Destino incierto
Capítulo 39

Capítulo 39:

“Y todavía me preguntas ¿Qué me pasa?, ¡La inconsciencia tuya no tiene límites, Alejandro!”, le reclamó.

Colocándose las dos manos en la boca y moviendo la cabeza de lado a lado, en actitud de reproche, acotó:

“¡No sé, de verdad, como no has agotado aún mi capacidad de asombro! ¡Cielos!”

“¡Está bien, Fabiana, no me acuses tanto!, lo que pasa es que eres muy delicada… tienes modales de princesa, ¡Parece que tu mamá te crio en una burbuja, no sabes nada de la vida!, No entiendo cómo me metí yo en este paquete…”, dijo blanqueando los ojos.

Y a manera de explicación continúo:

“Esta no es una hacienda normal, donde hay ganado… cultivos… recolectores de frutas, qué sé yo… ¡No! Aquí tenemos otros intereses, otro movimiento, otra clase de trabajo más productivo, más dinámico. ¡Te lo aclaro, por si no lo has entendido! Esta, tampoco es una escuela para señoritas… ¡No sé qué es lo que quieres!”

Quedaron ambos en silencio por unos momentos, Alejandro poniéndose en pie y dando pasos por la habitación, comentó de repente:

“Mañana temprano te llevo a una clínica privada, donde va mi mamá a chequearse, para que te valore un médico, y te dé unas buenas vitaminas, que te mejoren el apetito, y te hagan subir de peso; no quiero que cuando Odín te vuelva a ver, te vea así, tan flaca y paliducha. No sea que piense que te estoy matando de hambre..”., dijo, acusándola.

“Ah, Julia me dijo que te iba a subir una sopa de pollo, ¡Me haces el favor y te la comes toda, no me obligues a dártela como si fueras una niña!”

Sin más comentarios, se dirigió a la sala de baño, se dio una ducha y volvió a salir en dirección a su oficina, desde donde llamó al celular de Amalia.

“¿Amalia?, te llamo para decirte que acepto la oferta de tu compañía, mañana, ya que después de que salgamos de la diligencia en la clínica; tengo otro compromiso que atender y no puedo volver a casa con Fabiana. De esta manera, me haces el favor de acompañarla de regreso”, le dijo.

“No van a estar solas, las van a acompañar dos de mis guardaespaldas, para mayor seguridad”.

“Ah… está bien Alejandro, estaré lista temprano. No hay problema, hasta mañana”.

Al día siguiente, bien temprano, después de tomar café, salieron dos carros de la hacienda. En el primero iba la familia y en el segundo, iban dos hombres, además del chofer.

Fabiana, a pesar de su quebranto de salud, sentía que el pecho se le salía por la boca, se sentía contenta, era la primera vez que salía a la calle, desde la noche de la fiesta de su matrimonio.

Lástima que tuvo que esperar a enfermarse para poder acceder a este derecho, pero bueno… ahora no importaba…

Su mirada no se retiraba de las ventanillas de carro, quería aprovechar hasta el último segundo de libertad; no quería perderse del paisaje o de lo que, desde su limitado espacio, pudiera observar, a pesar de que todavía el día no había aclarado por completo.

Esta actitud no pasó desapercibida a sus acompañantes.

Amalia, observándola, sin pronunciar palabra, por la falta de libertad para hacerlo, simplemente medito dentro de sí:

‘¡Pobre chical, ha sido duro para ella todo este contexto de vida, es una muchacha muy joven y muy ingenua! ¡Es admirable que aguante tanto!, se ve que tiene un temperamento férreo, de lo contrario hubiera colapsado antes… los cielos saben que he querido ayudarla, pero es casi imposible hacer algo por ella, teniendo a Alejandro pisándole los talones’.

Alejandro, por su parte, a pesar de notar el interés de su esposa, de no perder detalle de todo lo que pasaba frente a ella. Simplemente, la ignoró, ensimismado en las notas de su celular.

