y que estén alerta a cualquier llamado que se les haga. Que sigan entrenando”.
“Está bien papá, encárgate tú de llamar a Odín para concretar la cita esta semana. Mientras tanto, Martín y yo ordenaremos y armaremos a los hombres, para ser asignados a nuestros comercios y establecimientos; camuflados como porteros o vigilantes, allá te mandaré uno o dos a la joyería”
“¡De acuerdo, muchachos, no perdamos el impulso!, acuérdense de revisar también las caletas donde están las armas, denles mantenimiento y verifiquen que estén en perfectas condiciones; y que haya municiones suficientes”.
Entre tanto, Uriel contactó a su socio, quedando de reunirse en la oficina de este esa misma semana.
Al llegar los hermanos a la hacienda, los estaban esperando Santiago y Hugo, con una misiva enviada por la Chata, a través de un correo humano; en la que los convocaba con urgencia para tratar asuntos inherentes al grupo que ella lideraba.
En vista de la premura del llamado, dejaron la distribución de los hombres para después y se encaminaron al barrio.
“Buenas tardes, Chata, ¿Qué pasa, cuál es la prisa?”
La mujer con rostro de preocupación y un tanto alterada comienza a plantearles el problema que se suscitó entre las bandas del barrio y la de los lobos; a raíz de la muerte del búho.
“Yo los reuní después del velorio del muchacho, y les dije que no quería más problemas, les ordené no tomar represalias para evitar más derramamiento de sangre y terminar con ese conflicto”, comentó la mujer.
“Pero el hermano menor y uno de los primos del búho, que trabajan con nosotros, no quisieron dejar la muerte del búho sin venganza. En estas últimas semanas, estuvieron investigando el movimiento del hombre que lo mató y se enteraron de que una de sus niñas cumplía años; se ofrecieron como animadores de fiestas infantiles y se dirigieron a su fiesta, disfrazados de payasos”, dijo la Chata.
“Parece que la gente bebió mucho licor, estaban drogados y se descuidaron; oportunidad que aprovecharon los de aqui, para matar a tiros al asesino del búho. Eso sucedió hace tres días”
La Chata continuó hablando.
“Estos dos muchachos después de cometer el acto se dieron a la fuga. Estoy casi segura que estos hombres, ya estarán fuera de nuestras fronteras”
La mujer con preocupación dijo:
“Esta acción nos acarreó enemistad con la banda de los lobos, que ahora nos están amenazando a nosotros y a nuestras familias, quieren que les entregamos a los muchachos o les digamos donde están… en represalia, ya empezaron a matar a nuestras mascotas”
La Chata se alteraba más con cada palabra que pronunciaba.
“A el calvo le mataron dos chihuahuas y a mí una gatita criollita que tenía muy consentida. Me causó mucho dolor la muerte de mi gatita; ya tenía conmigo como tres años”
Alejandro enfurecido, manifestó:
“¡Pero qué carajo, Chata!, ¿Cómo estas bolas de m!erda, van a alborotar ese alacranero, qué tenían en la cabeza? ¡Encima se largan y nos dejan con el muerto a cuestas!”
Alejandro comenzó a gritar.
“¡Justo ahora, cuándo tenemos entre manos cosas más importantes de hacer que meternos en peleas inútiles! Si los tuviera yo aquí, ¡Los mataría con mis propias manos! ¡Pendejos!”
Martín, parándose de su silla, dando un fuerte puñetazo a la mesa, exclamó:
“¡Desgraciado! ¡No se les ocurrió otra cosa que meternos en pedos!”
Y tiró la silla hacia atrás con la fuerza del impulso con la que se levantó.
“¡Para eso sí tienen agallas! ¡Provoca meterles una bomba y matar a todos esos hijos de su madre! A ver si maduran… ¡Se creen la mamá de Tarzán!”
Martín lanzó todos los improperios que se le vinieron a la cabeza en el momento.
“¡Aja! Y ¿Qué dicen los otros pendejos?, ¿Qué hacen?”
“Pues están muy asustados, Señor Martín, no quieren salir a trabajar porque tienen miedo..”.
Alejandro rascándose la cabeza y con gesto de marcado disgusto añadió:
“Sí, no queda más remedio que esperar a que las cosas se enfríen un poco; de lo contrario, estos estúpidos se van a exterminar entre sí”.
No es quedaba de otra.
“Un bando pone un muerto una semana y a la siguiente lo pone el bando contrario. ¡Son una cuerda de brutos, imitando a las mafias italianas, en una pelea estúpida!”
“Si, yo creo Alejandro, que dejemos un tiempo sin mandar los muchachos a la calle para no exponerlos. Y luego, habrá que tratar de tranzar con la banda de los lobos, hacerlos entrar en razón, para ver si podemos detener esta locura. De lo contrario, nos veremos obligados a tomar medidas más drásticas; que estoy seguro de que no les van a gustar”.
“Pues yo les agradezco jefes, estoy muy alarmada porque hasta el pobre del señor Leo está asustado. Le mandaron a decir que le iban a acabar con el abasto”.
“¡Ah carajo! ¡Qué atrevidos!, el pobre viejo, ¿Qué velas tiene en este entierro? ¡Quieren cagarse en el más pendejo!, saliendo de aquí, subimos a saludarlo y decirle que esté tranquilo, que no está solo”.
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