Llegando a la clínica, Alejandro se adelantó para pedir información a fin de asegurar la cita con el médico de medicina general.

Como llegaron temprano, te tocó el primer turno, el de las siete y treinta de la mañana; a pesar de tener personas agendadas por teléfono del día anterior, pero que todavía no habían llegado.

“¿Señora Cruz?”

“¡Sí, soy yo…!”

“El Doctor acaba de llegar, pase usted”, le dijo la enfermera sin levantar la vista de su lista de pacientes.

Fabiana se levantó de la silla seguida por su marido y ambos entraron en el consultorio cerrando la puerta tras ellos.

“Señora, Fabiana Cruz, buenos días… ¿Y el señor es?”

“Buenos días, Doctor, él es mi esposo..”.

“Tomen asiento..”.

El galeno comenzó a hacer su primer diagnóstico sirviéndose de preguntas guiadas a fin de conocer a grandes rasgos la situación de la paciente.

“A ver, señora… dígame, ¿Padece usted de cefaleas?

“Cefa… ¿Qué?”

Interrumpió el marido.

“Dolores de cabeza muy intensos, Alejandro. Sí, Doctor, constantemente”.

“¿Duerme bien? ¿Cuántas horas duerme durante la noche?”

“No, no duermo bien, paso muchas horas de vigilia en las noches… me es difícil pegar un ojo”.

“¿Se siente descansada en la mañana cuando se levanta?”

“La verdad no, parece que el tiempo de sueño no me diera descanso, me siento incluso más cansada cuando me levanto..”.

“¿Ha notado alguna cosa inusual en su vida diaria?”

Fabiana se quedó pensando, hubiera querido decir algunas cosas, pero no podía estando Alejandro ahí sentado junto a ella, por lo que solo se limitó a mencionar un par de ellas.

“Pues… se me olvidan las Cosas frecuentemente, es como si se borraran por completo, tengo que hacer mucho esfuerzo por recordar… también me siento deprimida, triste, y a veces llena de rabia sin razón aparente, he tenido cortos episodios de lagunas mentales en los últimos tiempos..”.

Alejandro se enderezó en la silla, el relato de su mujer había captado toda su atención, no tenía ni idea de que ella se sintiera de esa manera, es más, ni sabía que carajos era una laguna mental.

“Mmm… ¿Tienen mucho tiempo de casados?”

Levantando la mirada por encima de los espejuelos de sus anteojos.

“Casi un año..”.

“¿Y antes había presentado alguno de los síntomas que se han mencionado aquí?”

Fabiana supo hacia donde se dirigía la pregunta, temió, no podía decirle de plano que era así, pondría al descubierto la verdad de su relación en pareja y eso sería ganarse un problemón de gratis.

El médico notó la duda, tardó demasiado tiempo en responder y cuando lo hizo, se salió por la tangente.

“Pues… yo..”.

El Doctor, comprendiendo de inmediato la situación incómoda en la que se hallaba su paciente, le dio la orden para que se recostara en la camilla y comenzó a llevar a cabo el examen físico correspondiente.

“Creo que ya tengo un diagnóstico general de su situación, físicamente no le encuentro nada anormal, aunque no estaría de más hacerse unos estudios”, dijo mientras anotaba algo en el talón de los récipes médicos.

“Y… ¿Qué tiene mi mujer Doctor? Estamos muy emocionados por encargar… usted me comprende..”.

“No, disculpe, no comprendo”, respondió en seco.

“Pues queremos un hijo”, dijo respondiendo como si fuera algo obvio.

“Pues eso no va a poder ser posible en el estado en el que se encuentra actualmente su mujer, ella necesita estar en reposo, necesita descanso, cambiar de aires, visitar a la familia, irse de vacaciones, hacer algo diferente a lo que hace usualmente”, le dijo el doctor en un tono muy serio.

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